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Mostrando entradas de 2022

El carpe diem y la hipervelocidad.

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 El otro día estaba hablando con mi padre de salud mental y me descerrajó, con toda la naturalidad del mundo, la misma idea a la que yo llevo dándole vueltas meses y meses: estamos mal porque el mundo va demasiado rápido, más rápido de lo que podemos soportar sin perder la cabeza. Os juro que lo dijo así, como si estuviera diciendo cualquier cosa. Mi padre, casi analfabeto, tiene una clarividencia que no deja de asombrarme.  Y creo que es eso. Si antes tenía bastante convicción, después de que mi padre coincida conmigo estoy segura: la vida nos pasa demasiado rápido como para que podamos disfrutarla. El carpe diem en los tiempos de la hipervelocidad es todo un reto. Quizá por eso, porque me he dado cuenta del reto que supone, unido a que estoy muy en modo «cierre de capítulo» (se acaba el año, en nada cumplo 35), estoy empeñada en vivir, en aprovechar momentos, en hacer valer mi tiempo (tanto como el capitalismo, el adulting y la hipervelocidad me dejen e incluso un poco más si puedo).

La vida es bella hasta que se demuestra lo contrario, esto es, con frecuencia.

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 Ayer escribí un poema. ¡Y qué poema! Estaba yo imbuida de un cierto optimismo (cosa que no me pasa todos los días) y, mientras esperaba que acabara de centrifugar la lavadora (había salido muy húmeda tras lavarla, debí equivocarme al poner el programa) me puse a escribir contradiciendo a Rosario Castellanos. De ella había leído este poema.  «¡Claro que el amor es también polvo y ceniza! ¿Es que hay algo humano que no acabe siendo algo así? ─me dije─ ¡Pero eso no significa que haya que dejar de amar!». Como ves, estaba poseída por una intensidad desbordante y, como ya he dicho, optimista. Todo lo optimista que últimamente llego a ser.  Así que, como te he contado, me puse a escribir. Y me salió un poema del que me sentí orgullosísima. Hablaba de cómo ser humano es tener siempre las manos sucias, estar hincado en la mierda hasta las rodillas y que todo sueño se enturbie al hacerse realidad. Una cosa así. Pero acababa diciendo que, a pesar de todo, seguimos buscando la hermosura y consum

Navegar el deseo, conquistar el placer.

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  Anoche estuve viendo una peli: Buena suerte, Leo Grande. En ella una profesora de religión jubilada, Nancy (Emma Thompson), tras enviudar, decide contratar los servicios de un trabajador sexual, Leo (Daryl McCormacK), para descubrir qué es el sexo, para vivir algo distinto que quedarse tumbada mientras otra persona se desahoga sobre ella, que es básicamente lo que ha hecho durante toda su vida. Nancy recibe a Leo en una habitación de hotel y pasan cosas .  Me gustó tanto, tantísimo la película... No te haces una idea. Emma Thompson está soberbia. Diría que te la crees, pero es que sobrepasa el nivel de verosimilitud y la credibilidad. Qué maravilla de señora, por favor. Y me hizo pensar. Me está haciendo pensar, mucho. En el deseo y en el placer, claro, ambas cosas que están vetadas a las mujeres de bien. Tal vez digas: «No, hoy en día ya no». Yo creo que te equivocas, pero bueno, vamos a encontrar un punto medio: hoy, en el mejor de los casos, deben ser adecuadamente racionadas y d

Malditos sean los que hacen daño.

 Tengo un alumno al que quiero mucho. Lo conozco desde hace dos meses, ya ves tú, pero lo adoro. Tengo debilidad por él. A veces, cuando trato con gente, me pasan estas cosas. Tengo flechazos. Por suerte o por desgracia, trato mucho con adolescentes, así que tengo muchos flechazos con ellos. No creo que sea necesario a estas alturas de la película pero, por si acaso, diré que no se trata de nada turbio. Mis flechazos son flechazos de ternura, de cariño absoluto, de «cómo me gustaría poder ser amiga suya» y «ojalá hubiésemos sido compañeros de clase». Ese tipo de amor, mucho más desinteresado que el que, tal vez, una mente malpensada podría estar imaginando. Este alumno, al que tanto quiero, sufre. Sufre mucho. Y es injusto, porque es un niño dulce, educado, con un sentido del humor genial, una sonrisa que se hace un tanto cara de ver, pero que es preciosa y una mirada que, aunque esquiva, se ve a la legua que no tiene nada que esconder. A pesar de todo esto, incomprensiblemente para mí

Más de sentir que de pensar, la verdad.

 A veces me miro y no me reconozco. Hacer catacrack me ha cambiado mucho y oscilo entre el lamentarme por la persona en la que me he convertido y arrepentirme de no haber sido así antes. O, tal vez, de no haberme dado cuenta de cómo era. Por ejemplo: yo siempre he dicho que era más de pensar que de sentir. No es que haya sido poco sensible, pero sí lo racionalizaba todo. Y lo pensaba todo muchísimo. Durante muchos años, en la bio de mis redes sociales aparecía algo así como «Mi mayor defecto es también una de mis mayores virtudes: le doy muchas vueltas a las cosas». Por eso acabé estudiando lo que estudié, claro. Siempre quise entender.  Lo que pasa es que a medida que he ido viviendo el mundo se me hace cada vez más absurdo y, aunque no renuncio a orientarme por la vida con un mínimo de sentido, mi aspiración de comprensión es mucho (pero mucho, ¿eh?) más humilde. Por eso lo que estudié ha dejado de interesarme en sí. Qué cosas, ¿verdad?  Ahora no me interesa entender, quiero sentir.

Un espectáculo

  Apenas hace una hora que me he levantado pero, ya desayunada, me dispongo a ponerme en marcha. Los labios todavía me saben a chocolate caliente. Voy hacia el dormitorio y me quito el camisón. Me echo por encima una camisola de manga corta con escote trasero, que deja al descubierto uno de mis hombros (casi siempre el izquierdo) y buena parte de mis lunares. Me lavo la cara con agua fresca y me miro al espejo: tengo los ojos bien abiertos, brillantes y descansados y buen color en la cara. Sonrío y vuelvo al salón. Allí me esperan los cascos bluetooth (el derecho está anunciando su muerte). Los conecto al móvil y abro la app de Spotify. Pongo mi lista más reproducida en lo que va de año: #Palante (2022 playlist). Me dirijo a la cocina a por el plumero mientras empieza a sonar El cielo es de nosotros de Mundo Divino . No me lleva ni medio segundo ponerme el mango por micro y empezar a hacer playback (playback, sí, que no es cuestión de estropear la canción) como si estuviera en el WiZi

La kettle.

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  Esta semana me he comprado una kettle. Llevaba un tiempo dándole vueltas a la idea y se me ocurrió preguntar en Twitter. Entonces ocurrió lo inesperado: un aluvión de fans de los hervidores de agua eléctricos llenó mi tuit predicando sus bondades y claro, ahora mismo estoy escribiendo esto mientras sorbo una infusión Tranquilidad recién preparada.  Lo cierto es que la kettle está siendo una de mis cosas felices de la semana (que no son muchas). Me pone contenta llegar a casa y ver que el parejo se ha preparado una infusión, me gusta verla ahí, al lado de la cafetera, tan roja y tan bonita, mientras me preparo la comida. Me gusta llenarla y encenderla, con ese leve clac, casi imperceptible y esperar a oír otro clac , este un poco más fuerte, que indique que el agua está lista. Me resulta muy, muy agradable sentarme a ver Derry girls con una taza de té Lady Grey (bueno, Lady Grey del Lidl, pero está estupendo igual) muy caliente con una nubecita de leche y mi manta suavita (que no hac

Soñar flojito

 No tengo sueños grandes. Ni siquiera esos que, dentro de ser accesibles, son grandes. Algún día, hace mucho tiempo, los tuve, lo recuerdo vagamente. Bueno, los tuvo alguien que se parecía a mí pero no era yo. Yo, la que soy hoy, no los tiene. De hecho, cuando toca hablar de ellos, por lo que sea, hasta me permito despreciarlos con cinismo como si fueran tonterías superfluas, cuentos para niñas o producto del autoengaño.  Pero a veces me pregunto si no tengo sueños grandes porque no quiero o porque es mi manera de protegerme. Si solo me autorizo a querer aquello que creo que puedo alcanzar sin hacerme daño. Aquello, en definitiva, que contribuirá a consolidar la zona de confort que tanto me ha costado levantar.  Me pregunto si tal vez no he cambiado, si en realidad no soy otra... Sino solo la misma mujer que, con el tiempo y la vida, ha aprendido a soñar flojito. 

La trampa del porvenir

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 Siempre he vivido proyectada al futuro, atada a previsiones y a planes. Siempre he querido tenerlo todo controlado y pensado. Aquí quedaría bien decir que la vida siempre me ha acabado sorprendiendo, pero no. La realidad es que, a pesar de los reveses, estoy donde quería estar cuando, siendo más joven, me pensaba (más o menos y salvo algún detalle, claro). A veces me lamento por las oportunidades perdidas, porque ese vivir tan hacia el porvenir implica, en mayor o menor medida, renunciar al hoy en expectativa de otro momento o con la esperanza de conseguir algo en un futuro: lo haré cuando sea delgada, lo haré cuando acabe la carrera, lo haré cuando tenga pareja, lo haré cuando haya ganado la plaza, lo haré cuando haya comprado la casa, lo haré cuando haya pagado el coche, lo haré cuando vuelva a ahorrar, lo haré cuando haya comprado la mampara de la ducha y el mueble del baño, lo haré cuando me encuentre mejor... A mí ya se me ha gastado la ambición y no sé si eso es bueno o malo. La

Estoy de postureo hasta el coño.

Me vas a permitir que te hable con franqueza. Al fin y al cabo, si he decidido resucitar este espacio es justo para eso. Aquí no escribo en serio pero sí escribo seriamente. No tiene sentido, pero me explico. Cuando escribo aquí no pienso, no me detengo en las formas, en los recursos estilísticos ni en las reiteraciones. Escribo como escribiría un diario o, más bien, una carta. Aquí, puedes creértelo o no, hay poco o nada de postureo. Esta soy todo lo yo que puedo ser en un espacio virtual (en el que, claro, no se ven todas las caras ni se aprecian bien las aristas). Aquí lo mismo celebro que puedo volverme a poner mi vestido favorito que me quejo de las 56 semanas y media que ha durado septiembre (eso no lo había hecho antes, lo acabo de hacer ahora).  Me gusta este espacio libre de postureo. Por eso, supongo, me gusta también Twitter. Ojo, que en Twitter hay postureo por un tubo, según donde mires: entre los intelectuales, los cínicos, los que quieren ser graciosos y la madre que los

"Hago pipí perfectamente".

  El título del post de hoy se lo debo a este MARAVILLOSO, ESTUPENDO, GENIAL hilo de @Miss_Calorie. Te animo a que lo leas.  Cuando yo lo leí por primera vez me explotó la cabeza porque, ¿sabes qué? Que he vivido desde bien pequeña con miedo al hambre. ¡Gracias por eso también, querida cultura de la dieta! Cuando empecé con mi nutricionista no me dio muchas pautas, eran pocas y bien sencillas, y una, la más básica, era no comer sin hambre. Tiene todo el sentido del mundo, ¿verdad? Igual que no vas a hacer pis si no tienes ganas, pues no tiene sentido que comas si no las tienes.  Pero como en otras muchas cosas en la cultura de la dieta, el que algo no tenga sentido no tiene importancia. La cultura de la dieta tiene una relación insanísima con el hambre. Por un lado, propone una alimentación restrictiva y pautada que provoca un hambre casi constante (y no hablo de antojos o caprichos, hablo de hambre de la que duele) y, por otro, demoniza el hambre. Tener hambre es de gordas, vaya. Com

Amor─amor (pero no el de Cacharel)

 Es una pena que no tenga el tiempo ni la paciencia para escribir ensayos. ¡Qué cojones! Si ni siquiera soy capaz de escribir un post de blog medio coherente y cuidado, voy siempre a salto de mata... Pero digo que es una pena porque de vez en cuando se me ocurren ideas interesantes. Por ejemplo hoy se me ha ocurrido que el amor─amor probablemente empieza cuando cuando decae el romanticismo.  Es fácil querer a la persona de los grandes gestos, la persona siempre atenta, arreglada, preparada para cualquier eventualidad posible, la que tal vez no lleva máscara, pero sí una capa de maquillaje que te cagas de gruesa. No me digas que no: todos hemos estado en esa fase. Y, como estaba diciendo, no tiene mérito ni complicación querer a alguien que se esfuerza tanto en complacernos. Eso es el modo fácil. El amor─amor, ese amor épico, profundo e intenso creo que empieza a manifestarse cuando la épica deja de ser la tónica. Querer a la persona despeinada, desmaquillada, con cambios de humor, con

Alabado sea el fuertecismo.

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 Hay días que son una soberana mierda. Las cosas como son. Hoy ha sido un lunes súper lunes, y eso que en el trabajo las cosas han ido bien, normal, pero no paro de echar de menos y aunque sé que eso me drena energía, no puedo evitarlo. Tampoco ha empezado muy bien el día: he dormido poco y mal. Por lo menos los lunes sí puedo compartir un rato al medio día con el parejo, que algo es algo (estoy llevando muy mal la vuelta a la rutina rollo Lady Halcón, la verdad), pero, me repito, salvo ese detalle y poco más el día ha sido bastante mojoner .  Me he propuesto como objetivo de bienestar de la próxima quincena meditar todos los días un poco. No soy nada ambiciosa: 10 minutitos. Noto que después de meses con la ansiedad bastante a raya mi querida amiga está volviendo a ponerse fuerte y quiero ponerle cortafuegos. No te voy a mentir: hoy lo de la meditación ha funcionado regumal. También es normal, claro: diez minutos y encima el primer día después de eones. Milagros a Lourdes, claro. Pero

Vestido verde: EL RETONNO.

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  En esta entrada hablo de mi proceso de cambios en la alimentación, de la pérdida de peso que está teniendo como consecuencia y de los cambios en la percepción de mi propia imagen. Si estos temas pueden ser delicados para ti, tal vez no deberías seguir leyendo. Eso sí: eres maravillosa tal y como eres.  Ya conté hace unos días que últimamente estoy perdiendo peso sin hacer uso de la tan mentada fuerza de voluntad , más bien a golpe de tarjeta de crédito (más allá de los honorarios de mi nutri, que son bastante ajustados, comer bien es muy caro).  A consecuencia de esa pérdida de peso he empezado recientemente a notar cambios en mi imagen y en mi ropa, he empezado a verme mejor. Eso hace que me sienta más a gusto delante de los espejos (mis archienemigos) y que mi autoestima esté un poco más alta. Y eso, a su vez, ha hecho que me atreva a enfrentarme a un momento difícil con un buen estado de ánimo: me he probado EL VESTIDO VERDE.  (He ido a ver si había hablado del VESTIDO VERDE por

¿Y qué hay de lo mío?

 Hoy tengo una sensación de fracaso absoluto. Una de las frases que más digo es «no me da la vida», pero es que no me da la vida. Tengo la sensación de no estar haciendo mi trabajo todo lo bien que me gustaría por falta de tiempo (y porque me niego a dedicar el 100% del tiempo que estoy despierta a trabajar, perdon't). ¿Sabéis que dentro del horario de los profesores no hay horas dedicadas a preparación de clases, corrección de ejercicios ni nada que se le parezca? En serio. En nuestro horario regular (el que se hace en el centro) están las clases, las guardias, reuniones de coordinación, labores de tutoría (nunca es suficiente el tiempo que nos dan para esto, la verdad) y similar. En el horario no regular, esto es, el que se hace fuera del centro, están las evaluaciones, los claustros, la formación, la participación en consejos escolares y otras actividades, etc. etc. No hay ningún apartado para planificar las clases o para evaluar el producto de los aprendizajes del alumnado. ¿No

Siempre a tope.

  Ayer veía a un tolai de los interneses decir, básicamente, que en las relaciones hay que ir siempre a tope. Que si un día no te apetece estar tan cariñoso con tu pareja o lo que sea, que no pierdas el tiempo, que no estás enamorado y que mejor pasar a otra cosa. Que era un tolai, ojo, no le doy mucha importancia. Espera, que todo va a tener sentido, creo. Esta mañana alguien compartía una foto de una Gran Vía desierta en tuiter. Era una foto del confinamiento, claro. Otro tuitero le comentaba que le parecía que aquello había sido una pesadilla a veces. Yo, por el contrario, y de no haber sido por el pequeño detalle de que había una pandemia mundial colapsando los hospitales y cargándose a la gente, lo habría vivido como un sueño. No sabía cuánto necesitaba esa lentitud hasta que la tuve. El mundo es, para mí, como una canción en la que la música va más rápido de lo que yo puedo cantar. No sé si puedes hacer el esfuerzo de imaginártelo, pero por si acaso no, ya te lo digo yo: no es ag

Expectativas bajas y aún así.

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 Yo anoche me acosté con pocas expectativas para el día de hoy y cuando ha sonado el despertador, la cosa tenía buena pinta: he dormido tapada con mi manta gustosita y razonablemente bien y no me encontraba ansiosa ni más nerviosa de lo razonable. Yo solo esperaba poder reservar una invitación para un concierto gratuito el sábado y que mis alumnos parecieran majos.  Lo primero no va a ser posible porque, aunque las invitaciones se abrían a reserva a las 9, a las 9.01 ya se habían acabado todas. La cara que se me ha quedado y el cabreo ha sido interesante porque ME APETECÍA MUCHÍSIMO. También os digo que me lo esperaba: lo gratis vuela. Pero leñe... Precisamente por eso estaba a las 9 en la página. Pues ni así.  Pero por si eso no fuera poco, tenía una notificación electrónica de un organismo oficial que me ha dado una bofetada en la cara y me ha recordado lo inhumanas que son las instituciones, lo frías y asépticas (y no por ello más justas). No voy a entrar a explicarlo, pero me ha en

Por suerte.

 Hoy es un día de esos en los que puedo sentirme afortunada. O debo. O yo qué sé. La cosa es que estaba un poco nerviosa por el horario que me fueran a dar en el trabajo y bueno, ni tan mal teniendo en cuenta lo que me esperaba. Los he tenido peores.  Además supongo que también me ha pillado con una actitud distinta porque, de camino al trabajo, he visto en una plazuela, colgando de un poste metálico, un cuadro. A ver, he intuido que era un cuadro porque lo he visto desde atrás, pero al pasarlo y mirar lo he corroborado: se trataba de una pintura de una batalla que parecía sacada de las Mil y una noches (¿sabíais que desde hace 10 años hay un señor que se dedica a contar las Mil y una noches, una a una? ). No he tardado en descubrir qué hacía un cuadro ahí, en un poste en medio de una plaza, ya que justo enfrente, en un banco de hierro, duro como sus muertos, había una almohada grande y una manta perfectamente dobladas. Total, que me he colado sin querer en el dormitorio de alguien co

13/09/2022

Se me ha ocurrido que, de vez en cuando, podría escribir aquí como pequeños apuntes de diario. Por aquello de mantener este blog agonizando. Hoy ha sido un día agradable. Como había algo que celebrar, he ido con parejo a comer a un sitio unas hamburguesas riquísimas. Se me ha ocurrido que tal vez debiera darme la tarde libre, pero creo que la voy a necesitar más mañana y tal vez pasado, así que hoy he estado preparando apuntes y movidas.  En lo que pienso hoy es en que cuando a una le gusta cómo es, no merece la pena intentar ser de otra manera. Vale más esperar a que te quieran como eres. Si es que eso llega a pasar, claro. Si no, al menos siempre sabes que puedes disfrutar de tu propia compañía. Hoy de esos días en que más que lamentarme por lo sola que me siento a veces doy gracias por haber aprendido a estar conmigo misma.  Gloria Fuertes lo dijo mejor que yo (como muchas otras cosas): En las noches claras, resuelvo el problema de la soledad del ser. Invito a la luna y con mi sombr

Casi todo es cuestión de fuerza de voluntad.

 Y esa frase es verdad si cambias «fuerza de voluntad» por «dinero».  Recuerdo que hace unos cuantos años escuché una charla de un psicólogo (no recuerdo el nombre, ustedes me perdonen) que decía que la fuerza de voluntad no existe o, al menos, que nada se consigue principalmente con fuerza de voluntad. Es inmensamente más fácil dejar de fumar, por ejemplo, si cuentas con ciertas condiciones facilitadoras que si  tienes fuerza de voluntad, sea lo que sea eso, y por mucha que tengas. Lo mismo ocurre con la alimentación saludable y la pérdida de peso. Y aquí es donde voy. Desde la sociedad gordófoba y pesocentrista en la que vivimos, estar/ser gordo está mal (sí, parece que la gordura tiene implicaciones morales) y dejar de serlo es una cuestión de fuerza de voluntad. Si no adelgazas es porque no tienes fuerza de voluntad, porque eres débil. Y la explicación gusta, porque es sencilla y porque si no somos gordos nos hace sentir, de alguna forma, superiores: nosotros sí tenemos lo que hay

No era mejor, eras más joven.

 Esta mañana mi madre me ha mandado un vídeo sobre la generación de hierro, la de nuestros abuelos, frente a la generación de cristal, la nuestra. Por supuesto, aquella era mejor. Hace unos días pululaba por Twitter un tuit con un vídeo. El autor se preguntaba por qué no se paró el tiempo en el momento del vídeo, que representaba una alfombra roja de los Oscars (creo) en los años 90 (creo, no le di demasiada importancia). Unos días después vi otro mensaje de alguien que decía que nuestros abuelos eran más felices porque no necesitaban Netflix ni smartphone. De tanto en tanto se leen afirmaciones que dicen que los dibujos animados de antes eran mejores, la música era mejor, había menos bullying, menos racismo, menos violencia de género, menos problemas de todo tipo. El paraíso perdido, caris. No puedo hablar sobre cómo era en la posguerra (no estaba allí, pero me atrevo a afirmar que tampoco era un carrusel de felicidad), pero sí estaba ahí en los 90 y en los 2000. Y no, no eran ese rem

Kill them softly with kindness...Or die trying?

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 ¡Hola! Aquí estoy, de vuelta. Siempre vuelvo a este espacio cuando quiero compartir alguna neura con más tranquilidad y como últimamente Twitter no me da esa tranquilidad, pues eso.  Resulta que ayer vi una peli rarísima pero que me acabó gustando mucho y, a medida que la voy digiriendo, me gusta cada vez más. La peli en cuestión es Everything Everywhere All At Once .  La peli tiene un contexto de fondo muy de ciencia-ficción (con una tecnología que permite viajar entre multiversos) pero la historia que cuenta no puede ser más de este momento y de este mundo. ¡Ojo! Si no has visto la peli y tienes intención de verla, te recomiendo que huyas de aquí para verla con toda la capacidad de sorpresa e interpretación intacta. Eso sí: vuelve cuando la hayas visto, anda :) La peli trata un montón de temas: las relaciones maritales, las relaciones madre-hija, la depresión, la insatisfacción vital... Todo ello con una historia que, por sí misma, no es tan rocambolesca como parece, pero es que, am

¿Qué haces que no estás viendo #Hacks?

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  El viernes pasado, cuando abrí la app de HBO me encontré con una sorpresa inesperada: ¡Hacks había vuelto! Y no en forma de chapa, sino de dos capítulos (para ir abriendo boca de esta temporada) cortos, como lo son los de la serie, que me supieron a gloria. No voy a dar mucho la turra sobre Hacks (a no ser que alguien me lo pida, entonces estaré encantada). Solo diré dos cosas. Una, de qué va la serie. Dos, una razón de peso para verla. Empezamos por el principio. La serie va de Debora Vance, una cómica de Las Vegas que ve cómo su tiempo está pasando. De hecho, piensan sustituir su número estelar en el casino en el que actúa y relegarla a otros espacios. Y de una escritoria milenial, Ava, que comparte representante con ella y que, tras haber sido apartada de su último proyecto por una serie de declaraciones polémicas, acaba siendo contratada por Debora, para que le ayude con su número. Bueno, en realidad la serie no va de ellas, sino de la relación entre ellas. Eso es, así a grandes

No, gracias.

 Últimamente estoy compartiendo trayectos de ida o vuelta del trabajo de manera ocasional con una compañera. Ella es una mujer que, en apariencia, ha tachado todas las casillas (o casi) y parece feliz con su vida (yo creo que lo es). Tiene estudios, está casada desde hace 10 años, aproximadamente, tiene un buen trabajo (o al menos uno de los no muy malos, porque lo mismo eso del trabajo bueno no existe) y dos niñas encantadoras.  Al principio de la semana hablamos sobre el balance del fin de semana y al final sobre los planes para el siguiente. Yo siempre me quejo de que apenas he tenido tiempo y/o energía para hacer lo que me apetecía y ella, entonces, empieza con su repaso a las interminables tareas y actividades que ha llevado a cabo, muchas de las cuales tienen como centro a sus hijas. Es lo normal, claro. Yo, entonces, me siento un poco culpable por la queja y porque, si todo ha ido bien, me he quedado hasta las tantas en la cama el domingo.  Pienso que la maternidad no es para mí

Ensayar la sonrisa. (Bienvenidas las tristes)

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 Anteayer empecé «Killing Eve». Sí, yo a mi ritmo. Nada más empezar me encontré una escena que me resultó muy evocadora. Ya sabéis que soy una intensa y que veo metáforas en todas partes. En ella Villanelle, la asesina, y una niña están mirándose a los ojos mientras se comen un helado. Ella está seria, por lo tanto, la niña también. Después la niña mira al camarero de la heladería, que le sonríe y le guiña un ojo. La niña le devuelve la sonrisa. Entonces Villanelle ensaya una sonrisa que parece sentida, auténtica, y se la proyecta a la niña que, por supuesto, le responde: se ha tragado la mentira.  Esa habilidad, la de saber sonreír cuando no hay ganas, cuando no apetece, es una que muchas hemos desarrollado. De pequeña yo no aprendí nada sobre asertividad, pero aprendí que sonreír era importante. Durante años he presumido de mi sonrisa perenne, harto ensayada, hasta que me he dado cuenta de que sonreír por no molestar es como fingir los orgasmos. Eso, claro, me hace una persona menos

De otra pasta.

  A veces, en los momentos medio bajos (porque en los bajos bastante tengo ya con lo mío) me paro a pensar en si soy más débil de lo que lo eran mis padres. Te aseguro que es una mejora. Antes directamente me preguntaba por qué era tan débil.  Supongo que ayuda ver que, de alguna forma, no es algo solo mío. Mi hermano, que es todo lo contrario a mí, también ha dejado ver sus costuras últimamente y me ha mostrado que, como a mí, la vida se le hace bola y tiene muchísima mierda con la que lidiar. Y mi hermano es una bestia parda. Así que no soy solo yo (desde luego) ni la gente que se me parece (gente sensible, con estudios, urbana, privilegiada, blablabla) la que está hasta el último pelo de lo más alto de la cabeza de esta mierda. Los millenials estamos hartos, cansados, amargados. ¿Somos «peores» que nuestros padres? ¿Más débiles, más frágiles, más quejicas?  Ojo, que no quiero ponerme anairis de la vida. Mis padres no eran funcionarios de Correos ni nada por el estilo, y esa es la co

Tan, tan cansada.

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 Hoy he cerrado la puerta de casa y me he echado a llorar. Tal cual. Ha sido inmediato. Y no ha sido un llanto leve, no. Parecía que se me hubiera muerto alguien. O algo. O yo qué sé.  Y no me pasa «nada». Solo que estoy cansada, pero mucho. Exhausta. Un nivel de cansancio capaz de hacerme llorar como les pasa a los niños pequeños cuando están agotados.  Pero estoy bien . Y por bien quiero decir que no estoy deprimida, que no es como el año pasado. Mi ánimo mejora en cuanto encuentro tiempo para mí y para descansar. El problema es que no lo tengo.  Me parte el corazón que este esté siendo, últimamente, mi estado normal.  Espero que tú, al otro lado, estés mejor :)

Antiarrugas

 En mi última crisis vital me ha dado por buscar cremas antiarrugas. Así, como de la nada, me puse a pensar que tengo 34 años y que, probablemente, sería el momento de meter productos antiarrugas a mi rutina facial. Suena inocuo, ¿verdad? Hasta razonable. Pero, claro, mi mente no piensa así. De repente cambiar mi rutina facial se convirtió en una prioridad absoluta con su correspondiente poquito de ansiedad, cómo no. Pasado el peor momento (y, por si había alguna duda, tras haber comprado agua micelar, tónico, antiarrugas y un contorno de ojos de repuesto) sentí que necesitaba contárselo a alguien pero es una de esas cosas que me dan una vergüenza insoportable. Por el arranque compulsivo de búsqueda de potingues, sí, pero también por lo que esconde detrás.  Con el tiempo he aprendido que estas situaciones no aparecen porque sí, sino que son la manifestación de algo más profundo. Y con esta ya van dos (tres, si contamos el gimnasio) relacionadas con lo mismo. Primero fueron las ojeras,

Un alumno nuevo (III)

 Parece ser que lo único que le da continuidad a este blog últimamente es la historia de mi alumno nuevo, lo cual no es del todo bueno porque mi alumno nuevo se va a convertir de forma inminente en mi ex alumno.  Así es. De hecho, yo ya he tenido la última clase con él. Le quedan un par de días en el centro solamente. Mi alumno nuevo (ya no tan nuevo, claro) llegó al centro contra su voluntad. Como ya os conté, sus inicios fueron un tanto accidentados pero, por suerte, con el paso de las semanas la situación fue mejorando mucho. Bueno, por suerte no. La situación fue mejorando gracias a los compañeros del alumno, que se volcaron con él, y gracias al esfuerzo de algunos profesores (y, dicho sea todo, a pesar de la actitud de otros).  Que mi alumno se vaya es, a pesar de todo, una buena noticia. Eso no impide que tanto él como yo (e imagino que a sus compañeros y a otros profesores les pasará lo mismo) estemos algo tristes. A mí, al menos, me da un poco de pena que porque hay tanto esfue

El tarro de los buenos momentos, edición 2021

 ¡¡Hola, hola!! No estaba muerta, que no, pero tampoco de parranda. Si me estás leyendo supongo que ya sabes que esto de los blogs anda de capa caída. Yo me niego a dejar morir este, así que de vez en cuando vuelvo y publico algo. Y uno de los clásicos del blog es la apertura del tarro de los buenos momentos a principio de año.  Lo que me pide el cuerpo es decir que el final de 2020 y la primera mitad del año 2021, por lo menos, han sido una mierda. Así, tal cual. Pero si lo digo me siento ingrata porque este año es el año que he dejado de vivir de alquiler, que he podido traerme mis libros más queridos a mi casa, por fin, y otras muchas cosas estupendas. La cosa es que no he podido disfrutar de ello como me habría gustado porque 2021 es el año en el que me rompí, el año en que una depresión se me anudó en el pecho junto con su poquito (mucho) de ansiedad, poniendo una especie de catarata que me apagaba los colores de la vida. También, por suerte, es el año en el que, a pesar de los go