Ensayar la sonrisa. (Bienvenidas las tristes)
Anteayer empecé «Killing Eve». Sí, yo a mi ritmo. Nada más empezar me encontré una escena que me resultó muy evocadora. Ya sabéis que soy una intensa y que veo metáforas en todas partes. En ella Villanelle, la asesina, y una niña están mirándose a los ojos mientras se comen un helado. Ella está seria, por lo tanto, la niña también. Después la niña mira al camarero de la heladería, que le sonríe y le guiña un ojo. La niña le devuelve la sonrisa. Entonces Villanelle ensaya una sonrisa que parece sentida, auténtica, y se la proyecta a la niña que, por supuesto, le responde: se ha tragado la mentira.
Esa habilidad, la de saber sonreír cuando no hay ganas, cuando no apetece, es una que muchas hemos desarrollado. De pequeña yo no aprendí nada sobre asertividad, pero aprendí que sonreír era importante. Durante años he presumido de mi sonrisa perenne, harto ensayada, hasta que me he dado cuenta de que sonreír por no molestar es como fingir los orgasmos. Eso, claro, me hace una persona menos agradable (lo de no fingir los orgasmos y lo de no fingir las sonrisas, ambas cosas): es mucho más fácil para todo el mundo fingir. Para quien nos rodea, porque no tienen que hacer nada, todo va bien, estupendo. Para quien finge, porque no tiene que dar explicaciones ni soportar cuestionamientos (que ya se sabe que un mal día lo tiene cualquiera, pero si te pasa con frecuencia el problema seguramente es tuyo). Pero que sea más fácil no indica que sea lo correcto (probablemente todo lo contrario).
Todos sonreímos tanto (sea de verdad o no) que hay una especie de pudor alrededor de todo lo que no son sentimientos positivos. Por ejemplo, ayer leí algo que me llamó la atención. Estoy empezando a usar Mastodon, como un número considerable de personas, por lo que los usuarios más veteranos están dejando recomendaciones y explicaciones sobre funcionalidades de la web. Una de esas funcionalidades es el botón de «content warning» (aviso de contenido) que muestra solo una breve explicación sobre el post y un botón para desplegarlo si, a pesar de la advertencia, quieres leerlo entero. La persona que lo explicaba dejaba a discreción de cada uno decidir qué cosas merecen un aviso de contenido, pero indicaba que cuestiones relacionadas con la religión, la política, el sexo o la depresión podían molestar a otras personas, por lo que eran candidatas a considerar si merecían esa etiqueta. Y me llamó la atención que la depresión estuviese ahí. Primero, porque creo que una persona con depresión que se expresa y deja salir su malestar en redes puede encontrar ayuda, soporte, una red de apoyo. Y segundo, porque, aunque reconozco que puede ser molesto leer a una persona que está en la absoluta mierda día sí y día también, solo se menciona la depresión. Si a una persona que está en la absoluta mierda le molestan los post megafelices de otros, que se joda. Si alguien que no llega a fin de mes le molestan las fotos de tus vacaciones en Cancún, que se joda. Será que el tema me toca de cerca, pero tremendo doble rasero, ¿no?
Hasta que no he estado verdaderamente mal no me he dado cuenta de hasta qué punto vivimos en un mundo que nos exige ensayar y perfeccionar la sonrisa y que considera de mala educación responder honestamente a la pregunta «¿Cómo estás?». Así que, desde hace un tiempo, he decidido que si tengo que escoger alguna revolución más, va a ser esta.
Bienvenidas las tristes. O como dice mejor Carmen Jodra Davó:
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