Torpe, incompetente,inútil.
Recuerdo una de las clases de pedagogía del máster. El profesor nos hablaba en un tono severo y nos decía que fuésemos comprensivos, sensibles. Nos señalaba que, como licenciados, probablemente no habíamos sabido en la vida lo que significaba el fracaso escolar, sentirse incapaz de aprobar, sentirse ridículo, incompetente. Que, cuando fuésemos profesores, si algún día llegábamos a ello, nos parásemos a pensar un minuto antes de colgar la etiqueta de negado a un alumno. Que pensásemos en por qué adopta la actitud que tiene, en cómo se siente fracasando una y otra vez. Porque fracasar no es plato de gusto para nadie, por muy convincente que sea la careta que se pone. Y tiene razón. No sé si muchos profesores se paran a pensar eso cuando cuelgan las inevitables etiquetas a sus alumnos. Lo que el paint no pueda expresar... Pero mi profesor se equivocaba en parte, pues por muy exitosa que haya sido la vida académica de uno, eso no significa que la sensación de fracaso le sea ajena