Antiarrugas

 En mi última crisis vital me ha dado por buscar cremas antiarrugas. Así, como de la nada, me puse a pensar que tengo 34 años y que, probablemente, sería el momento de meter productos antiarrugas a mi rutina facial. Suena inocuo, ¿verdad? Hasta razonable. Pero, claro, mi mente no piensa así. De repente cambiar mi rutina facial se convirtió en una prioridad absoluta con su correspondiente poquito de ansiedad, cómo no.

Pasado el peor momento (y, por si había alguna duda, tras haber comprado agua micelar, tónico, antiarrugas y un contorno de ojos de repuesto) sentí que necesitaba contárselo a alguien pero es una de esas cosas que me dan una vergüenza insoportable. Por el arranque compulsivo de búsqueda de potingues, sí, pero también por lo que esconde detrás. 

Con el tiempo he aprendido que estas situaciones no aparecen porque sí, sino que son la manifestación de algo más profundo. Y con esta ya van dos (tres, si contamos el gimnasio) relacionadas con lo mismo. Primero fueron las ojeras, luego el gimnasio y ahora las arrugas. ¿Qué me pasa?

Pues que tengo miedo de la decadencia estética. Me vais a perdonar la frivolidad, tal y como está el mundo, pero así es. Tengo la sensación de que mis mejores momentos físicos ya hace tiempo que han pasado, ahora sí. Qué digo. No es una sensación, es una seguridad. Yo nunca he sido una mujer especialmente llamativa (más que nada por lo de no ajustarme al rango normativo de tallas porque, en justicia, diré que soy guapísima y que, en mis proporciones, he tenido un cuerpazo), pero de un tiempo a esta parte (creo que ya llegué a hablar de esto, o tal vez no, tal vez borrase el post porque me diese vergüenza) me siento invisible. 

Ahora es cuando os reís de mí, pero algo que me ha hecho sentir bien cuando era más joven era sentirme sexy, atractiva hasta cierto punto. Sabía que a pesar de no ser lo que la sociedad considera una tía buena, tenía mi público y sabía que a alguno y, a veces, a alguna (menos de las que me gustaría) se les subían los calores al pensar en mí. De todas maneras, lo pienso fríamente y no creo que sea tan estúpido, ¿no? ¿No es agradable sentirse deseado, atractivo, apreciado? Y por lo mismo, ¿no es normal sentirse mal cuando eso se desvanece? 

Así que de ahí mi pulsión por hacer desaparecer las ojeras, por ponerme más fuerte (aunque esto luego esto esté siendo positivo en otros sentidos) o por introducir productos antiarrugas en mi rutina facial. Como si algo de eso fuera a servir. 

Ahora iba a hablar de que, quizá, haya una parte positiva. Que esa apreciación física haya cambiado por otro tipo de apreciación, quizá respeto, valoración social... Pero, siendo honesta, no lo creo. Además, acabo de oír el pitido que indica que la lavadora ha acabado el programa y las sábanas no se van a tender solas. 

Como veis, además de una mujer invisible soy una mujer con una vida apasionante :P



Comentarios

  1. el gimnasio puede tener un efecto positivo en tu salud, no lo abandones...en cuanto a las otras dos cosas, la decision es tuya. Piensa en lo que te hace feliz. Besos, Fer

    ResponderEliminar
  2. Lo importante es quererte. Y la invisibilidad, me temo, no va a mejor con la edad.🙂🥰

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Tontos-a-las-tres.

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López