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Mostrando entradas de marzo, 2018

De las dudas infinitas.

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La niña observa su obra desde todos los ángulos posibles, rodeando el castillo de arena, deteniéndose en cada flanco, agachándose para verlo de cerca y dando un paso atrás de vez en cuando para contemplar el conjunto. Toma la pala y derrumba una de las torres. Llena el cubo con los escombros de la construcción recién derruida y los prensa bien. Después, toma el recipiente entre sus dos manitas y se concentra (puede verse que está concentrada porque saca la punta de la lengua por un lado de la boca) unos instantes antes de volcar el cubo en el solar que había despejado poco antes. Vuelve a repetir el proceso: mirar de cerca, de lejos, alrededor... Su padre la observa desde la distancia y sonríe. No se lo dirá, es muy pequeña para entenderlo todavía, pero cuando la mira le parece mentira que él haya tenido parte en la creación de toda esa magia. ¿De dónde sale esa curiosidad, esa dulzura inagotable, ese inocente sentido común? Suspira. Se imagina cómo será ella cuando tenga la edad

Heroicidades

Conduce distraída. Le queda más de una hora de viaje, está agotada, podría haberse quedado en casa, durmiendo hasta tarde. Quizá prepararse algo rico para comer y leer un poco. No hacer nada que su cuerpo no le pidiese imperiosamente. Pero estaba conduciendo. Llegaría y tendría que pasar por el mismo trámite de siempre. Sabía que hoy tampoco la reconocería. Hacía ya varios meses que se había perdido en algún cajón recóndito de la memoria de su padre (no soportaba creer que había desaparecido para siempre). A veces, si había suerte, la confundía con su hermana, pero aquello rara vez acababa bien. Así que casi prefería que, simplemente, no la reconociese, que no pensase en nadie al ver su rostro. De ese modo tenía la oportunidad de ganárselo cada fin de semana y, en los días muy buenos, despedirse estrechándole la mano mientras él le daba las gracias por haberse entretenido con él. Sí, sabía que no la reconocería y que haría la hora y media de viaje de vuelta llorando. Pero seguía vol

Celebrarlo todo.

Hoy quiero celebrarlo todo. La forma en que me miras cuando yo no me doy cuenta. Tu risa, metiéndoseme en los rincones. Tus manos curvadas con mi cintura, acariciando mi espalda, perdiéndose entre mis rizos, preparando la comida. Los sueños que me dedicas aunque luego los olvides. Tu voz, acunándome cuando estás y cuando no. Tu manera de hacerme el amor con el cuerpo, con la voz, con la mirada y hasta con el aliento. Todo. Hoy quiero celebrar que sigo viva. Que la luz entra en mi casa y me ha vuelto la sonrisa. Hoy celebro que me quieres. Que me quieren. Que me quiero. Que me encuentro entre la niebla. Que sé volver a mí. Que vago, pero no me pierdo. Quiero celebrarlo todo. El escalofrío y la caricia, el llanto y la calma, mi voz y mis silencios. Todo. Porque las ocasiones de celebrar siempre pasan. No voy a perder ni una.

Córdoba

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Te echaba de menos, la verdad. Verte sin disfrutarte me estaba matando un poco, aunque no me daba cuenta. Pero hoy, por fin, te he gozado. Te he encontrado tumbada al sol, soñando con la primavera después de tanta lluvia. Me he perdido en tus rincones y, como siempre desde que hicimos las paces, me he sentido bien recibida. Tus calles acariciando mi mirada me han devuelto la sonrisa. Qué fortuna haberte encontrado. Qué bendición quedarme.

Poesía.

Todo empezó con Gloria Fuertes. Al principio, cuando era niña, y ahora. El año pasado me regalé El libro de Gloria Fuertes  y eso, y volver a tener hambre de poesía, fue todo uno. Yo ya venía con los versos puestos. Hacía unos meses que había parido Pedazos (con todos sus fallos y carencias) y llevaba también unos cuantos escribiendo poesía con cierta asiduidad (mis versos florecen en las ruinas, como las amapolas, y la vida se me había venido abajo o, mejor dicho, yo la había derruido a patadas). Y luego llegó Córdoba, con ese olor a dama de noche que no hay pluma que lo resista... Total, que yo estaba escribiendo mucho. Pero leer, lo que es leer... Ella volvió a tener la culpa. Y después, Luis García Montero, al que llegué de la mano de Quique González, y, a su vez, de su mano. Aunque tú no lo sepas era un poema, un poema maravilloso. Y yo, que había perdido la esperanza de que un poeta vivo me hiciese llorar, y temblar, y querer morirme y vivir a la vez, resucité a la pasión po

Mi sitio.

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Puede que algún día encuentre el hueco que me reservaban, que llegue y ocupe una silla vacía dispuesta para mí por el destino. Puede que me rodeen las cualidades que me faltan, custodiadas por otras voces, otros ojos, otros cuerpos. Puede que un día esté donde se me esperaba, donde quería estar, bajo mi porción de cielo. Mientras, vago perdida, incómoda en todos los asientos. *** Quería escribir un post. Iba a hablaros, en general, de la poesía que he estado leyendo, pero al final, no sé. Así que he rebuscado en mis cuadernos y he subido un poema.  Aunque sea por que este blog no se muera de hambre, que vienen tiempos difíciles (para sacar tiempo).