Hace tiempo que no me pinto los labios.
Esa ha sido la primera señal. Hace tiempo, semanas, muchas, que no me pinto los labios. Hoy he caído en la cuenta. Ese gesto simple me encantaba. El solo hecho de ver mi boca coloreada frente al espejo me levantaba el ánimo. Pero últimamente -o no tan últimamente- no le veo sentido, y mis lápices de labios, quizá desconcertados, padecen su abandono por los cajones. La otra señal ha sido que hoy, durante mi paseo hacia el trabajo, al llegar al Puente Romano, no me he sentido mejor. Hace unos cuantos días escribí un tuit que decía algo así como que no sabía qué pasaría el día que Córdoba no me calmase los dolores. Y hoy no ha funcionado. Ni el paseo, ni Córdoba, ni el viento frío, ni todos mis intentos por apaciguar el torbellino de pensamientos y emociones que me bullían en la cabeza, por disipar los augurios, por levantarme la losa del pecho. Así que lo he hecho. Ya casi llegando al trabajo, he sacado el móvil y he pedido cita para mi médico de cabecera. El miércoles que vien