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Mostrando entradas de julio, 2019

Aconfesional, mis cojones.

Bueno, aquí estoy, escribiendo un post que sale de la rabia y la mala leche. El próximo curso no voy a repetir centro. Supongo que, como ya sé lo que se siente, pues a otra cosa mariposa. Y no os equivoquéis: estoy contenta. El centro que me han dado (provisionalmente) promete y me permite quedarme en la capital que es lo que yo quería. Entonces, ¿qué es lo que me enfada? Pues mirad. Este año no sale plaza para mí en mi centro. Se apañarán con los profesores definitivos que hay. No hay horario para uno más porque sí, salen bastantes horas de valores éticos, no como para un horario, pero casi. Pero claro: gestionar a los profesores de un centro es complicado, y probablemente sea preferible llamar a un profesor de otra materia y repartir esas horas de valores éticos entre varios departamentos. Al fin y al cabo son la alternativa a la Religión, nada más, ¿no? Y ahí está el problema: cualquier profesional puede dar clase de Valores Éticos, pero nadie, salvo aquellos tocados por la div

Libro: Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez.

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Hace no demasiado saltó la noticia de que esta obra desaparecía de las lecturas recomendadas para 2º de Bachillerato en Andalucía, después de años leyéndose. Fue esa polémica (se atribuía la decisión a la Junta de Andalucía, lo cual no era verdad, sino que fue una decisión de la comisión de profesionales que regula la prueba de Lengua y Literatura de la selectividad andaluza) me devolvió este libro a la memoria y me recordó una lectura largamente pospuesta. Y como el verano es el momento de leer lo que caiga en las manos o en la memoria (para mí), me lancé con él. ¿De qué va el libro? Los girasoles ciegos es una colección de relatos que aborda las distintas derrotas (algunas de ellas, al menos) de los que perdieron la Guerra Civil o, mejor dicho, de los que no la ganaron (que no es lo mismo). Estos relatos se entrecruzan y se dan la mano en ciertos puntos, haciendo el corazón saltar mientras lees al descubrir esas conexiones. Hablando del libro... Me ha fascinado. Entiend

Libro: Stoner, de John Williams.

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¡Buenas! Hoy vengo con una reseña de un libro, que anda que no hacía tiempo. No porque no haya leído, sino porque, yo qué sé, no me han dado ganas de reseñar. Supongo que hay rachas. Este libro me lo regaló la madre de una alumna en agradecimiento por mi trabajo con ella. Casi lloro y todo. Tenía ganas de hincarle el diente, pero quería hacerlo en vacaciones, con tranquilidad, sin mudanzas por medio. Y bueno, en tranquilidad relativa, lo he acabado. ¿De qué va el libro? Pues el libro cuenta la vida de William Stoner, un granjero, hijo de granjeros, que acaba convirtiéndose en profesor de literatura en la Universidad. Y podría decirse que, en resumidas cuentas, eso es todo. Hablando del libro... Sé que la sinopsis no llama nada la atención. Carece absolutamente de epicidad y emoción. Y así es. No esperéis gestas épicas en el libro, una vida apasionante, hazañas memorables. Ni siquiera un final sorprendente. No hay nada de eso. Es solo la historia de un chaval al que mandaro

Peli: Pride (2014)

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Bueno, bueno, bueno. ¿Habéis visto Pride ? Si no, ya estáis tardando. ¡Hop-hop! No, en serio, es una película que merece mucho la pena y he disfrutado muchísimo viéndola. Os la recomiendo mucho. ¿Por qué? Pues porque es una de esas historias que dan esperanza. Porque, basada en una historia real, nos cuenta algo que parece increíble: personas distintas, unidas más allá de sus prejuicios, contra lo que consideran injusto. Parece una utopía, ¿eh? Pride nos cuenta la historia del movimiento Lesbians and Gays Supporting Miners (LGSM), esto es, Lesbianas y Gays en Apoyo de los Mineros, un movimiento que surgió durante la marcha del Orgullo de 1984 en Londres. Margaret Thatcher estaba aprentando las tuercas a los mineros y estos estaban en huelga, como habréis visto en otras películas como Billy Elliot . Se les ocurrió empezar a recoger dinero para las comunidades mineras y esa idea forjó un movimiento que, si bien no marcó una gran diferencia para los mineros, sí supuso un p

Mi abuela.

Mi abuela paterna se llamaba Mercedes. Era una de esas mujeres del campo de las que se habla tanto ahora. Una mujer dura, que parió en medio del piazo , mientras vendimiaba, y que después de comer estaba vendimiando de nuevo. Mi abuela tenía las manos rudas y nudosas de quien ha trabajado con ellas toda su vida. No solo entre pámpanas y surcos, sino también en lavaderos de agua helada, restregando con brío, con violencia, paños y pañales. La recuerdo con su pañuelo negro, siempre atado bajo la barbilla, y el pelo blanco recogido bajo él. De negro, siempre de negro, siempre de luto. Yo pensaba que era por mi abuelo, al que nunca conocí, pero no, ya de joven iba vestida siempre, siempre de negro. Y ya de joven tenía cara de anciana. Mi abuela no cuadraba en ninguno de los modelos de mujer que se me habían inculcado. No era delicada, no era cariñosa, era dura, estricta. Ahora la categorizaría como una Bernarda Alba pobre. La recuerdo golpeando el suelo con su bastón mientras sentenc

El don de la palabra.

Me he quejado muchas veces de que mis palabras no son suficiente. He señalado en más de una ocasión ese vacío inabarcable entre la palabra y la realidad, esa grieta inexpresable, y lo he hecho con disgusto o pena. Me he fijado en lo que no puedo tener, en lo que no puedo hacer. Pero hoy vengo a dar gracias por lo que sí puedo hacer. Doy gracias, porque no solo tengo el don de la palabra, como la mayor parte de los humanos, sino que, además, tengo la capacidad de usar las palabras para expresar mis sentimientos, mis necesidades, mis deseos, y creo que, además, tengo la capacidad de hacerlo de una manera bastante correcta, adecuada. Puedo comunicarlo casi todo, con más o menos esfuerzo. En los momentos de necesidad, no me han faltado palabras, sino el valor de usarlas. En los últimos tiempos estoy viendo cosas que se marchitan por la incapacidad de utilizar las palabras, y he visto cómo hay cosas que brotan cuando se ponen las palabras adecuadas. Quiero pensar, porque me supone ciert

Para recuperar la esperanza.

Llevo unos cuantos días con la esperanza moribunda. Es como si hubiese despertado de muchos sueños agradables en muy poco tiempo. Se me están muriendo las pocas certezas que me quedaban y se está haciendo posible lo que yo creía imposible (pero para mal). Estas cosas me ponen triste y me vuelven cada vez más cínica. A mis más de 30 sé que aún me queda inocencia porque noto cómo la sigo perdiendo. Y no me gusta. No me gusta sentirme así. Así que hago un llamamiento a mi legión de lectores (la ironía va con el cinismo, supongo) para que compartáis conmigo cosas para recuperar la esperanza, para sentirse un poco mejor con el mundo, para volver a creer en algo. Yo qué sé. Pueden ser experiencias, canciones, obras de arte, poemas, refranes... lo que se os ocurra. Yo os lo agradeceré, funcione o no. Un abrazo.

Quemando puentes.

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No conozco otra manera de avanzar. Yo me muevo hacia adelante pegando portazos y tirando la llave. Nada, nadie en mi vida dura demasiado tiempo. No tengo las fuerzas necesarias para arrastrar lastre ni quiero ser el lastre de nadie. Suelo desaparecer a la francesa y una vez me voy solo queda el humo tras haber quemado el puente. Volver a mí una vez me he ido es complicado: hace falta encontrar los caminos escondidos. Hasta ahora nadie lo ha conseguido. Hay pocos sitios a los que quiero volver, pocas vías abiertas. Cada vez menos. Vuelvo a preparar la cerilla y el bidón de gasolina.

La paz a mí debida.

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Hoy, domingo, me he tirado todo el día sola en casa, haciendo cosas que a mí me apetecían, recargando pilas. Ya veis, he estado escribiendo una carta, leyendo un poco, escuchando música y viendo series, todo ello sin escuchar a nadie más, ni siquiera a mí misma. Qué gustazo. De vez en cuando necesito ratos así o días así. Me sobrecargo fácilmente del ruido, de la prisa, del ajetreo, del estar con gente (incluso aunque sean personas que adoro). De tanto en tanto el cuerpo y la mente me piden desconectar. Antes ponía excusas o me forzaba a salir y hacer cosas porque temía que la gente me dejase de lado (como me ha ocurrido en más de una ocasión), pero ya no lo hago. Hace algo de tiempo tomé la determinación de expresar mis necesidades sin engañar ni dañar a nadie. Y, ¿a quién puede hacerle daño la frase "hoy prefiero quedarme en casa"? Mis vacaciones van a ser algo así. Descansar, hacer cosas sin reloj. Poco más. Cuando vuelva al trabajo en septiembre me preguntarán y di

Actualización de estado: entre cajas.

Hola. Os escribo desde el sofá. Mi intención era escribiros desde el balcón, esta mañana, mientras desayunaba, pero no ha podido ser: hay demasiadas cosas que hacer todavía. Ya estoy en mi nuevo piso, en medio de la mudanza. Bueno, empieza a verse la luz al final del túnel: aunque hay cajas por todas partes, ya hay muchas cosas colocadas y el piso es funcional. Poco a poco. Este año mis "vacaciones" (la vuelta al pueblo) se está retrasando un poco más de la cuenta, pero bueno, merecerá la pena. De momento estoy encantada con algunos detalles del piso. Tengo videoportero. ¡Y una SmartTV! Nunca había tenido una, oye. Es genial. Y tengo un pedazo de terraza genial desde la que hay unas vistas chulísimas. Ya os digo yo que en mi casa propia no va a haber unas vistas así. No me las puedo permitir. En contrapartida, tengo un cuarto de baño de los años 70. Un piso ecléctico, vaya. Desde que estoy aquí paso un rato en la terraza cada noche, mirando a Córdoba, tomando este inusu

Lo que las mujeres podemos aprender de Diógenes de Sinope.

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Diógenes de Sinope, también conocido como Diógenes el Cínico (kinikós en griego significa perro) fue un filósofo griego, al que podemos ubicar en el periodo helenístico. Tenía una manera de pensar y de vivir (sobre todo, de vivir) bastante particular, que lo convirtió a ojos de sus coetáneos en un personaje célebre. Su pensamiento parte de una premisa muy básica: la única manera en la que podemos alcanzar la felicidad (entendida no como la entendemos nosotros, sino como serenidad) es siendo autosuficiente, no dependiendo de nada ni de nadie. O, al menos, intentándolo. Se dice de él que vivía en una tinaja, sin más pertenencias que un cuenco, un manto, un zurrón y un bastón y que, un día, viendo cómo un niño bebía agua poniendo sus manos en forma de cuenco, él se deshizo del suyo. Es célebre la anécdota que comparte con Alejandro Magno, representada por varios pintores. Al parecer, Alejandro, fascinado por las historias sobre Diógenes, quiso conocerlo y, tras comprobar que todos