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Mostrando entradas de septiembre, 2023

Creo que le gusto de verdad...

 Nunca se me han dado muy bien estas cosas. Saber lo que la gente piensa de mí, por ejemplo. Nunca sé distinguir si alguien está realmente a gusto conmigo, si le parezco verdaderamente interesante, divertida o agradable o si, por el contrario, le parezco un coñazo pero está intentando ser amable. Pero esta vez creo que sí, que le gusto de verdad. Hemos quedado un par de veces y, cuando le propongo un plan, dice que sí. Cuando nos juntamos lo pasamos tan, tan bien, que nos da pena separarnos. El tiempo pasa rapidísimo y no miramos el reloj. (Miento, en nuestra primera cita sí lo miramos: teníamos compromisos después y el miedo de, como el tiempo se nos estaba pasando volando, llegar tarde. O, al menos, eso es lo que me pasaba a mí). Al separarnos nos escribimos para decirnos que lo hemos pasado muy bien, que tenemos que volver a quedar. Ayer incluso me dijo que un plan sencillo, como una cerveza, era más que suficiente mientras yo le mandaba el mismo mensaje. ¿No es bonito? Sí, yo creo

Carta a una adolescente enamorada por primera vez.

 Te entiendo. Él es ahora mismo lo más importante de tu vida. De hecho, probablemente creas que él es tu vida, que esta no tenía sentido antes de que llegara y que no eres capaz de imaginar el futuro sin él. Ahora mismo te sientes como la protagonista de un romance trágico en el que sois vosotros dos contra un mundo que no comprende vuestro amor y que está empeñado en poneros las cosas difíciles así que, ¿qué queda? Luchar contra todo y contra todos. Porque ese amor es lo más importante. Te entiendo porque he sido tú. He pasado tarde tras tarde en casa preguntándome si algún día algún chico iba a fijarse en mí, iba a ver las poquitas cosas buenas que yo tenía (yo creía que eran poquitas, como tú, seguramente). Si alguien iba a verme, en definitiva, porque parecía que la vida pasaba a mi alrededor sin detenerse en mí, como si yo no existiera.  La gente nos ve, querida mía, claro que nos ve. Y ven si pueden encontrar en nosotros lo que buscan. Pero lo que buscan no siempre es bueno. Yo m

Reconocer la pobreza

 El año pasado trabajé en un centro en el que los objetos perdidos eran un problema porque nadie los reclamaba. Tan grave era la cosa que una responsable se encargó de inventariar los objetos perdidos que nadie había reclamado y nos pidio que comentásemos en nuestras tutorías que había un montón de cosas cuyos dueños no habían reclamado, por si a alguien se le encendía la bombilla y le daba por recuperar algo.  Entre los objetos perdidos había, sobre todo, ropa: sudaderas, chaquetas de chándal, bufandas... También paraguas. Y, sobre todo, abrigos y chaquetas. Muchos. Me chocó una barbaridad porque además muchas de las prendas eran de marcas bastante caras. Un abrigo, de por sí, no es una prenda barata, pero si encima es de marca... Recuerdo que una vez mi hermano se olvidó el abrigo en el cole y, tal como cruzamos la puerta, mi madre nos mandó a los dos de vuelta a recuperarlo porque a) el abrigo costaba un dineral y b) solo teníamos uno, así que si no lo recuperábamos, al día siguient

Reseña: «Por qué (no) deseo», de Laura Morán.

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  Bueno, bueno, bueno. Han sido casi 100 años sin hacer una reseña de un libro en este blog, pero anoche acabé Por qué (no) deseo , de Laura Morán y me apetece muchísimo hablar de él. Y no es porque no lo esté haciendo: mis amigas han sido víctimas de comentarios relacionados con este libro de manera ocasional desde que empecé a leerlo hace unas cuantas semanas.  La idea de hacerme con este libro surgió de una charla que la propia Laura Morán dio en unas jornadas de mujeres científicas que tienen lugar en Córdoba cada año con la ocasión de conmemorar el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Su charla, titulada «Laura, no está», se centró en la presencia o ausencia del deseo a grandes rasgos (eran como 20 minutos de charla, si no recuerdo mal) pero lo que dijo fue suficiente para convencerme de comprar su libro. En ese momento el deseo, su presencia y su ausencia, por qué aparece o deja de aparecer y qué se puede hacer para que vuelva cuando se ha ido eran cuestiones qu

El método whiplash.

 Hoy me he cruzado en Twitter con un hilo breve sobre la educación que Rafa Nadal habría recibido por parte de su tío, quien fue su entrenador. En este hilo se decía, básicamente, que si Nadal ha conseguido lo que ha conseguido y se ha convertido en la persona en que se ha convertido es, básicamente, por la educación casi espartana que se le ha dado desde pequeño. Al parecer, la información está sacada de una biografía de Nadal. Hasta qué punto es cierto y cuáles son los matices, la verdad, no me importa. Es solo la excusa para hablar de lo que quiero hablar: de educación. Ayer, mientras estaba en el supermercado, dos personas más fachas y carcas que un landrover corto estaban pontificando sobre que las nuevas generaciones no tienen valores y no saben educar a sus hijos y bla-bla-bla. También tuvieron un momentito para hablar conspiranoicamente de la agenda 2030. Vaya panorama y qué ganas de atropellarlos con el carrito. Probablemente estas personas estuvieran muy de acuerdo con la edu

La vecina de al lado (y yo)

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 Mi vecina de al lado es perfecta. Es guapa (muy guapa), no sale de casa sin arreglar, es simpática, agradable y su balcón está siempre impoluto (lo cual hace que el mío parezca todavía más sucio de lo que está). Tiene un hijo pequeño que le grita que la quiere cada vez que se va de casa o vuelve a ella (lo oigo a través de la puerta) y un marido muy guapo también (aunque con un carácter un poco Roy Kent) que, por lo que he podido escuchar, es carnavalero, y toca la guitarra y canta que da gusto (lo oigo a través de las paredes y eso que estos pisos tienen un aislamiento buenísimo).  Mi vecina de al lado es, probablemente, todo lo que mi madre quería que yo fuera. Tal vez por eso cuando la he visto limpiar el balcón esta mañana a través del reflejo de la ventana, usando su palo telescópico para limpiar el balcón por fuera (ah, los detalles) me he sentido (otra vez) tremendamente inadecuada: ni marido carnavalero, ni hijo que me grite que me quiere, ni casa impoluta, ni siempre guapa y