El carpe diem y la hipervelocidad.
El otro día estaba hablando con mi padre de salud mental y me descerrajó, con toda la naturalidad del mundo, la misma idea a la que yo llevo dándole vueltas meses y meses: estamos mal porque el mundo va demasiado rápido, más rápido de lo que podemos soportar sin perder la cabeza. Os juro que lo dijo así, como si estuviera diciendo cualquier cosa. Mi padre, casi analfabeto, tiene una clarividencia que no deja de asombrarme. Y creo que es eso. Si antes tenía bastante convicción, después de que mi padre coincida conmigo estoy segura: la vida nos pasa demasiado rápido como para que podamos disfrutarla. El carpe diem en los tiempos de la hipervelocidad es todo un reto. Quizá por eso, porque me he dado cuenta del reto que supone, unido a que estoy muy en modo «cierre de capítulo» (se acaba el año, en nada cumplo 35), estoy empeñada en vivir, en aprovechar momentos, en hacer valer mi tiempo (tanto como el capitalismo, el adulting y la hipervelocidad me dejen e incluso un poco más si puedo).