Entradas

Mostrando entradas de 2023
 No he tenido un buen día. Hoy ha sido uno de esos días en los que una desearía que un adulto responsable tomase el mando para poder rendirse. Y ya se sabe que, a perro flaco, todo son pulgas. Por eso mi cerebro ha decidido repetirme con insistencia que nunca nadie más me va a cuidar.  You are on your own, kid. Lo peor es que lo creo. Nadie me va a cuidar como él me cuidaba. Nadie me va a conocer como él me conocía. Él me avisaba cuando iba a arrugar una botella porque sabe que me sobresaltan los ruidos. Él sabía cómo estaba con solo mirarme a la cara, sin importar lo bien puesta que llevara la máscara. Él sabía que elijo las tazas según mi estado de ánimo y habría entendido por qué esta noche he escogido la taza de La Bella y la Bestia.  Él habría hecho como que me arrancaba la ansiedad del pecho y los malos pensamientos de la frente. Y, probablemente, habría funcionado, aunque fuese un poco.  Solo escuece más porque es reciente. No se va a curar y qué más da. Nadie va a volver a sabe

Creo que le gusto de verdad...

 Nunca se me han dado muy bien estas cosas. Saber lo que la gente piensa de mí, por ejemplo. Nunca sé distinguir si alguien está realmente a gusto conmigo, si le parezco verdaderamente interesante, divertida o agradable o si, por el contrario, le parezco un coñazo pero está intentando ser amable. Pero esta vez creo que sí, que le gusto de verdad. Hemos quedado un par de veces y, cuando le propongo un plan, dice que sí. Cuando nos juntamos lo pasamos tan, tan bien, que nos da pena separarnos. El tiempo pasa rapidísimo y no miramos el reloj. (Miento, en nuestra primera cita sí lo miramos: teníamos compromisos después y el miedo de, como el tiempo se nos estaba pasando volando, llegar tarde. O, al menos, eso es lo que me pasaba a mí). Al separarnos nos escribimos para decirnos que lo hemos pasado muy bien, que tenemos que volver a quedar. Ayer incluso me dijo que un plan sencillo, como una cerveza, era más que suficiente mientras yo le mandaba el mismo mensaje. ¿No es bonito? Sí, yo creo

Carta a una adolescente enamorada por primera vez.

 Te entiendo. Él es ahora mismo lo más importante de tu vida. De hecho, probablemente creas que él es tu vida, que esta no tenía sentido antes de que llegara y que no eres capaz de imaginar el futuro sin él. Ahora mismo te sientes como la protagonista de un romance trágico en el que sois vosotros dos contra un mundo que no comprende vuestro amor y que está empeñado en poneros las cosas difíciles así que, ¿qué queda? Luchar contra todo y contra todos. Porque ese amor es lo más importante. Te entiendo porque he sido tú. He pasado tarde tras tarde en casa preguntándome si algún día algún chico iba a fijarse en mí, iba a ver las poquitas cosas buenas que yo tenía (yo creía que eran poquitas, como tú, seguramente). Si alguien iba a verme, en definitiva, porque parecía que la vida pasaba a mi alrededor sin detenerse en mí, como si yo no existiera.  La gente nos ve, querida mía, claro que nos ve. Y ven si pueden encontrar en nosotros lo que buscan. Pero lo que buscan no siempre es bueno. Yo m

Reconocer la pobreza

 El año pasado trabajé en un centro en el que los objetos perdidos eran un problema porque nadie los reclamaba. Tan grave era la cosa que una responsable se encargó de inventariar los objetos perdidos que nadie había reclamado y nos pidio que comentásemos en nuestras tutorías que había un montón de cosas cuyos dueños no habían reclamado, por si a alguien se le encendía la bombilla y le daba por recuperar algo.  Entre los objetos perdidos había, sobre todo, ropa: sudaderas, chaquetas de chándal, bufandas... También paraguas. Y, sobre todo, abrigos y chaquetas. Muchos. Me chocó una barbaridad porque además muchas de las prendas eran de marcas bastante caras. Un abrigo, de por sí, no es una prenda barata, pero si encima es de marca... Recuerdo que una vez mi hermano se olvidó el abrigo en el cole y, tal como cruzamos la puerta, mi madre nos mandó a los dos de vuelta a recuperarlo porque a) el abrigo costaba un dineral y b) solo teníamos uno, así que si no lo recuperábamos, al día siguient

Reseña: «Por qué (no) deseo», de Laura Morán.

Imagen
  Bueno, bueno, bueno. Han sido casi 100 años sin hacer una reseña de un libro en este blog, pero anoche acabé Por qué (no) deseo , de Laura Morán y me apetece muchísimo hablar de él. Y no es porque no lo esté haciendo: mis amigas han sido víctimas de comentarios relacionados con este libro de manera ocasional desde que empecé a leerlo hace unas cuantas semanas.  La idea de hacerme con este libro surgió de una charla que la propia Laura Morán dio en unas jornadas de mujeres científicas que tienen lugar en Córdoba cada año con la ocasión de conmemorar el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Su charla, titulada «Laura, no está», se centró en la presencia o ausencia del deseo a grandes rasgos (eran como 20 minutos de charla, si no recuerdo mal) pero lo que dijo fue suficiente para convencerme de comprar su libro. En ese momento el deseo, su presencia y su ausencia, por qué aparece o deja de aparecer y qué se puede hacer para que vuelva cuando se ha ido eran cuestiones qu

El método whiplash.

 Hoy me he cruzado en Twitter con un hilo breve sobre la educación que Rafa Nadal habría recibido por parte de su tío, quien fue su entrenador. En este hilo se decía, básicamente, que si Nadal ha conseguido lo que ha conseguido y se ha convertido en la persona en que se ha convertido es, básicamente, por la educación casi espartana que se le ha dado desde pequeño. Al parecer, la información está sacada de una biografía de Nadal. Hasta qué punto es cierto y cuáles son los matices, la verdad, no me importa. Es solo la excusa para hablar de lo que quiero hablar: de educación. Ayer, mientras estaba en el supermercado, dos personas más fachas y carcas que un landrover corto estaban pontificando sobre que las nuevas generaciones no tienen valores y no saben educar a sus hijos y bla-bla-bla. También tuvieron un momentito para hablar conspiranoicamente de la agenda 2030. Vaya panorama y qué ganas de atropellarlos con el carrito. Probablemente estas personas estuvieran muy de acuerdo con la edu

La vecina de al lado (y yo)

Imagen
 Mi vecina de al lado es perfecta. Es guapa (muy guapa), no sale de casa sin arreglar, es simpática, agradable y su balcón está siempre impoluto (lo cual hace que el mío parezca todavía más sucio de lo que está). Tiene un hijo pequeño que le grita que la quiere cada vez que se va de casa o vuelve a ella (lo oigo a través de la puerta) y un marido muy guapo también (aunque con un carácter un poco Roy Kent) que, por lo que he podido escuchar, es carnavalero, y toca la guitarra y canta que da gusto (lo oigo a través de las paredes y eso que estos pisos tienen un aislamiento buenísimo).  Mi vecina de al lado es, probablemente, todo lo que mi madre quería que yo fuera. Tal vez por eso cuando la he visto limpiar el balcón esta mañana a través del reflejo de la ventana, usando su palo telescópico para limpiar el balcón por fuera (ah, los detalles) me he sentido (otra vez) tremendamente inadecuada: ni marido carnavalero, ni hijo que me grite que me quiere, ni casa impoluta, ni siempre guapa y

Pues a mí nunca me han contado...

Imagen
Hoy he descubierto esta canción que merece una escucha atenta. A mí, desde luego, me ha sentado como un abrazo.  En ella se habla de que las mujeres que hemos convivido con un narcisista, abusador, maltratador o cucaracho de cualquier tipo muchas veces no contamos las cosas. Es difícil. Pero es muy sanador. Por eso cuando encontramos alguien con quien nos sentimos seguras lo decimos. Y poco a poco se va haciendo más fácil. Hasta que un día lo dices con toda naturalidad y hay alguien que te dice: «¿y tú por qué no dijiste nada entonces?». Y eso es no entender nada. Pero bueno, si se dice ahora, ni tan mal.  Aparte de sentir un abrazo porque esa canción también habla por mí, me ha recordado a un comentario que estoy leyendo en redes sociales con cierta frecuencia estos días: «Pues a mí mis amigas nunca me han contado que las hayan tocado sin querer/besado a la fuerza/forzado a hacer algo que no querían/cualquier otra cosa». Y aquí voy a ser tajante. Si tus amigas no te han contado nunca

Mi primer (y único) ramo de rosas.

 Esta noche he empezado a ver la miniserie adaptación de La Regenta que hizo RTVE. He cedido porque no tengo en vista leerme el libro: lo he empezado dos veces y la prosa de Clarín ha podido conmigo las dos veces. O, como dirían los jóvenes: mucho texto.  Vetusta me ha resultado familiar y es normal: al fin y al cabo me crié en un pueblo donde cualquier nimio detalle es suficiente para montarse tremenda película. Y lo entiendo, ¿eh? Vivir en un pueblo es, en general, aburridísimo. Creo, además, que ese aburrimiento hace que a uno, si no tiene una vida interior muy rica, se le vayan consumiendo las entrañas y se quede hueco. Así que si nada pasa dentro y nada pasa fuera... Pues habrá que inventárselo.  He sido víctima de esas invenciones en más de una ocasión. Algunas veces con motivo, claro. Qué adolescencia habría tenido si nunca hubiera dado pie a habladurías. Pero las más de las veces, sin él. Podría entretenerme a contar tooooodas las ocasiones en las que mis vecinos armaron una mo

Un beso

 Últimamente cuando veo series o películas románticas (y no veo otra cosa) y alguien se besa siento un cosquilleo que va desde el estómago a los labios dando un par de vueltas alrededor del corazón: son ganas. Pienso en que no sé cuándo va a volver a ocurrirme eso, un beso romántico de esos que hacen que el corazón se te pare y te vaya a mil por hora a la vez. Si es que vuelve a pasarme. No me malinterpretes: mis ganas son ganas en abstracto, en concreto ahora mismo no hay demasiadas ganas de nada que tenga que ver con el romanticismo. Pero las fantasías llenan el hueco. Hace un tiempo hablaba con alguien de lo maravillosos que son los primeros besos: ese cosquilleo en todo el cuerpo, esa estática que atrae a las dos personas implicadas y la explosión cuando los labios por fin se tocan. Es una pena que los primeros besos solo puedan ocurrir una vez, ¿verdad? Son algo tan, tan especial... Incluso cuando no media romanticismo, sino solo deseo o ganas, llámalo como quieras. Los besos hace

¿De qué hablan las mujeres?

 Cabría pensar que de cualquier cosa, ¿no? Fin del debate, fin de la reflexión. Desgraciadamente, podría pensarse que no es así. La historia que nos han contado (y que a veces nos hemos creído hasta nosotras mismas) es que las mujeres hablamos de los hombres y lo relacionado con ellos. De ahí lo interesante del Test de Bechdel para la ficción: ver que las mujeres de la ficción no solían parecerse a las mujeres de verdad. Ayer pasé buena parte del día rodeada de mujeres y hablamos muchísimo. Hablamos sin parar. Hablamos sin miedo a que alguien nos hiciera «cosaxplaining», sin que nadie nos atropellase con sus brillantes ideas. Y como no estamos pendientes de hablar demasiado alto o demasiado bajo, ser malinterpretadas, consideradas superficiales o intensas o lo que sea que se os ocurra: 1. Demostramos lo listísimas que somos y 2. Aprendemos muchísimo unas de otras.  Así que, ¿que de qué hablan las mujeres? Pues, por ejemplo... 1. De cosas que les gustan, sin miedo a que alguien les haga

Technicolor

 Estaba ya a punto de meterme en la cama cuando se me ha ocurrido que me apetecía escribir en el blog. Es curioso: no tengo nada que decir. En ese momento estaba pensando justo en historias que no me pertenecen y que, por tanto, no puedo compartir. Bueno, tal vez solo en parte. Una amiga me había dicho que se sentía como cuando tenía 15 años. Y me dio por pensar en esa distorsión perceptiva que supone el paso del tiempo. ¿Es que el futuro se nos oscurece o es que el pasado se nos tiñe de colores brillantes?  Anteayer otra amiga hablaba en su Twitter de 7 novias para 7 hermanos . Recuerdo que la primera vez que lo vi pensé algo así como "qué historia más horrible pero qué vestidos más bonitos". Y sobre todo, qué colorido era todo. Tal vez por eso esa historia de secuestros y síndromes de Estocolmo nos entra mejor, por los colores brillantes.  Una se pregunta si en la época de los filtros que pueden conseguir cualquier cosa no podríamos llevar un filtro puesto, el filtro nostal

El callar se va a acabar.

 Estos días se está hablando mucho de hablar y callar (por diversas razones), de lavar los trapos sucios en casa, de pasar página, olvidar, tener elegancia y altura moral. Y mira: no. Tal vez sea porque yo nunca he sido una señora elegante (timorata, cobarde, demasiado prudente para mi propio bien, lo mismo sí), pero me parece que guardarles los trapos sucios a quienes se nos han cagado encima no nos hace mejores personas (peores tampoco, claro).  Durante años yo he elegido el silencio mientras otros hablaban, hablaban y hablaban. Pintaban un retrato de mí que no encontraba respuesta. Yo no otorgaba, pero callaba, y eso a veces  se confunde. Ahora ha pasado el tiempo y me arrepiento de haber callado porque ya no viene a cuento. Pero ojalá haber tenido yo acceso a Bizarrap entonces.  Las mujeres seguimos llorando, claro, pero parece ser que nos hemos cansado de sufrir en silencio y que, cada vez más, elegimos la rabia. Y no me parece ni medio mal. He estado a punto de no escribir esto p

El pecado de los domingos.

  Si tuviese que colocar a cada día un pecado, el domingo sería el de la pereza. Los domingos tengo la suerte de poder permitirme ─casi siempre─ remolonear en la cama to my hearts content (hasta que me sale el toto, vaya). Suelo despertarme tarde, pero me levanto más tarde aún. me gusta quedarme sumida en esa duermevela cálida y deliciosa, confortable, que solo es posible cuando se sabe que el mundo puede esperar.  Dedico esos momentos a soñar despierta, a imaginar situaciones que nunca van a tener lugar mientras decido ignorar ese detalle, a recrearme en la textura de la cama, el tacto de las sábanas, la temperatura, el silencio, la oscuridad. Y mi cuerpo reacciona y es maravilloso. Es como si un placer electrificante me recorriese, surgiendo de la columna vertebral y extendiéndose desde el fondo a la superficie, hasta la piel, y desde el centro del cuerpo hasta los miembros. Me gusta pensar que son las cosas malas abandonando mi cuerpo gracias a esa cura de pereza.  Hoy, sin embargo,

El tarro de los buenos momentos de 2022

  ¡Hola, hola! Vaya horas, pero de hoy no quería que pasase lo de la apertura del tarro de buenos momentos. El de este año viene un poco menos lleno que el del año pasado (que tuvo muchísimos papelitos). Es curioso: 2021 fue para mí un año durísimo a nivel, sobre todo, de salud mental y, aún así, encontré luciérnagas. 2022 ha sido, probablemente, un año más plano, menos accidentado. No obstante, también ha tenido su encanto. Siempre le veo encanto al año cuando abro los papelitos.  Salir a comer fuera y probar el risotto más rico del mundo Ir a Fuente Obejuna a ver la representación de Fuenteovejuna. La boda de Antonio y Rosa Tener gente que me recuerda que tengo que ser benevolente conmigo misma. En concreto, esta vez, Manuel Jaime. Mi primer roscón Levantar 50 kg de peso muerto (y lo fuerte que me estoy poniendo). El concierto de Estopa, ¡por fin! Acabar el año con la persona que quiero, mi familia elegida. El chocolate negro con nata del Aldi. Ver a Ana pintar un rato en Twich. Pet