Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2019

Zapatos buenos.

Os contaba hace AÑÍSIMOS que, cuando era pequeña, mis padres se gastaban bastante dinero en mi calzado y en el de mi hermano para que "no se nos deformaran los pies", y también os contaba que eso me causó alguna que otra frustración . Pero así era: la compra de zapatos era crucial y para una familia que pasaba estrecheces, como era la mía, el análisis del zapato perfecto era una cuestión de no poca importancia. Había que ajustar al máximo el presupuesto sin comprometer la calidad ni la durabilidad, que ya se sabe que sale muy caro ser pobre. Eso fue así durante mi infancia, pero al acercarme a la adolescencia la cosa cambió. Quizá porque ya no llevaba tanto zapato (ya no me hacía falta outfit dominguero de arregle) o a saber por qué, los zapatos dejaron de ser importantes. Comprábamos deportivas medio buenas en las rebajas, en ocasiones de pares sueltos y cosas así, que era el calzado que más utilizaba. Y para lo demás, nos apañábamos con el mercadillo y demás. De repente e

Y que te hagan sentir grande...

Hoy he visto este tuit que me da la excusa perfecta para hablaros de algo de lo que me apetecía hablar. Hay tantas situaciones en las que me siento pequeña que tiendo a dar un valor extra a las que me hacen sentir grande. — Momo (@PequenaMomo) November 27, 2019 Podría haberlo escrito yo. Me siento pequeña tantas, tantas veces, que cuando alguien me hace sentir grande (a veces me basta con el tamaño normal) se lo agradezco de por vida. Y no es una exageración. No se me olvida, por ejemplo, esa compañera que al acabar una evaluación me dijo: "Lo has hecho genial, eres una gran tutora". Y lo digo en serio. Ni se me olvida, ni se me va a olvidar, y esa persona, que me hizo sentirme grande (o normal) en más ocasiones, siempre va a ocupar un lugar especial en mi corazón y en mis recuerdos. Pues hoy quiero dar las gracias a las personas que me están haciendo sentirme grande últimamente. Porque yo no seré famosa, ni ganaré concursos, ni publicaré un libro, pero todos los

Yo sí tengo miedo del infierno.

El otro día recordaba, charlando con alguien, una cuestión de bastante calado filosófico. A esta persona le dijeron una vez que cómo iban a ser buenos los ateos, si no tenían miedo del infierno. Esta cuestión se ha planteado en serio en ética, al entender que, si Dios no existe, si no hay un juez universal, tanto da hacer el bien o el mal: no hay consecuencias últimas. Yo siempre he considerado que esta visión es infantilizante y dice muy poco de la confianza de lo que la defienden en la humanidad: para creer que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, se nos da muy poco crédito. Se nos trata como niños, que solo obran bien a base de castigos y premios, de promesas y amenazas. Y yo creo que, como seres racionales, podemos ser mejores que eso. Además, hay otra cosa en la que se equivocan: no creer en Dios, o no saber si existe, no implica, necesariamente, no creer en el infierno. Yo, desde mi agnosticismo despreocupado, puedo decir con seguridad que creo en el infierno, porque

Te invito a desayunar.

Imagen
Siéntate conmigo. ¿Qué te pongo? No tengo café hecho, pero te lo preparo en un momento si te apetece. También hay té e infusiones, chocolate y colacao. Para acompañar... Bueno, tengo cereales, galletas y creo que me queda alguna magdalena. O pan para tostar, con mantequilla o aceite, si te apetece. Mientras te preparo el desayuno mira, mira bien a la calle. ¿Has visto qué vistas tiene mi balcón? Cómo lo voy a echar de menos cuando me mude. Y, ¿lo oyes? El sonido de la fuente es como una caricia continua... ¿Te molesta la música? Espero que no, porque me parece casi poético que haya saltado esta canción en este momento. Hay que ver qué bonita está Córdoba después de la lluvia. No sé si lo sabes, pero ayer llovió lo más grande. Mi amiga Rosa me mandó un whatsapp porque le había impresionado ver cómo desaguaba la Mezquita. Falta hacía, también te digo. Pero llevábamos un par de días o tres con el cielo muy gris, lloviznando, con el sol negándose a dar la cara. Pero parece que ay

Una mierda.

Zapatero a tus zapatos. Bettie, a tu pila de exámenes. Hoy me vuelvo a recordar que más vale que me dedique al trabajo que, hasta ahora, me da de comer. Sí, lo habéis adivinado. Hoy se ha fallado otro concurso en el que he participado (en realidad, en estos últimos días se han fallado dos) y oye, que ha vuelto a no haber suerte. Pero yo no hablo ya de suerte. Si pasa de manera tan repetida será porque, ¡oye!, no lo merezco. No escribo tan bien como para eso. Y no pasa nada. También es cierto que, en el fondo, creo que no me lo he ganado. Veo a toda esa gente quitándose horas de sueño, de ocio, de lo que sea, para dedicarlas a escribir. A mejorar, a pulir sus relatos. Y yo... Yo bastante tengo con mis obligaciones obligatorias . Cuando pillo un rato libre lo dedico a lo que me apetece, que puede ser escribir o puede ser otra infinidad de cosas. No tengo la voluntad necesaria. No doy el perfil de escritora sacrificada y sufridora. Y, la verdad, tampoco quiero dar ese perfil. Siemp

La familia

Hace no demasiado me quejaba de los avatares e inconvenientes de mi profesión, que me tienen desanimada . Decía, sin embargo, que la profesión tiene sus cosas buenas, yo se las sigo viendo. El día que deje de hacerlo tendré que buscarme un trabajo y, tal y como están las cosas, más me vale que eso no ocurra. Hoy decido quedarme con algunas de esas cosas buenas. He salido del trabajo muy emocionada y quiero compartirlo. Resulta que este año, como todos los anteriores desde que trabajo, doy clase de Educación para la Ciudadanía, ya sabéis, esa asignatura que iba a adoctrinar a todos los niños para convertirlos en algún tipo de zombis. Actualmente estoy viendo con mis grupos un tema muy controvertido, altamente polémico y que me está dando pie para adoctrinar mucho: la familia. Espero que hayáis notado la ironía. Apenas hemos empezado, así que nos ha dado para hablar un poquito, únicamente. Pero me he sorprendido porque el par de sesiones que hemos dedicado al tema de la familia han

Llorar deprisa.

He encendido el ordenador para contaros algo que he visto esta tarde. Era una chica llorando mientras caminaba a toda prisa y cargaba bolsas de supermercado. Pretendía dármelas de intensa y escribirlo bonito para concluir que era una suerte de metáfora de nuestro tiempo. O, al menos, de mi vida. Pero estoy demasiado cansada para ponerme a escribir. Supongo que ya no hace falta metáfora.

La profesión más bonita del mundo.

Eso se dice a veces de la enseñanza. Y, joder, qué bonita es cuando las cosas salen bien. No hace falta hacer grandes cosas: esa clase que va sobre ruedas, ese tema que hace que los alumnos se apasionen, ese conflicto que se resuelve de manera positiva, esa broma con la que todos os reísteis mucho... Sí,a veces esas cosas pasan. Pero otras veces... Otras veces no. Supongo que es como en todos los trabajos. Por bonitos que sean, siguen siendo trabajos, y tienen sus días grises, sus cosas duras... Pero claro, la profesión que conozco más o menos bien es la mía. Y sé que puede ser muy, muy gratificante, hasta niveles que es difícil imaginar. Pero también puede ser muy, muy, muy ingrata. Será porque se me está juntando una racha de esas en las que el trabajo se me hace más cuesta arriba, o en las que tengo la autoestima más baja. Será por el cambio de centro, por la dinámica distinta que llevo este año, por el trabajo extra (que no es poco). Será por lo que sea, pero estoy CANSADA. T