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Mostrando entradas de 2019

El Tarro de Buenos Momentos. 2019 Edition.

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El tarro de 2018 está recogido aquí. Fin de Año significa para mí, desde hace ya unos cuantos, abrir el tarro de los buenos momentos y hacer recuento de instantes más o menos memorables. Por si alguien se lo pregunta, cada 1 de enero empiezo a meter en un bote papelitos con momentos memorables (y buenos, que los malos no suelen olvidarse tan fácil) y a final de año lo abro y pongo aquí el recuento. Por supuesto, no es un reflejo fiel  de la realidad: hay muchos momentos en los que se me olvida el tarro y que quizá merecerían estar aquí, pero al menos sirve para acabar el año con buen sabor de boca. También sirve para meter la mano a mitad de año si se necesita pensar en algo positivo cuando se ve todo negro.  Bueno, allá vamos. A ver qué tal se ha dao. Que la nueva actualización del móvil tenga radio. Ojo cuidao, que casi me da un chungo cuando vi que mi móvil no tenía aplicación de radio, pero 3 días después de tenerlo lanzaron una OTA que añadía la app de radio. A ve

Hoy he visto... (II): sonrisas cruzadas.

Salgo del trabajo y me pongo los cascos. Últimamente me ha dado por escuchar Radio 3. A la hora que salgo suena "Cuando los elefantes sueñan con la música", un programa de música brasileña. A priori, no habría dicho que me interesa, pero sus ritmos me ponen de buen humor después de la jornada. Ya estoy cerca de casa, voy escuchando esa música, que parece acunarte, y me sale una sonrisa. Levanto la vista justo a tiempo para cruzarme con un chaval joven, también con los cascos puestos, que va sonriendo.  Nos miramos un instante, viéndonos sonreír, cada uno por sus razones pero, evidentemente, no nos detenemos. Y no sé, me ha parecido bonito, así que he querido congelar aquí ese par de sonrisas cruzadas entre dos extraños.

La tarta de la Comunión.

Esta es una nueva entrega de mis frustraciones y traumas infantiles. Va de cuando fuimos a elegir la tarta para mi comunión. Bueno, os explicaré que mi comunión fue una comunión "a lo pobre": la celebramos en el corral de casa de mi abuela y el menú consistió en gazpachos manchegos y chuletas de cordero que preparó mi padre, aderezado con aperitivos varios de bolsa. Las mesas eran tablones encima de caballetes y las sillas eran de plastiquete. El "juanpalomismo" era fuerte en mi familia y, no vamos a engañarnos, el bolsillo no daba pa más. Eso sí: había tarta. La encargamos en una panadería/pastelería de un pueblo vecino que era conocida por su calidad precio y que era la fantasía de todas las criaturas, porque te hacían la tarta de lo que quisieras, tanto ingredientes como apariencia. Allá que me fui, con mis padres, a elegir la tarta de mi primera comunión, feliz de la vida, porque si algo me gustan a mí en la vida, son los dulces. Tenía ideas firmes sobre la

Hoy he visto... (I): Confianza.

Este blog nació con la idea de convertirse en una colección de momentos de esos que hacen que el tiempo pase más despacio cuando los presenciamos, de momentos que, dentro de su cotidianidad, se viven como excepcionales y nos sacan una sonrisa. Luego fue convirtiéndose, poco a poco, en una colección de momentos de mi vida, de todo tipo. Hoy me ha apetecido recuperar ese espíritu.  Estoy cansada. La jornada de trabajo ha sido larga y yo voy casi arrastrando los zapatos por la acera. Se me ha debido de hacer tarde, porque no hay ni rastro de la avalancha de estudiantes saliendo de los institutos. Puede que sea eso lo que me permite verlos: una abuela y su nieto caminan hacia a mí, cogidos de la mano. Ella es menuda y, aún así, se encorva ligeramente para llegar a la manita del pequeño. Cuando se acercan veo que él se deja caer levemente y ella tira de él hacia arriba. Al llegar a mi altura, él vuelve a hacerlo, esta vez con más decisión. Ambos se ríen. La abuela, entre risas, le

Escondite

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Había una vez una niña a la que le gustaba jugar al escondite. Podía pasar horas escondida en los rincones más remotos de la casa y nunca nadie la encontraba. Un día empezó a tentar a la suerte y decidió salir de la casa y dar un paseo. Cuando volvió la recibieron como si no hubiese salido de allí y le encargaron alguna tarea, como de costumbre. La niña convirtió aquellos paseos en hábito, pero cada día daba unos pasos más, alejándose un poco más de casa, tardando un poco más en volver. Pero nunca la echaron de menos: siempre había vuelto cuando la necesitaban. Sorprendida de su capacidad para escabullirse se animó a llevar a cabo el experimento final: salió de casa y caminó y caminó, llegando a lugares en los que nunca había estado. Siguió caminando, en línea recta, cuesta arriba, con la mirada puesta en las montañas. Y no volvió nunca. Nadie se dio cuenta.

El bicho raro, ¿nace o se hace?

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Hoy estoy teniendo un domingo maravilloso. Me he quedado sola en casa, desde temprano. Desayuné y, en pijama, me puse una película petarda. Después me preparé la comida mientras tomaba el aperitivo, empecé una serie, lloré a moco tendido, comí, fregué, toqué el ukelele, escribí poemas, contesté correos, escuché música... Y estoy siendo muy, muy feliz. Soy muy feliz sola.  Ayer me preguntaba esto y se lo preguntaba a Kyol: las personas introvertidas, ¿nacemos o nos hacemos? Porque en mi caso creo que podrían darse las dos explicaciones. No recuerdo cómo era de muy, muy pequeña, pero sí recuerdo que, desde que tuve uso de razón, estar con gente era malo, me hacía daño, me hacía infeliz. Aunque por lo que me han contado, tampoco es que de muy pequeña fuese lo más sociable del mundo: tuvieron que quitarme de la guardería porque no lo soportaba. Me tiraba llorando la mañana entera. Sea por lo que fuere, crecí pasándolo bien yo solita. Mi hermano no compartía intereses conmigo, así que a

Zapatos buenos.

Os contaba hace AÑÍSIMOS que, cuando era pequeña, mis padres se gastaban bastante dinero en mi calzado y en el de mi hermano para que "no se nos deformaran los pies", y también os contaba que eso me causó alguna que otra frustración . Pero así era: la compra de zapatos era crucial y para una familia que pasaba estrecheces, como era la mía, el análisis del zapato perfecto era una cuestión de no poca importancia. Había que ajustar al máximo el presupuesto sin comprometer la calidad ni la durabilidad, que ya se sabe que sale muy caro ser pobre. Eso fue así durante mi infancia, pero al acercarme a la adolescencia la cosa cambió. Quizá porque ya no llevaba tanto zapato (ya no me hacía falta outfit dominguero de arregle) o a saber por qué, los zapatos dejaron de ser importantes. Comprábamos deportivas medio buenas en las rebajas, en ocasiones de pares sueltos y cosas así, que era el calzado que más utilizaba. Y para lo demás, nos apañábamos con el mercadillo y demás. De repente e

Y que te hagan sentir grande...

Hoy he visto este tuit que me da la excusa perfecta para hablaros de algo de lo que me apetecía hablar. Hay tantas situaciones en las que me siento pequeña que tiendo a dar un valor extra a las que me hacen sentir grande. — Momo (@PequenaMomo) November 27, 2019 Podría haberlo escrito yo. Me siento pequeña tantas, tantas veces, que cuando alguien me hace sentir grande (a veces me basta con el tamaño normal) se lo agradezco de por vida. Y no es una exageración. No se me olvida, por ejemplo, esa compañera que al acabar una evaluación me dijo: "Lo has hecho genial, eres una gran tutora". Y lo digo en serio. Ni se me olvida, ni se me va a olvidar, y esa persona, que me hizo sentirme grande (o normal) en más ocasiones, siempre va a ocupar un lugar especial en mi corazón y en mis recuerdos. Pues hoy quiero dar las gracias a las personas que me están haciendo sentirme grande últimamente. Porque yo no seré famosa, ni ganaré concursos, ni publicaré un libro, pero todos los

Yo sí tengo miedo del infierno.

El otro día recordaba, charlando con alguien, una cuestión de bastante calado filosófico. A esta persona le dijeron una vez que cómo iban a ser buenos los ateos, si no tenían miedo del infierno. Esta cuestión se ha planteado en serio en ética, al entender que, si Dios no existe, si no hay un juez universal, tanto da hacer el bien o el mal: no hay consecuencias últimas. Yo siempre he considerado que esta visión es infantilizante y dice muy poco de la confianza de lo que la defienden en la humanidad: para creer que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, se nos da muy poco crédito. Se nos trata como niños, que solo obran bien a base de castigos y premios, de promesas y amenazas. Y yo creo que, como seres racionales, podemos ser mejores que eso. Además, hay otra cosa en la que se equivocan: no creer en Dios, o no saber si existe, no implica, necesariamente, no creer en el infierno. Yo, desde mi agnosticismo despreocupado, puedo decir con seguridad que creo en el infierno, porque

Te invito a desayunar.

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Siéntate conmigo. ¿Qué te pongo? No tengo café hecho, pero te lo preparo en un momento si te apetece. También hay té e infusiones, chocolate y colacao. Para acompañar... Bueno, tengo cereales, galletas y creo que me queda alguna magdalena. O pan para tostar, con mantequilla o aceite, si te apetece. Mientras te preparo el desayuno mira, mira bien a la calle. ¿Has visto qué vistas tiene mi balcón? Cómo lo voy a echar de menos cuando me mude. Y, ¿lo oyes? El sonido de la fuente es como una caricia continua... ¿Te molesta la música? Espero que no, porque me parece casi poético que haya saltado esta canción en este momento. Hay que ver qué bonita está Córdoba después de la lluvia. No sé si lo sabes, pero ayer llovió lo más grande. Mi amiga Rosa me mandó un whatsapp porque le había impresionado ver cómo desaguaba la Mezquita. Falta hacía, también te digo. Pero llevábamos un par de días o tres con el cielo muy gris, lloviznando, con el sol negándose a dar la cara. Pero parece que ay

Una mierda.

Zapatero a tus zapatos. Bettie, a tu pila de exámenes. Hoy me vuelvo a recordar que más vale que me dedique al trabajo que, hasta ahora, me da de comer. Sí, lo habéis adivinado. Hoy se ha fallado otro concurso en el que he participado (en realidad, en estos últimos días se han fallado dos) y oye, que ha vuelto a no haber suerte. Pero yo no hablo ya de suerte. Si pasa de manera tan repetida será porque, ¡oye!, no lo merezco. No escribo tan bien como para eso. Y no pasa nada. También es cierto que, en el fondo, creo que no me lo he ganado. Veo a toda esa gente quitándose horas de sueño, de ocio, de lo que sea, para dedicarlas a escribir. A mejorar, a pulir sus relatos. Y yo... Yo bastante tengo con mis obligaciones obligatorias . Cuando pillo un rato libre lo dedico a lo que me apetece, que puede ser escribir o puede ser otra infinidad de cosas. No tengo la voluntad necesaria. No doy el perfil de escritora sacrificada y sufridora. Y, la verdad, tampoco quiero dar ese perfil. Siemp

La familia

Hace no demasiado me quejaba de los avatares e inconvenientes de mi profesión, que me tienen desanimada . Decía, sin embargo, que la profesión tiene sus cosas buenas, yo se las sigo viendo. El día que deje de hacerlo tendré que buscarme un trabajo y, tal y como están las cosas, más me vale que eso no ocurra. Hoy decido quedarme con algunas de esas cosas buenas. He salido del trabajo muy emocionada y quiero compartirlo. Resulta que este año, como todos los anteriores desde que trabajo, doy clase de Educación para la Ciudadanía, ya sabéis, esa asignatura que iba a adoctrinar a todos los niños para convertirlos en algún tipo de zombis. Actualmente estoy viendo con mis grupos un tema muy controvertido, altamente polémico y que me está dando pie para adoctrinar mucho: la familia. Espero que hayáis notado la ironía. Apenas hemos empezado, así que nos ha dado para hablar un poquito, únicamente. Pero me he sorprendido porque el par de sesiones que hemos dedicado al tema de la familia han

Llorar deprisa.

He encendido el ordenador para contaros algo que he visto esta tarde. Era una chica llorando mientras caminaba a toda prisa y cargaba bolsas de supermercado. Pretendía dármelas de intensa y escribirlo bonito para concluir que era una suerte de metáfora de nuestro tiempo. O, al menos, de mi vida. Pero estoy demasiado cansada para ponerme a escribir. Supongo que ya no hace falta metáfora.

La profesión más bonita del mundo.

Eso se dice a veces de la enseñanza. Y, joder, qué bonita es cuando las cosas salen bien. No hace falta hacer grandes cosas: esa clase que va sobre ruedas, ese tema que hace que los alumnos se apasionen, ese conflicto que se resuelve de manera positiva, esa broma con la que todos os reísteis mucho... Sí,a veces esas cosas pasan. Pero otras veces... Otras veces no. Supongo que es como en todos los trabajos. Por bonitos que sean, siguen siendo trabajos, y tienen sus días grises, sus cosas duras... Pero claro, la profesión que conozco más o menos bien es la mía. Y sé que puede ser muy, muy gratificante, hasta niveles que es difícil imaginar. Pero también puede ser muy, muy, muy ingrata. Será porque se me está juntando una racha de esas en las que el trabajo se me hace más cuesta arriba, o en las que tengo la autoestima más baja. Será por el cambio de centro, por la dinámica distinta que llevo este año, por el trabajo extra (que no es poco). Será por lo que sea, pero estoy CANSADA. T

El ukelele.

Me he comprado un ukelele. Hace algo más de una semana. Lo compré ilusionada, pero con reservas. Al fin y al cabo la idea no surgió de mí, sino que Profeláctico , haciendo proselitismo, la implantó en mi cabeza y no me la conseguí sacar. Así que, después de pensarlo durante días, me dije que hay que probar cosas nuevas y lo encargué, pero tenía mis dudas de que no fuese a acabar desesperada, frustrada y dejando el instrumento por imposible. La frase que me hizo comprarlo fue una cita de un artículo que Profeláctico compartió conmigo: "es difícil estar triste mientras tocas un ukelele". Eso tenía que comprobarlo yo. Además, hacía mucho que había dejado de lado la música, algo que siempre había sido importante para mí. Pues bien, después de una semana puedo decir que el dinero que me costó el ukelele está ya más que amortizado en los 6 o 7 ratos que le he podido dedicar. Parece una exageración, pero en una semana aproximadamente, el ukelele se ha convertido en mi refugio, e

Libro: Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena.

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En los últimos días he estado leyendo este libro. He de decir que me ha durado bastante poco para el ritmo al que vengo leyendo (en cuanto empiezo a trabajar mi ritmo lector se resiente, y más ahora, que comparto la lectura y la escritura con una nueva afición). Lo empecé con muchísimas ganas, me enganchó con solo unas páginas y bueno, lo he terminado esta misma mañana, así que vengo a contároslo. Los renglones torcidos de Dios comienza con el internamiento de Alice Gould, una prestigiosa detective, en un sanatorio mental para investigar un asesinato. Pero, una vez dentro, fingiéndose paranoica, los médicos se debaten entre los que creen que verdaderamente tiene un problema mental y los que la ven más equilibrada incluso que muchos de los que están fuera del sanatorio. ¿Es realmente Alice Gould quien dice ser? ¿Está cuerda o es su locura la que le hace parecer cuerda? Como he dicho, la lectura me enganchó desde las primeras páginas, aunque ahora no consigo recordar por qué, p

¿Por qué escribo un blog?

El otro día me crucé con uno de esos hilos pretendidamente ejemplificadores o, no sé, tal vez inspiradores. No acabo de verle todavía la intención final. Era uno de esos discursos que habla de cuál debe ser la motivación de la escritura. La motivación verdadera, la válida, la pura. Y no os voy a mentir: yo he estado ahí, yo he hecho eso. Pero de decirle a los demás lo que tienen que hacer también se sale. Creo. El hilo empezaba hablando de alguien que había dicho que iba a cerrar su blog porque ya nadie lo leía. La persona que escribía decía que esa no era la opción correcta, que uno no escribe para que lo lean, sino porque lo necesita. Que el que otros te lean no es la motivación correcta para escribir. Hay que escribir por amor al arte.  Yo puedo coincidir hasta cierto punto. Ha habido parones de escritura en mi vida, pero nunca lo he dejado del todo. Siempre he escrito. Pero no siempre lo he hecho de manera pública y ni siquiera en mis momentos de más actividad en blogs he

Está todo bajo control.

Esta mañana estaba leyendo sobre el síndrome del impostor y haciéndome preguntas al respecto. Una cosa ha llevado a la otra y he acabado pensando en por qué nos esforzamos tanto en que parezca que todo está bajo control. via GIPHY Estaba comiendo con ese pensamiento en mente mientras veía un capítulo de "Workin' moms". En él, uno de los personajes femeninos se enfrenta a una reunión de trabajo con la sospecha de que tiene cáncer de mama. Tiene que dominarse, claro. Es una mujer profesional, de éxito, que está intentando sacar adelante su negocio. No puede permitirse un momento de debilidad porque puede ser fatal (lo sabe por experiencia). Cuando empieza su presentación algo desencadena una crisis en su interlocutor: su compañero está muriéndose de cáncer de mama. El hombre rompe a llorar y es ella quien lo consuela diciéndole que está bien, que lo suelte todo con una evidente incomodidad y bastante estupefacción. La verdad es que la escena es poderosa, pero, evide

Libro: Los testamentos, de Margaret Atwood.

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Los testamentos es la secuela de El cuento de la criada . Como ya os comenté en su reseña, El cuento de la criada me encantó , me pareció una gran historia muy bien contada. No obstante, cuando me enteré de que Margaret Atwood iba a publicar una segunda parte no me emocioné demasiado. Sospechaba que sería una elaboración ad hoc , escrita más por la demanda del mercado que por la necesidad de contar algo.  Y creo que no me equivocaba. Tras el éxito cosechado en HBO por la serie se volvió la vista al libro y a ese final que tanto la primera temporada como la novela compartían. Recuerdo la sensación al acabar el libro. ¿PERO QUÉ PASA CON ELLA? No queda claro hacia dónde la lleva esa furgoneta. La serie, claro, nos da una respuesta (poco satisfactoria, me temo, como todo lo que ha venido después de la primera temporada, en mi opinión), pero a los maniáticos esa respuesta no nos sirve porque seguimos sin saber qué le pasa a la June del libro. Y supongo que Margaret Atwood se habrá

Serie: Creedme (Unbelievable)

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Anoche acabé de ver esta serie en Netflix. Se trata de una miniserie policíaca con capítulos de algo menos de una hora cuyo punto de partida es la caza de un violador. La serie tiene dos líneas argumentales. Por un lado, dos detectives, Karen Duvall y Grace Rasmussen, que, de casualidad, acaban descubriendo que muy probablemente estén buscando al mismo criminal. Esta parte es la parte amable de la serie. Ver trabajar a estas dos mujeres con dedicación y profesionalidad y con un respeto conmovedor hacia las víctimas hace que hagas un poco las paces con el mundo. Por otro lado, está la historia de Marie Adler, una chica muy joven que ha sido víctima del mismo violador al que las inspectoras están buscando pero con una diferencia: no tiene tanta suerte con los profesionales policiales que la atienden. Y no solo eso: no tiene mucha suerte con nadie. Y esta es la parte más dura de la historia. Marie, tras los primeros momentos, es puesta en cuestión por todo el mundo. Por sus madr

Peli: Mientras dure la guerra (2019)

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El sábado pasado fui al cine a ver Mientras dure la guerra . En cuanto supe de la existencia de esta película se me despertaron las ganas de verla. ¿Qué tiene Amenábar con los filósofos? Su Ágora me encantó y ahora iba a poner en el centro de la película a Miguel de Unamuno, un personaje profundo y complejo que, he de reconocer (esto alegraría a uno de los profesores de Filosofía del instituto en el que estudié) me ha conquistado con el tiempo. Las posturas políticas de Unamuno fueron controvertidas durante toda su vida y su apoyo a los movimientos contrarios a la II República (habiendo sido él un firme defensor de la misma en sus inicios) no fueron la excepción, quizá la máxima expresión de las contradicciones a las que los que no pueden instalarse en el maniqueísmo tienen que enfrentarse. Había leído malas críticas de la película y lo cierto es que cojea. Cojea en su manera de mostrar (el montaje es un pelín raro, la verdad). Cojea en su intento de antagonizar a Unamuno co

La cremallera

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Dentro de unos meses tengo un par de bodas. Como odio buscar ropa, tengo el modelito perfecto que aspiraba a repetir: un vestido verde precioso, con vuelo (¡lleva tul debajo!), sencillo y elegante, al que ya le tengo mirados los complementos. No falla. Me lo he puesto una vez porque, por suerte, tengo pocos compromisos de ir elegante. Sé que para una de las bodas no voy a poder usarlo (es en febrero y de noche), pero para la otra, que es en marzo y a medio día... Cuando se avecinan fechas de estas suelo irme probando la ropa antes, para asegurarme que me viene. Me probé el vestido antes de mudarme, mientras empaquetaba ropa (debió ser a finales de junio) y me cerraba, aunque el pecho me quedaba apretado. Ayer volví a probármelo. No me cerraba. Nada. Pensé que quizá era que yo sola no podía cerrarlo. Pedí ayuda. Nada. Imposible. Me desmoroné. Ya veis, una cosa tan pequeña como una cremallera puede causarme una crisis (que no se me va a pasar así rápido). Que esa cremallera no ci

Cada vez más cardo, menos erizo.

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Hace unas pocas entradas decía que cada vez soy más cardo y menos erizo. Y decía que puede que un día os contase por qué. Mi querida Rosa me dijo que iba a tener que explicarlo. Y allá voy. Hace ya bastante tiempo que digo de mí misma que soy un poco erizo. Eso es porque leí que a los erizos les cuesta encontrar la posición adecuada para darse calor sin pincharse. Tienen que ensayar mucho para estar lo suficientemente cerca como para no pasar frío, pero no tanto como para hacerse daño. Esa imagen siempre ha sido muy poderosa para mí, me ha parecido que me describía muy bien. No me gusta sentirme sola (¿a quién le gusta?) pero demasiada cercanía no me hace bien, me agoto con facilidad. Y bueno, así he vivido yo, en ese equilibrio precario, con más bien poco éxito, la verdad, pero intentándolo. Pero de un tiempo a esta parte... pues menos. Porque parte de ese intentar conseguir la distancia adecuada era intentar agradar a la gente. Yo soy, por mí misma, bastante distante, así

Balance

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Desde #lodeladepresión empecé a intentar ser más consciente de mi estado de ánimo. Después de probar varios sistemas, me decanté por Youper , una app basada en la "inteligencia artificial", con todas las comillas del mundo, que mediante una interfaz de chat te anima a registrar tus estados de ánimo y los factores que influyen en ellos. Llevo usándola ya un tiempo y hoy, por primera vez, me ha dado por mirar el balance de mis estados de ánimo en los últimos meses, desde enero. Y este es mi balance emocional. Tengo que reconoceros que me ha dado un poco la bajona. Los meses "buenos" he estado tranquila (que oye, no os lo voy a negar, es mucho algunas veces). La media del resto es bastante mediocre: "okay". Lo que me extraña es que este septiembre sea de los calmados, cuando no hago más que decirle a la app lo cansadísima que estoy... La cosa es que si veo mi vida desde esta perspectiva me parece muy gris, y no solo por el color utilizado en la

Libro: Dioses menores, de Terry Pratchett.

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Hace un tiempo estuve en una pequeña crisis lectora. Empecé y dejé tres libros, entre ellos alguno de esos clásicos que está en todas las listas de libros que debes leer antes de morir. Pero bueno, no todos los libros son para todos los lectores o quizás el momento no era el suyo. Ni idea. La cosa es que pensé que, para salir de la crisis lectora (en momentos difíciles, y los inicios de curso lo son, necesito leer), tenía que ir a lo seguro: algo de humor, con fondo y bien escrito. La respuesta estaba clara: Terry Pratchett. La duda era QUÉ DE TODO. Y yo qué sé por qué, me decanté por Dioses menores . Me habían hablado de él como una crítica a la religión y me habían contado que contiene una idea que otros autores han utilizado después, como Neil Gaiman: las creencias moldean el mundo. En este caso, los creyentes dan poder a los dioses. La verdad es que es una teoría muy chula. Pero no es eso lo que me ha enamorado del libro. Resulta que me he encontrado, sin esperarlo yo ni

De concierto: María José Llergo.

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Hace tiempo que no os hablo de música, pero hoy me apetece contaros que anoche estuve en un concierto y que todavía no me he recuperado. Hace unos meses, antes de verano, se dio a conocer el cartel de las Noches Eclécticas en el Palacio de Viana y yo lo flipé porque en el mismo cartel había dos artistazas que me moría de ganas de ver: Rocío Márquez, de la que ya os he hablado , y María José Llergo, a la que hacía poco que había encontrado y que me tenía enamorada perdida.  Tanto lo flipé que fui LA PRIMERA PERSONA en comprar la entrada para ambos conciertos. ¡El ansia viva! Maria José Llergo es una cantaora cordobesa, para más señas, de Pozoblanco. Tiene una voz virtuosa y precisa, limpia, que no da una nota fuera de sitio y que, a pesar de esa perfección, te lo transmite todo cuando canta. No sé si os pasa, o es una cosa mía, pero las voces demasiado limpias, demasiado perfectas, suelen dejarme un poco fría. Algo más tiene que tener ella que cada vez que la oigo se me ponen de punta

Y por fin, el C1.

Ayer, gracias a que mi amiga Elena se pasó por la Escuela Oficial de Idiomas, supe que había aprobado el dichoso C1 de inglés. En septiembre e in extremis , pero he aprobado. Esta vez mi experiencia ha sido muy, muy distinta a cuando me saqué el B2 por libre en la EOI de Valencia . En aquella ocasión me preparé sola, a mi ritmo, con mi método chungo. Y aprobé sin más problemas. Casi no me lo creía. Para el C1, en cambio, he estado desde octubre a mayo en una academia, preparándome para el examen de Cambridge (era lo que mejor me iba para presntarme en la EOI, que, aquí en Córdoba, tiene un nivel alto), aprobando con muy buena nota todos los simulacros de examen y, aún así, me dejaron el oral (a pesar de salir con muy buena sensación). Se me ocurrió ir a la revisión del examen, y aquello fue una escabechina. A muchos nos había quedado solo el oral. En las otras tres partes tenía notaza, pero NOTAZA, sin embargo en la parte del oral me pusieron una nota HORRIBLE, HORROROSA, FATAL. No

A la francesa.

Al final no me despedí. Un poco de algunos de mis compañeros, entre cervezas, pero fue una despedida flojita, de esas de: "vamos a seguir viéndonos". Y bueno, espero que sea verdad, aunque sé que casi nunca lo es. No por falta de ganas, claro, sino porque la vida se pone en medio, siempre hay otras cosas. Y sí, if there's a will, there's a way , pero es que hay que gestionar muy bien la voluntad, que a veces nos quedamos cortos de ella, y nos hace falta para tantas cosas... De los alumnos, de muy pocos. Daban por hecho que yo iba a seguir allí otro año más. Parte del paisaje. Qué rápido me he hecho parte del paisaje, han bastado dos cursos... Y, aún así, qué prescindible me siento. Algunos de los que tenían recuperaciones me escucharon hablar de mi nuevo destino en la cafetería y, sorprendidos, vinieron a preguntarme: "Profesora, ¿es que se va?", entre incrédulos y tristes. Hubo promesas de vernos, alguna despedida porque, cuando se corrió la voz, hubo q

En agosto...

Se acabó agosto, llegó septiembre, vamos a hacer balance.  En la mesilla: Siguen Ángel González e Idea Vilariño y muchos libros en el Kindle, a ver con cuál consigo superar la crisis lectora. Parece que Dioses menores , de Terry Pratchett, está obrando su magia. En la cómoda/armario: Lo de siempre. Y muy poquitas ganas de arreglarme, la verdad. En el sofá: Yo, viendo series. La enganchina a Orange Is The New Black es REAL. En la nevera: Hummus casero :) En la caja de galletas: PopTarts. Los he probado por primera vez.  Pues no era para tanto... En la ducha: Mi gel de romero y el acondicionador de frambuesa y menta. En los labios: Pellejitos :( En la cabeza: A principios de mes, poca cosa, paz y tranquilidad. Hacia el final, números, miedos, vértigo por los cambios y los proyectos emprendidos. Y una fecha. En la pared: Nada nuevo. Pero me siguen encantando las láminas. En la calle: Poco movimiento. En la mochila: Pocas c

Lo bastante alta.

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Ahí está otra vez, el miedo de no llegar. De no conseguirlo, de no ser suficiente. La sensación de tener que demostrarlo todo de nuevo. Y tampoco puedo hacer nada más que apretar los dientes (metafóricamente, no quiero asustar a mi dentista la próxima vez que vaya) y tirar p'alante, porque si lo cuento siento que voy a ser otra dramática exagerada buscando casito, o a saber. Llevo creciendo toda mi vida. Demostrando cosas. Normalmente me ha salido bien, soy cabezota y relativamente perseverante. Hace poco el último salto mortal con tirabuzón acabó en planchazo y estas cosas, estas pequeñas cosas, me dejan la autoestima por los suelos. Yo, que por fin empezaba a elevarme por encima del suelo... Tanto esfuerzo empleado en crecer y nunca llego a ser lo bastante alta... (Este texto sale de un poema que acabo de escribir y, mirad, yo qué sé, he tenido que encender el ordenador para escribir esto. Lo necesitaba. Allá va el poema) Estatura. Aprendí desde pequeña a apun

El tiempo.

Este verano me he escapado de la vorágine de vivir experiencias. Bueno, he vivido experiencias, pero nada que ver con playas paradisíacas o rincones tocados por la tragedia. Este verano me ha ocurrido algo que dejará de pasar mañana: he sido dueña de mi tiempo, totalmente dueña de mi tiempo. Qué maravilla renegar de los horarios, olvidarse del reloj, levantarse cuando ya no hay sueño y acostarse de madrugada, después de haber disfrutado del fresco de la noche con una copa o un libro en la mano. Ver series, leer o escribir cuando fuese porque no había nada más urgente. Este verano he vivido sin prisa, a mi ritmo, haciendo lo que me apetecía en cada momento. ¿Cómo no me va a dar pena que se acabe, por mucho que me guste mi trabajo?

El romanticismo del correo electrónico.

¿Quién nos lo iba a decir hace no demasiado? Ahora, mandar un correo electrónico es romántico. Tomarse el tiempo de sentarse a escribir un email es algo extraño, cuando las cosas pueden solucionarse con un mensaje a través de alguna app o, si es algo más extenso, con un audio. Los emails están ya cerca de las moribundas cartas. Quizás por eso yo sigo escribiéndolos. Y quizás por eso me animé a empezar una newsletter poética (la poesía requiere un ritmo más propio de las cartas que de las redes sociales, así que el email parece un término medio aceptable). Y qué buenos momentos me está dando, no os hacéis una idea. No sé si es la magia del correo electrónico, pero me parece que así se crea una sensación de intimidad mayor. Ya he recibido varios correos en respuesta a la newsletter en los que la gente me habla de sentimientos, de circunstancias personales, de cosas que se les despiertan gracias al poema de la semana, y me lo cuentan como si fuese una amiga, alguien cercano. O quiz

A la espalda.

Solía cargar mucho peso sobre la espalda. Preocupaciones, responsabilidades, expectativas... Hace ya algún tiempo que, más que cargar las cosas sobre la espalda, me las echo a la espalda: empieza a darme igual 8 que 80 y, en la medida de mis posibilidades (los malos hábitos son difíciles de cambiar) me estoy poniendo a mí misma por delante de otras cosas. Aún así, sea por todo el tiempo que he llevado peso sobre la espalda o porque aunque me eche las cosas a la espalda aún pesan, ayer salí del médico con mi primera prescripción para Valium (chispas) y una fuerte recomendación de acudir a un fisioterapeuta porque, palabras literales de la médica, tenía toda la espalda "dura como una tabla". Yo, que fui por una contracturita de nada en el cuello, por una mala postura o yo qué sé, y mira... Si es que ya no soy joven, por más que lo digan los diarios. La adolestreinta es un mito. La losa de la edad me ha caído encima, fuerte. Parece ser que sobre la espalda.

El poder de las palabras.

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Las palabras son poderosas. Ni siquiera hace falta gritar: a veces los susurros conservan toda la fuerza de un grito. Eppur si muove . Y otras veces hasta el silencio les basta. Conmigo las palabras hacen magia: cuando me siento invisible, vuelven a situarme en el mundo, me dotan de contornos, me dan entidad. Si yo hubiese sido Jessica Rabbit debería decir que me han escrito así . Las palabras tienen ese poder porque yo les doy ese poder. Porque elijo creer o dejar de creer, aunque mis criterios quizás no sean del todo acertados. He dejado de creer muchas palabras por culpa de la voz que las transporta. Su significado ha ido goteando por las grietas y se han quedado vacías. La combinación más hermosa de esas palabras, en esa voz, no provocaría ningún efecto en mí, ya no. Porque he decidido no creerlas. He dejado de creer palabras poniéndome excusas, proyectando en los demás las razones por las que yo miento. Ya, sé que es injusto creer que los demás son como yo. Evito poner c

Razones para quedarse.

Este post va a ser una basura, básicamente porque soy yo pensando "en voz alta" e intentando ordenar mis pensamientos. Llevo unos días preguntándome por qué a veces es tan importante sentirnos atractivas y atractivos a los ojos de los demás. No hablo de sentirnos bien, de gustarnos a nosotros mismos, sino de gustar a los demás. Lo lógico sería pensar "Oh, dioses, a esta persona random que no me importa un cuerno no le parezco guapa, QUE LE DEN POR CULO" y pasar a otra cosa. Sin embargo nos importa. Quizá no a todos ni siempre en la misma medida. Pero nos importa. También pasa a nivel de carácter. Supongo que es natural querer caer bien. Pero, aunque me cueste admitir esto, creo que llevo mejor lo de que alguien me considere antipática que lo de que no me considere guapa, atractiva o como queráis llamarlo. Y ojo, que debería estar acostumbrada: he sido la amiga simpática tantas veces... La guapa, nunca.  El otro día, hablando de esto, me decían que es al