«¡Qué triste comer solo!»
Eso es lo que he oído esta mañana en la radio cuando iba camino del trabajo. La mala leche que se me ha levantado ha sido tan real que he murmurado un sentío «Que te follen» entre dientes. Es que tiene huevos decir eso, aunque sea verdad. Porque somos muchas las personas que comemos y cenamos solas día sí y día también y si estamos en paz con nuestra situación no necesitamos escuchar esa mierda y si no lo estamos tampoco. Vivir solo, hacer cosas solo, puede ser una elección o un accidente y se puede estar más o menos conforme con la situación. En cualquier caso, quienes vivimos así no necesitamos el juicio ni la pena de nadie. Como ya he dicho en alguna ocasión, desde bien pronto en mi vida aprendí que hay cosas bastante peores que estar sola. Fue cuando aprendí a hacerme invisible. Con el tiempo he ido cogiendo la inercia de hacer las cosas sola, por defecto. Por un lado, estoy tan acostumbrada que ya me resulta lo más cómodo. Por otro, es tan frecuente que no tenga con quien hacer