Juego de espejos.
Tengo temporadas de fijaciones extrañas. A veces me da por las flores. Otras, por las estrellas. En ocasiones por los zapatos. O, como ahora, por los espejos. Me parece poderosa la imagen del reflejo, el espejo, el otro yo que me mira. El otro yo que, a veces, parece independiente de mí, como con vida y personalidad propia. Ese yo tan peligroso. Porque la identidad descansa, en buena parte, en la mirada. Propia o ajena. Porque nosotros nos sabemos, nos sentimos, tenemos una imagen de nosotros mismos más o menos definida, pero hasta cierto punto, clara. Y sin embargo, ciertas miradas nos emborronan y dudamos de nosotros mismos. A veces esa mirada es la nuestra y ese instrumento de tortura, el espejo. Pero hay personas que son espejo. Personas en las que nos hemos visto reflejadas con claridad y que de repente nos devuelven una imagen distorsionada. Y es confuso y hasta doloroso. A veces se nos olvida que los espejos se rompen. Sobre todo, cuando perdemos la referencia. Y también