Malditos sean los que hacen daño.

 Tengo un alumno al que quiero mucho. Lo conozco desde hace dos meses, ya ves tú, pero lo adoro. Tengo debilidad por él. A veces, cuando trato con gente, me pasan estas cosas. Tengo flechazos. Por suerte o por desgracia, trato mucho con adolescentes, así que tengo muchos flechazos con ellos. No creo que sea necesario a estas alturas de la película pero, por si acaso, diré que no se trata de nada turbio. Mis flechazos son flechazos de ternura, de cariño absoluto, de «cómo me gustaría poder ser amiga suya» y «ojalá hubiésemos sido compañeros de clase». Ese tipo de amor, mucho más desinteresado que el que, tal vez, una mente malpensada podría estar imaginando.

Este alumno, al que tanto quiero, sufre. Sufre mucho. Y es injusto, porque es un niño dulce, educado, con un sentido del humor genial, una sonrisa que se hace un tanto cara de ver, pero que es preciosa y una mirada que, aunque esquiva, se ve a la legua que no tiene nada que esconder. A pesar de todo esto, incomprensiblemente para mí, está solo. Me gustaría poder traer a la Bettie de 17 años del pasado y sentarla a su lado en clase. Creo que se habrían llevado bien. Tal vez ella habría podido quitarse la máscara a su lado. Pero no puedo. Me limito a, además de cumplir con mis funciones, quererle mucho para ver si lo nota. Para ver si se da cuenta de que es tan, tan especial que le ha tocado el corazón a una señora que lo conoce desde hace 2 meses y que lo ve 2 horas en semana junto a 35 adolescentes más. 

Por desgracia, mi alumno no es el único que sufre. Hoy me he cruzado con este hilo de Lorzagirl en el que habla del calvario que está pasando su hija en el colegio. Se me parte el alma, como docente, como víctima de acoso escolar, como parte de la comunidad LGTB y como persona que habita este mundo de mierda. O sea, que tienes una hija y consigues criarla sana, equilibrada, feliz, con una brújula moral bien orientada (un episodio de acoso de los muchos que cuenta se desencadena tras defender la niña a un compañero), te esfuerzas por que confíe en sí misma y se sienta querida y aceptada tal y como es y, entonces, le toca pasar por esto por culpa de gente que, claramente, no está a la altura de ella. Y joder, me hierve la sangre, porque los niños y adolescentes que me dan esperanza, aquellos que me gustaría que poblasen el mañana, están siendo asediados por gente de mierda. Es que manda huevos. 

Y yo... Pues bueno, yo quería hablar de mí hoy, que para eso este es mi blog personal, pero dicho lo dicho creo que lo mío, lo nuestro, se podría resumir con estos versos de Pizarnik que me he cruzado hoy, también. 



Se me ocurre que habría que irle dando la vuelta alas bienaventuranzas, empezando por la de «Bienaventurados los que sufren, porque ellos serán consolados». Podríamos cambiarla por «Malditos sean los que hacen daño, porque nunca encontrarán perdón ni paz». Al carajo. Empiezo a ser muy selectiva con los destinatarios de mi compasión. 



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