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Mostrando entradas de octubre, 2022

Un espectáculo

  Apenas hace una hora que me he levantado pero, ya desayunada, me dispongo a ponerme en marcha. Los labios todavía me saben a chocolate caliente. Voy hacia el dormitorio y me quito el camisón. Me echo por encima una camisola de manga corta con escote trasero, que deja al descubierto uno de mis hombros (casi siempre el izquierdo) y buena parte de mis lunares. Me lavo la cara con agua fresca y me miro al espejo: tengo los ojos bien abiertos, brillantes y descansados y buen color en la cara. Sonrío y vuelvo al salón. Allí me esperan los cascos bluetooth (el derecho está anunciando su muerte). Los conecto al móvil y abro la app de Spotify. Pongo mi lista más reproducida en lo que va de año: #Palante (2022 playlist). Me dirijo a la cocina a por el plumero mientras empieza a sonar El cielo es de nosotros de Mundo Divino . No me lleva ni medio segundo ponerme el mango por micro y empezar a hacer playback (playback, sí, que no es cuestión de estropear la canción) como si estuviera en el WiZi

La kettle.

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  Esta semana me he comprado una kettle. Llevaba un tiempo dándole vueltas a la idea y se me ocurrió preguntar en Twitter. Entonces ocurrió lo inesperado: un aluvión de fans de los hervidores de agua eléctricos llenó mi tuit predicando sus bondades y claro, ahora mismo estoy escribiendo esto mientras sorbo una infusión Tranquilidad recién preparada.  Lo cierto es que la kettle está siendo una de mis cosas felices de la semana (que no son muchas). Me pone contenta llegar a casa y ver que el parejo se ha preparado una infusión, me gusta verla ahí, al lado de la cafetera, tan roja y tan bonita, mientras me preparo la comida. Me gusta llenarla y encenderla, con ese leve clac, casi imperceptible y esperar a oír otro clac , este un poco más fuerte, que indique que el agua está lista. Me resulta muy, muy agradable sentarme a ver Derry girls con una taza de té Lady Grey (bueno, Lady Grey del Lidl, pero está estupendo igual) muy caliente con una nubecita de leche y mi manta suavita (que no hac

Soñar flojito

 No tengo sueños grandes. Ni siquiera esos que, dentro de ser accesibles, son grandes. Algún día, hace mucho tiempo, los tuve, lo recuerdo vagamente. Bueno, los tuvo alguien que se parecía a mí pero no era yo. Yo, la que soy hoy, no los tiene. De hecho, cuando toca hablar de ellos, por lo que sea, hasta me permito despreciarlos con cinismo como si fueran tonterías superfluas, cuentos para niñas o producto del autoengaño.  Pero a veces me pregunto si no tengo sueños grandes porque no quiero o porque es mi manera de protegerme. Si solo me autorizo a querer aquello que creo que puedo alcanzar sin hacerme daño. Aquello, en definitiva, que contribuirá a consolidar la zona de confort que tanto me ha costado levantar.  Me pregunto si tal vez no he cambiado, si en realidad no soy otra... Sino solo la misma mujer que, con el tiempo y la vida, ha aprendido a soñar flojito. 

La trampa del porvenir

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 Siempre he vivido proyectada al futuro, atada a previsiones y a planes. Siempre he querido tenerlo todo controlado y pensado. Aquí quedaría bien decir que la vida siempre me ha acabado sorprendiendo, pero no. La realidad es que, a pesar de los reveses, estoy donde quería estar cuando, siendo más joven, me pensaba (más o menos y salvo algún detalle, claro). A veces me lamento por las oportunidades perdidas, porque ese vivir tan hacia el porvenir implica, en mayor o menor medida, renunciar al hoy en expectativa de otro momento o con la esperanza de conseguir algo en un futuro: lo haré cuando sea delgada, lo haré cuando acabe la carrera, lo haré cuando tenga pareja, lo haré cuando haya ganado la plaza, lo haré cuando haya comprado la casa, lo haré cuando haya pagado el coche, lo haré cuando vuelva a ahorrar, lo haré cuando haya comprado la mampara de la ducha y el mueble del baño, lo haré cuando me encuentre mejor... A mí ya se me ha gastado la ambición y no sé si eso es bueno o malo. La

Estoy de postureo hasta el coño.

Me vas a permitir que te hable con franqueza. Al fin y al cabo, si he decidido resucitar este espacio es justo para eso. Aquí no escribo en serio pero sí escribo seriamente. No tiene sentido, pero me explico. Cuando escribo aquí no pienso, no me detengo en las formas, en los recursos estilísticos ni en las reiteraciones. Escribo como escribiría un diario o, más bien, una carta. Aquí, puedes creértelo o no, hay poco o nada de postureo. Esta soy todo lo yo que puedo ser en un espacio virtual (en el que, claro, no se ven todas las caras ni se aprecian bien las aristas). Aquí lo mismo celebro que puedo volverme a poner mi vestido favorito que me quejo de las 56 semanas y media que ha durado septiembre (eso no lo había hecho antes, lo acabo de hacer ahora).  Me gusta este espacio libre de postureo. Por eso, supongo, me gusta también Twitter. Ojo, que en Twitter hay postureo por un tubo, según donde mires: entre los intelectuales, los cínicos, los que quieren ser graciosos y la madre que los