La cremallera

Dentro de unos meses tengo un par de bodas. Como odio buscar ropa, tengo el modelito perfecto que aspiraba a repetir: un vestido verde precioso, con vuelo (¡lleva tul debajo!), sencillo y elegante, al que ya le tengo mirados los complementos. No falla. Me lo he puesto una vez porque, por suerte, tengo pocos compromisos de ir elegante. Sé que para una de las bodas no voy a poder usarlo (es en febrero y de noche), pero para la otra, que es en marzo y a medio día...



Cuando se avecinan fechas de estas suelo irme probando la ropa antes, para asegurarme que me viene. Me probé el vestido antes de mudarme, mientras empaquetaba ropa (debió ser a finales de junio) y me cerraba, aunque el pecho me quedaba apretado. Ayer volví a probármelo. No me cerraba. Nada. Pensé que quizá era que yo sola no podía cerrarlo. Pedí ayuda. Nada. Imposible.

Me desmoroné. Ya veis, una cosa tan pequeña como una cremallera puede causarme una crisis (que no se me va a pasar así rápido). Que esa cremallera no cierre implica tantas cosas que me duelen tanto... Tanto que ni quiero pararme a escribirlas.

Pero la que más me duele es aumentar de tamaño cuando por dentro me siento tan, tan pequeña.


Comentarios

  1. Las cremalleras, como tantas otras cosas, a veces son el mal absoluto, porque son sólo parte de la imagen, no la imagen completa. Un enfoque excesivamente cerrado en un punto y por tanto, sesgado, es siempre mentira. La verdad está en el contexto, en la imagen completa. Puede que hoy la cremallera no cierre. Hay muchas razones por las que esto puede ser así ahora y desde luego no tiene por qué seguir siendo así en el futuro. Contra las cremalleras cabronas, abrir el foco. Si fuera tan fácil de hacer como de decir...

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