Miradas que no matan, pero hieren.

Jack me dijo que no le diese más vueltas, pero me cuesta. Así que, de nuevo, recurro a la técnica de vomitarlo aquí en el blog para quitarme un peso de encima.

¿Os acordáis de aquella entrevista de trabajo de la que salí tan contenta pero que al final quedó en nada? Pues me propuse no saber nada de ese proyecto. Pero nada de nada. Más que nada por no ponerme los dientes largos con lo que habría podido ser y no fue. Pero a veces no se trata de lo que tú quieres. Anteayer, por accidente, ví en un programa sobre empleo que esta empresa, este comercio en el que yo optaba a trabajar, ofrecía puestos de trabajo determinados. En el reportaje aparecía una de las mujeres que me entrevistó en la tienda de nueva apertura de la que me hablaron en la entrevista. Menudo puñetazo en el estómago. ¿Sabéis por qué? Porque realmente me habría gustado trabajar ahí. Era una tienda preciosa, amplia, diáfana. Llena de productos de cosmética y belleza por todas partes. Me habría gustado de verdad. 

Instantáneamente me puse a mirar a las dependientas que aparecían en el reportaje para buscar qué tenían ellas y yo no. Lo primero en lo que reparé fue el físico: guapísimas, delgadísimas. Y pensé: si yo hubiese sido más guapa, más delgada, más alta. Si fuese más elegante al vestir... Pero pronto mi pensamiento fue descarrilando: si hubiese sido más extrovertida, o menos, más habladora, o quizá menos, más directa, más concisa, o quizá menos. Si me hubiese maquillado más. Si hubiese llevado el pelo de otra manera. Si no hubiese mencionado mis estudios, si no les hubiese dado importancia.Si, si, si... Y acabé quemada, triste, y sin sacar nada en claro, aparte de que me habría gustado trabajar ahí y no pudo ser.

Como os decía, le llevo dando vueltas desde el momento en el que ví el reportaje. ¿Por qué yo no? ¡Por qué! Y seguro que hay mil razones, pero casi que prefiero no pensarlas. Últimamente ando un poco sensible con este tema.  Y las miradas de la gente no ayudan. Os explico.

Mi pueblo es muy pequeño y todos nos conocemos. Bueno, más bien todos se conocen y me conocen, porque lo que soy yo, soy un poco torpe para esas cosas de "sí, fulanita, la hija de menganito, que está casada en nosedonde con el hermano de nosequién". A la gente aquí le sale natural, pero a mí, nada.  Pero el caso es que a mí sí que me conocen, y esto va a sonar un poco... narcisista, pero es así: soy una especie de leyenda en el pueblo. Cuando se habla de mí, suele añadirse la coletilla: "sí, esa cría es muy lista, pero mucho", o similares. Desde siempre. Soy la lista del pueblo. Vaya título.   

Pues ese título conlleva ciertas expectativas. Una de ellas, que iba a tener éxito en la vida. Que yo ya no iba a volver aquí. Y que si volvía sería de visita, en un buen coche, con un buen marido, o por lo menos, con un buen empleo. Pero como véis, no es así. Y la gente, cuando te ve, te saluda y te pregunta:

- ¡Hombre! ¡Bettieeee! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo estás?

Bettie Jander responde, resignada: - Bien.

Y automáticamente, la señora de turno -porque siempre son señoras- pregunta:

- ¿Trabajas?

Vamos a ver. Vamos a analizarlo. Estoy, un día entre semana, a las 11 de la mañana, en la calle, cogida del brazo de mi madre. ¿Tú qué crees? 

- No. Si trabajara no estaría aquí. 

También está la variante: - ¿Es que estás por aquí?

Cuya respuesta es: - ¿Es que no me ves?

Y acto seguido me seco la bilis que me chorrea por la boca. 

La última en preguntarme ha sido la madre de una ex compañera de colegio. Cuando le he contestado he visto como cierta autocomplacencia ha aparecido en su mirada. Cómo se ha regodeado en que "la lista", la que hacía sombra a su hija en el colegio, sea ahora una fracasada, una recogida por sus padres, una parada más en la lista del INEM, mientras su hija tiene cierto éxito en la vida gracias a los votos de sus vecinos. 

Pero no ha sido la única en la que he visto esa mirada. La gente que no ha salido de aquí - y por eso no ha tenido que volver-, te mira con satisfacción cuando ve que has "fracasado".  Se sienten a gusto consigo mismos con mi fracaso. Y eso se nota. Os juro que no son imaginaciones mías. 

Intento repetirme regularmente que no he fracasado. Que el hecho de que no se me haya dado aún una oportunidad, o que haya quien no me valore no le quita valor a lo que he hecho en mi vida, a lo que he conseguido. Y a lo que sigo intentando.  Incluso que lo que he hecho hasta ahora tiene valor en sí mismo, me ha costado mucho trabajo, mucho esfuerzo, y es parte de lo que soy. Pero esas miradas hacen daño. Mucho.