Domingo laborable.

Hoy tengo turno de tarde. No entro a la fábrica hasta las 3, pero me he puesto el despertador a las 9 para que me dé tiempo de prepararme unas cuantas cosas y, sobre todo, para ir a jugar el partido de la liguilla de fútbol en la que participo con mis amigos. Acabo de pararlo. Fuera, la calle todavía está en silencio. La luz entra, tenue, por la ventana, junto con un viento fresco. Ella se encoge y se arrebuja entre las sábanas. Me acerco a besarla para despedirme pero entonces se da la vuelta y me abraza. Abre sus enormes ojos, aún borrachos de sueño, y me mira. Guiña uno de ellos para enfocar. Me sonríe. Qué hermosa es, por todos los santos... Vuelvo a besarla. Y otra vez. Y otra. Me acaricia la cara a la vez que me atrapa con una de sus piernas. Como si hiciera falta. Caigo en la cuenta de que no hay otro lugar en el que prefiera estar, así que me entrego a su piel esperando reunir las fuerzas necesarias para levantarme a tiempo de prepararme para el trabajo.





Ayer un amigo me contó una historia parecida con su pareja y me pareció tan, tan, tan bonita que...
Pues eso. 

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