Bumble: ON and OFF.

 El martes pasado activé Bumble de nuevo. En aquel momento me pareció una buena idea, no sé. Una mancha de mora con otra se quita, un clavo saca a otro clavo... En realidad yo lo que esperaba es que, de alguna manera, alguien consiguiera suplir el subidón de hormonas y neurotransmisores guays que me daba él. Buena suerte con eso, chata. 

He tardado DOS días en darme cuenta de que no era buena idea. Dos días no es mucho, ¿verdad? Me he dado cuenta de que la mera idea de tener una cita con alguien me provocaba rechazo. Así, simple y llanamente. No pereza, no. Rechazo. Así que si ese era el mood, evidentemente, no estoy como tengo que estar para usar esas aplicaciones que ya de por sí me resultan desagradables, hostiles y, en general, pochas. 

No obstante, en este escaso tiempo que he estado ahí he aprendido o recordado dos cosas. Lo cual no está mal, sale a una por día. Y allá voy, a compartirlas con vosotras. 

Primera cosa: me repelen los guapos (y por una buena razón, generalmente). 

Así es, tengo guapofobia. Y mira, puestos a discriminar, prefiero discriminar a gente privilegiada. Me he dado cuenta de que cuando veo a un señor o una señora muy, muy guapos en estas aplicaciones suelo deslizar al lado del no. Ojo, no digo que la gente a la que le doy like sean feos. Me refiero a esas personas que son guapas, lo saben y se esfuerzan mucho en hacer gala de ello. 

La cosa es que en esta ocasión me he dicho: «Vamos, Bettie, tienes que vencer ese prejuicio. Seguramente nazca de que tú no te crees guapa, a la altura, y que estés bajando tus expectativas en ese área. Inténtalo, lo mismo te sorprendes». Y le di like a un par de «guapos que lo saben». Y uno de ellos fue un match (no voy a decir que no me sorprendió, con lo cual algo de no creerme a la altura puede haber). 

Pues hijas, ojalá haberme equivocado, pero no: yo tenía razón. A ver si adivináis cuántas cosas me ha preguntado sobre mí antes de invitarme a quedar: 0. Y ojo, eso aunque le he dejado caer que ayer coincidimos en un sitio, que le vi. Nada, ni media. Ni curiosidad ha mostrado. De hecho, cuando le he dicho que estaba liada, tampoco ha preguntado. Supongo que es porque saben que si no es una será otra, qué más da, total. Por suerte una es tonta pero no tanto y mira, se ve venir esas cosas. Next. O no, en este caso ni next ni nada.


Segunda cosa: la gente nos importa bien poco si no son lo que esperamos que sean. 

A ver, yo lo entiendo. Pero eso no significa que me parezca bien. La gente no va a esas aplicaciones a conocer gente sino a a) follar o b) encontrar pareja. Y todo lo demás no importa demasiado. Lo cual en el caso de follar no me parece problemático, pero en el otro un poco, la verdad, porque la relación con una persona a la que desde el principio interpretas como una potencial pareja no es auténtica, no es real, no la estás conociendo por lo que es sino viendo si encaja en lo que quieres que sea. Qué injusto, ¿no? 

Lo sé porque estaba hablando con dos señores que parecían bastante simpáticos, así que he decidido decirles que iba a cerrar el perfil porque me había venido arriba y no estaba preparada para entrar en esas movidas, pero no quería que creyesen que les había hecho ghosting. Les proponía, si querían, mantener el contacto por otra vía, hablar, quedar algún día para un café, pero sabiendo que yo no estoy ahora mismo buscando una relación de ningún tipo, ni siquiera encuentros meramente sexuales. Supongo que adivináis la respuesta: ambos me han dicho que no. Ojo, ambos muy asertivamente, muy respetuosamente. Pero vaya tela. La esperanza de conocer a alguien y que con el tiempo surja algo ni está ni se contempla. Qué artificial es todo, qué encorsetado. Qué mal. 


Hoy estoy bastante negativa con esto, la verdad. De mi anterior relación con un señor estupendo saqué en claro que no me voy a conformar con menos de lo que quiero. He visto que eso dificulta mucho (pero mucho) tener una relación ya a mi edad, cuando una está harta de tragar mierda y hasta el coño de todo. Pero mientras hace más de medio año lo de no volver a enamorarme me parecía perfecto, ahora me da pena. He vuelto a vivir lo que es el subidón de enamorarse, las mariposas, el insomnio, el olvidarse de comer, el tener agujetas en la cara de sonreír...  Y me da pena. Me da pena saber lo difícil que es que te pase eso y me da pena saber que, si ocurre, con bastante probabilidad se disipará al contacto con la rutina, la realidad y mis mínimos exigibles.  En fin. 


Eso es lo que hay, de momento. 

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