Si mis amigas pueden, tú también.

 Durante toda mi vida me ha pesado la losa de ser una persona «difícil». Es algo que asumí de mí misma sin cuestionármelo demasiado. Era difícil porque era hermética y costaba saber qué pensaba o sentía. Era difícil porque hacía preguntas incómodas para entender lo que me contaban. Era difícil porque sentía demasiado, porque reaccionaba a los otros con mucha emocionalidad. Total, que a pesar de intentar ser muy buenecita, muy obediente, muy callada y muy complaciente, más pronto o más tarde acababa llevándome un «¡Vaya carácter tienes!» o un «¡Es que le sacas punta a todo, así no se puede!», entre otras expresiones similares. 

Me lo creí por dos razones. La primera, porque me lo decía gente que, supuestamente, me quería. Por lo tanto, ¿por qué iban a mentirme? No tiene ningún tipo de sentido. La segunda, porque era algo bastante generalizado, casi la postura estándar sobre mi persona. Esa niña, esa adolescente, esa mujer que mostraba un amplio rango de emociones, que no se conformaba con cualquier explicación, que señalaba los errores de razonamiento en las explicaciones... Joder, qué difícil era para todo el mundo. 

Hicieron falta dos cosas para que me esté quitando ese sambenito de encima. La primera, conocer a gente que consideraba que yo no era difícil, en absoluto, sino más bien todo lo contrario. Gente que me señalaba lo fácil que era entenderse conmigo, llegar a acuerdos, hablar, compartir espacio. La segunda, darme cuenta de que las personas no suelen ser narradores fiables (no solemos, debería decir): ni quien dice quererte tiene por qué quererte en realidad ni las descripciones que hacen de ti tienen por qué ser acertadas. De hecho, muchas de estas atribuciones de «dificultad» a mi carácter venían de no querer asumir su propia responsabilidad: no es que yo sea difícil, es que me has dicho algo hiriente; no es que yo le dé muchas vueltas a las cosas, es que me estás intentando engañar y te he pillado; no es que yo sea una intensa, es que mi enfado o mi tristeza te incomodan. 

Para ambas cosas han sido fundamentales mis amigas. No solo: algún amigo y alguna expareja han contribuído también (estos, creo, en la medida en que fueron amigos míos además de amantes), pero las fundamentales han sido ellas. Primero, porque me han ido demostrando cómo se ve el cariño de verdad, y lo segundo porque me han hecho ver que no soy, en absoluto, difícil. Tal vez antes no hubiera dado con la gente adecuada, pero cuando lo he ido haciendo no me he sentido difícil en ningún momento. Incluso cuando he ido a excusarme por alguna de mis particularidades (que las tengo, claro) las han entendido sin necesidad de que yo me explicara. 

Esto es maravilloso, porque me ha quitado una etiqueta que he cargado injustamente demasiado tiempo de mi vida. Pero también complica las cosas para quien se quiera relacionar conmigo. No hace demasiado le dije a un señor que no iba a permitirle que me hiciera sentir alguien difícil porque ya sabía que no lo era. Normalmente tras esos reproches como: «Nunca estás contenta con nada», «Nada te parece bien» o «Qué complicado es que estés contenta» hay una falta de interés (o tal vez incapacidad) de entender y atender las necesidades del otro que, por lo demás, pueden ser bien sencillas. No voy a permitir que otros vuelquen en mí sus ineptitudes. 

Así que no, Antonio. No soy tan difícil. Si mis amigas pueden entenderme a un nivel básico, tú también deberías. Y si no, puerta, porque no voy a conformarme con menos que eso.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Tontos-a-las-tres.

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López