La crisis de los 30
¿Os habéis preguntado alguna vez por qué todas las crisis parecen rondar los cambios de decena? ¿Tanta fuerza tienen las cifras? Parece ser que sí. Yo misma me pregunto a veces si esto que me pasa tendrá que ver con la dichosa crisis de los 30. A veces me digo que sí. Otras que no. Lo cierto es que no importa demasiado la etiqueta, pero algo me pasa, algo me viene pasando desde hace un par de años.
Y ese algo no es del todo malo. Hoy, mientras caminaba, me he dado cuenta de que quizá por primera vez en mi vida tengo una relación sana y normal. Podría excluir de ese saco, quizá, mi primera relación, mi primer amor: una relación de casi un año con un chico de mi misma edad, circunstancia que no se ha vuelto a dar nunca en mi vida. El resto de relaciones, o bien estuvieron sustentadas en cosas poco deseables (inseguridades, dependencia, necesidad de validación...), o bien fueron huidas hacia delante, cosas que no deseaba realmente, pero que tomé por circunstancias diversas, en ocasiones, causando daño a otros. Hoy soy capaz, creo, de distinguir una relación sana de una que no lo es. Creo. Ya me he equivocado antes.
Otra cosa que he aprendido a mis 30 años es a saber cuándo me estoy mintiendo. Todos nos mentimos, creo. Pero lo malo es que nos creemos nuestras mentiras. Yo ya sé cuándo me estoy contando una mentira. Y me las cuento gordas, gordas, gordísimas. Pero sé que me estoy mintiendo. También sé que la verdad está sobrevalorada.
A mis 30 años estoy flotando por primera vez en mi vida. Haciendo el muerto. Y eso, generalmente, me parece algo malo, pero no sé, tampoco tiene por qué serlo. Toda mi vida he estado nadando hacia alguna parte: conseguir un título, una pareja, un trabajo... Ahora no. Ahora camino sin grandes metas, sin objetivos definidos. Floto. Quizá cuando me acostumbre le vea el encanto. Estoy casi segura.
También, a mis 30 años, he aprendido que correr no sirve para demasiado. He sido la primera en muchas cosas. A veces me comentaban que ya tenía casi todo conseguido. Y entonces, ¡blam!, giro de timón, plot twist, y a empezar casi de cero, con cambio de escenario y toda la parafernalia. Ahora, de todo eso que creía tener, no me queda nada, pero he conquistado algo que me parece lo más importante de todo: mi libertad. Para volver a buscar, para correr de nuevo, o para seguir flotando. Quién sabe.
Estoy aprendiendo a ser. A encontrar un termino medio entre la prisa y la prudencia. A dejarme llevar, a no esperar nada, a habitar mi presente, en muchos sentidos, privilegiado. Me está costando, no os voy a mentir, pero es que me he pasado la vida entera corriendo. Pero es cierto que no por mucho madrugar amanece más temprano, así que todavía ando acostumbrándome a remolonear en la cama.
Y sí, tengo miedo, angustia, inseguridades, incertidumbre y de todo un poco. No sé. Creo que, por fin, me estoy haciendo mayor. Pero eso debe de tener también una parte buena, ¿no?
Flotar haciéndose el muerto es maravilloso, Bettie. Creo que no hay mayor sensación de paz. Al menos yo lo siento así.
ResponderEliminarYo no he sentido la crisis de los 30 ni la de los 40 (igual a los 50 me da fuerte). Pero sí sentí la de los 20. Creo que sentí que pasaba de la niñez a la madurez y me entró una llorera tremenda el día que celebraba mis recién estrenados 20 años... Pero creo que era más bien fruto de una borrachera... jajaja.
Creo que los 30 es una edad maravillosa. Disfrútala. Si mayores pretensiones.
Supongo que tengo que aprender. A flotar, a disfrutar, yo qué sé. Un poco a todo xD
EliminarMuaks!