Lo del «bonding over trauma»

 La primera vez que escuché la expresión «bonding over trauma» (o, al menos, que fui consciente de ella) fue en la serie «Such brave girls». En ella, un personaje que es una adolescente lesbiana con problemas de salud mental y que es constantemente invalidada en todos los sentidos por su familia y su entorno, conoce a una camarera lesbiana en un bar que también tiene problemas de salud mental y empiezan a hablar de sus movidas hasta el punto de generarse una tensión sexual insostenible entre ellas. Cuando el primer personaje vuelve para tener algo con ella (pues en ese momento creo recordar que se asusta y no pasa nada) la otra le explica que su terapeuta le ha dicho que el «bonding over trauma» no es una manera sana de relacionarse y que ella es más que sus problemas, por lo que si el primer personaje no puede ofrecerle más que ese nexo no puede haber nada entre ellas. Todo ello está contado de una manera humorística muy bruta y muy sarcástica. La serie no me pareció la maravilla que todo el mundo decía, pero la verdad es que está curiosa. 

Me he explicado fatal, pero bueno. Básicamente, el «bonding over trauma» o, en castellano, «conectar a través del trauma» consiste en establecer conexiones (en ocasiones aparentemente muy profundas) con otras personas mediante poner en común las cosas «problemáticas» sobre nosotros: nuestros traumas, miedos, disfuncionalidades, enfermedades...  

Y veo el problema, no creas que no. Supongo que a través de ese tipo de nexos es fácil olvidar que hay vida más allá de lo que nos duele, lo cual, ya de por sí, absorbe buena parte de nuestro tiempo, pensamientos y energía, y que acaba invadiendo, si se le deja, todos los aspectos de nuestra vida. Es lo que tiene el dolor. Puede ser peligroso encontrarse en una relación íntima (de cualquier tipo, no hablo solo de amor, también de amistad) en la que una no se ve retada a ser algo más que un ser roto. 

Pero es tan agradable. Tan fácil... Ese tipo de conexiones te permiten establecer una relación con otra persona en la que no tienes que disimular que eres un ser con grietas. En buena parte de mis relaciones, cuando conozco a alguien, una parte significativa de mi energía se va en intentar parecer normal (con éxito relativo) y en ocultar mis zonas problemáticas (y no hablo ahora del cuerpo, precisamente). Esto me hace ser consciente de todo lo que tengo que tapar, todo lo que una persona «normal» (si es que eso existe) podría considerar raro, difícil, demasiado. Y en ese proceso aparece la sensación perenne de que soy una persona defectuosa. Me siento como una fruta que no es perfecta, intentando ponerme en el expositor de la manera que más favorezca mi imagen. Por el contrario, cuando tu relación se establece desde el principio desde la premisa de que la otra persona, como tú, tiene un bagaje tocho, heridas abiertas, que se pelea con su salud mental por rachas con mayor o menor intensidad, todo es más honesto, más sencillo. No cuesta tanto deshacer un plan, por ejemplo. No tengo que buscar una excusa para que la otra persona no se sienta rechazada, simplemente digo: «tía, la vida se me ha hecho bola, no tengo fuerzas para salir». O tampoco cuesta tanto pedir ayuda. No tengo que inventarme una movida extraña para que alguien me saque de mi casa y me dé algo de cariño intentando no parecer demasiado necesitada o absorbente. Simplemente digo: «Nena, estoy teniendo unos pensamientos intrusivos que flipas, necesito un abrazo». Y generalmente las otras personas rotas entienden. Y ayudan. Y qué decir de las ideaciones suicidas. ¿Cómo le dices a una persona con la que has establecido una relación al margen del trauma que necesitas que te escriba todos los días para preguntarte cómo estás porque vives sola y tienes miedo de, en algún momento, empezar a pensar seriamente en matarte? Es que le va a explotar el cerebro, probablemente. Sin embargo a una persona con la que sí has compartido tus heridas se lo dices con mucha más naturalidad: «Oye, necesitaría que me hagas un chequeo de ideaciones suicidas de vez en cuando, que me estoy encontrando peor con esa movida». Y lo hacen. Además con una naturalidad que casi te hace creer que esto le pasa a todo el mundo en algún momento. Mi amigo Alberto, casi todas las mañanas: «¿Cómo van las ganas de hacer la morición?» En los días buenos, me da por reír y en los malos, por sonreír. Así que ni tan mal. 

Así que sí, entiendo que el «bonding over trauma» puede ser problemático. Pero me parece también que parte de ese problema surge de la idea de que las personas que hemos estado/estamos mal no queremos estar bien, que buscamos cualquier excusa para revolcarnos en nuestro propio fango y no salir de ahí. Y hombre, me parece condescendiente y paternalista. Por lo general, nadie que puede estar bien elige estar mal. Si lo están es porque no saben o no pueden hacerlo mejor. Al contrario, sin ser yo especialista en estas mierdas, creo que este tipo de relaciones nos pueden ayudar a sentirnos menos solas, menos extrañas, menos defectuosas, menos fallidas, menos débiles. ¿Que a veces son un espacio seguro para lamernos las heridas? Pues sí. ¿Y? Como si el mundo tuviese un exceso de lugares seguros en los que parar, hacerse una bolita y llorar antes de seguir... 

Yo no puedo estar más agradecida por las personas con las que he conectado, en buena medida, gracias a esas vulnerabilidades. En mi experiencia, son personas atentas, cuidadosas, amorosas, que respetan tus límites, que entienden tus necesidades... Y con las que puedo ser yo, sin maquillar mis cicatrices, sin ocultar mis heridas y sin ponerme ninguna careta. Qué lujo (porque es eso, un lujo, en una sociedad en el que rápidamente te descartan por-lo-que-sea). Un lujo, de hecho, al que no estoy dispuesta a renunciar. 


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