Mi primer (y único) ramo de rosas.

 Esta noche he empezado a ver la miniserie adaptación de La Regenta que hizo RTVE. He cedido porque no tengo en vista leerme el libro: lo he empezado dos veces y la prosa de Clarín ha podido conmigo las dos veces. O, como dirían los jóvenes: mucho texto. 

Vetusta me ha resultado familiar y es normal: al fin y al cabo me crié en un pueblo donde cualquier nimio detalle es suficiente para montarse tremenda película. Y lo entiendo, ¿eh? Vivir en un pueblo es, en general, aburridísimo. Creo, además, que ese aburrimiento hace que a uno, si no tiene una vida interior muy rica, se le vayan consumiendo las entrañas y se quede hueco. Así que si nada pasa dentro y nada pasa fuera... Pues habrá que inventárselo. 

He sido víctima de esas invenciones en más de una ocasión. Algunas veces con motivo, claro. Qué adolescencia habría tenido si nunca hubiera dado pie a habladurías. Pero las más de las veces, sin él. Podría entretenerme a contar tooooodas las ocasiones en las que mis vecinos armaron una montaña de un granito de arena insignificante, pero hoy voy a contar algo que fue un verdadero escándalo y, la verdad, algo de motivo para habladurías sí pudo ser, aunque fuese solo por lo inusual.

Resulta que el día que todo pasó yo cumplía 18 años. Estaba haciendo deberes o estudiando en la mesa del ordenador, situada en el salón, cuando empecé a oír revuelo en la calle. No es lo normal oír ruido de cháchara una fría tarde de enero, la verdad, pero como la cosa no iba conmigo (o eso pensaba yo), seguí a mis cosas. Hasta que llamaron al timbre de mi casa. 

Fui a abrir. Mi madre no podía moverse con demasiada velocidad en ese momento. Cuando abrí la puerta me encontré a un señor de Interflora con un pedazo de ramo de una docena de rosas rojas enormes... y a buena parte de las vecinas de mi calle detrás. 

El señor de Interflora dijo mi nombre temeroso, entonando una interrogación, mientras mi madre aparecía en escena también.

─Sí, soy yo.

El señor me entregó el ramo, me extendió un recibo y un bolígrafo para que firmara y se fue sin despedirse siquiera. Luego me enteré que las vecinas, antes de indicarles dónde vivía la destinataria del ramo (mi calle ha tenido siempre una numeración caprichosa) le estuvieron sometiendo al tercer grado. Recuerdo la cara que se les quedó a mis vecinas cuando les di las buenas tardes y cerré la puerta sin dar más explicaciones. 

Evidentemente, como no tenían datos, se los inventaron. Desde que un «extranjero» me iba a pedir matrimonio hasta que estaba liada con un señor mayor (en algunas versiones, casado). Algo gordo tenía que ser porque la gente no envía flores si no te has muerto. Y menos un ramo de rosas como ese. «Con lo caros que son», dijeron algunas, «a saber lo que habrá hecho para ganárselo». Breve recordatorio de que acababa de cumplir 18 años.  

La verdad es que en lugar de cabrearme, como hacía otras veces, me lo tomé a risa. Supongo que porque era la primera vez que me regalaban flores y madre mía, qué manera de empezar. Aún conservo la tarjeta. 

Por si os interesa saber la historia real, os la cuento. Yo tenía el corazón roto. Rotísimo. Además, cumplía 18 años y tenía un montón de sueños que, por diversas circunstancias, no sabía si se iban a cumplir, lo cual me ponía tristísima. Esa coyuntura fue aprovechada por bastantes señores con más años y malicia que yo para intentar obtener de mí lo que querían. Pero no, no fue uno de ellos quien me mandó flores. Fue Toni, de Barcelona, quien fue siempre tiernísimo y caballeroso conmigo y que nunca me pidió nada. Supongo que le inspiraba verdadera ternura. Es, desde luego, una historia mucho menos jugosa que las que circularon por mi pueblo. 

No me han vuelto a regalar un ramo de rosas y, la verdad, casi mejor. Dudo que el siguiente genere una anécdota a la altura de esta. 


Comentarios

  1. Pero cuenta más... ¿quién era Toni de Barcelona? Jeje...
    Bonita anécdota. Los ramos de rosas están sobrevalorados.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues es que no sé mucho más de él. Que se llamaba Toni, que vivía en Barcelona, que era mayor que yo (aún no llegaba a la treintena, pero creo que pasaba los 25) y poco más. Que era muy amable. Y que, según he visto, creo que todavía conservo su número de teléfon... XDDDD

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Tontos-a-las-tres.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López