Merecemos que nos quieran. Por supuesto y siempre.

 Hoy andaba churneando por insta cuando me he cruzado un vídeo que he visto un millón de veces. En él, una madre y su peque hablan de un enfado que el peque ha sufrido ese mismo día y de las emociones implicadas en la situación. La conversación es chulísima. Pero hay un punto que siempre me emociona. Al final del vídeo el pequeñujo le dice a la madre: «Hasta cuando estoy así de enfadado, ¿todavía me quieres tanto?», a lo que ella contesta: «Por supuesto, siempre» mientras lo abraza. 


Esa parte siempre me rompe un poco. He crecido creyendo que tenía que ganarme el amor de los que me rodeaban, que el hecho de que me quisieran era un premio que tenía que hacer lo posible por merecer. De hecho, pensaba que era así para todo el mundo. No ha sido hasta hace unos cuantos años que me he dado cuenta de que no van así las cosas y he descubierto que hay personas que quieren a los suyos incondicionalmente, hasta cuando la cagan, hasta cuando no hacen nada activamente por merecerlo. Wow. 

Ese pensamiento es pochísimo, no solo por el esfuerzo constante que una está haciendo todo el rato para que la quieran (hablo de una niña pequeña y una adolescente que ha vivido así durante años) sino porque implica que, cuando a una no la están queriendo, es porque no ha hecho lo suficiente para merecerlo. Así que sí, he pasado años y años de mi vida intentando trazar planes maestros para recibir reconcimiento, aprecio o, si había mucha, mucha, mucha suerte (no solía haberla), cariño. 

Desde esa perspectiva una asume que tiene que ser agradable, no molestar, no incomodar. Que sus expresiones de disgusto, tristeza o enfado sobran. Que hay que ser una niña buena, educada, bonita y simpática todo el rato, independientemente de lo que esté pasando a tu alrededor. No voy a entrar en detalles de todos los problemas que eso me ha acarreado de joven y adulta. Por suerte, estoy en proceso de deconstrucción de esa creencia. 

Una de las consecuencias de ello es que estoy dando rienda suelta a mis emociones, a todas. A mi entusiasmo desbordante, pero también a mi enfado, a mi disgusto o a mi decepción. No es que vaya por ahí arrasando cual huracán: años y años de contención han tenido que servir para algo. Es más bien que no me lo callo. Que si me enfado se nota y que se acabaron los «no pasa nada». Que verbalizo con todas sus vocales y consonantes lo que me ocurre: «Ha pasado esto y como consecuencia me siento de esta manera». Da miedo, claro, porque el pensamiento de «así no te va a querer nadie nunca» sigue ahí. Pero también hay otra voz, la mía, que cada vez va cobrando más fuerza, y que dice: «Si te quieren con esas condiciones, no te están queriendo. No merece la pena». 

Ayer tuve una rabieta. Fue una rabieta cuasi infantil. Alguien, de forma involuntaria, hizo algo que me hizo sentir mal y, como la situación se prolongó en el tiempo, ese malestar se convirtió en enfado. No era un enfado con objeto, pues yo sabía perfectamente que la causa del mismo no había sido intencionada, pero aun así estaba enfadada. La persona implicada no solo se disculpó (porque hacer daño de forma involuntaria también es hacer daño y no cuesta nada) sino que, cuando un rato después pedi perdón por la rabieta, se mostró amorosa y comprensiva con mi cabreo, como si tuviese derecho a sentir cosas, como si mereciese cariño y comprensión independientemente de lo razonable o agradable que estuviese siendo. Fue demoledor. Sentí que esta persona abrazaba a la niña pequeña que fui y le daba un beso en la frente, que le dejaba claro que aun enrabietada y todo merecía ser querida. Evidentemente, al llegar a casa me jarré a llorar. Ahora mismo estoy llorando solo de recordarlo. Y lo mejor de todo es que creo que esa persona no fue ni es consciente de lo que significó su cariño, respeto y consideración. Lo mucho que ha ayudado a sanar esa herida que sigue intentando cerrarse. 

Si tú, como yo, tuviste que trabajar para recibir amor (y fracasaste en el intento muchas veces, porque el juego estaba amañado), recuerda: mereces que te quieran ahora como lo merecías entonces, simplemente por lo que eres. Y tienes derecho a equivocarte, a enfadarte, a no ser perfecta o perfecto sin que eso cambie el hecho de que mereces que te quieran. Léelo las veces que haga falta. Yo, por mi parte, te doy un abrazo y un besito en la frente, por si ayuda. 



Comentarios

  1. Y lo difícil que es aun sabiendolo que te mereces amor, siga costando creerselo. Casi llorando estoy.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuesta mucho, y cuesta no sentirse una carga cuando se necesita amor o cuando te lo dan. Menudo melón, querida.

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Tontos-a-las-tres.

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López