Con la mente abierta y el corazón en la mano.

 Hoy hablaba con un lector de mi newsletter, César, y él me decía que le gustaba cómo llevo el corazón en la mano. Me decía que, igual que Pratchett comentaba que tener la mente abierta es problemático porque la gente intenta meter cosas, llevar el corazón el mano es peligroso porque a veces la gente te zarandea o lo coge, y lo tira, y se nos llena de polvo, y pelusas, por no hablar del topetazo. Pero que cogemos el corazón, lo sacudimos, lo lavamos un poquito y nada, a ponerlo a funcionar de nuevo, como si nunca hubiera pasado nada. Aunque haya pasado, añado yo, y ahí está el mérito. 

Es fácil sentir cuando no te han hecho demasiado daño. Es fácil ser inocente cuando todavía no te han engañado. Por eso en la adolescencia vamos así, con todo, de cabeza. Lo natural y normal es, a medida que vas viviendo y te vas llevando palos, tender hacia cierto cinismo o desesperanza, ¿cómo no? Aprendemos y hacemos predicciones, previsiones. Sabemos las cosas que pueden pasar. Nos preparamos para ello. 

Pero no siempre. O no todo el mundo. El otro día comentaba con «él» que estoy viviendo nuestro enamoramiento como cuando tenía 16 años, otra vez. No es la primera vez que me pasa este año, lo sé. En otro momento habría pensado que no tengo criterio, que me engancho a cualquiera y que me enamoro de cualquiera. Qué va. Por mi vida, mis brazos y mi cama han pasado unas cuantas personas en estos últimos meses y no he querido que cualquiera se quedase o no de la misma manera. No me enamoro de cualquiera, qué va. Ni siquiera cuando me enamoro pierdo la cabeza: sé que hay cosas que no. Pero parece que estoy mucho más dispuesta a enamorarme de lo que mi cinismo natural por haber vivido un poco de todo querría aceptar. 

Así que sí, sigo yendo con el corazón en la mano y, aunque no se lo doy a cualquiera, sigo queriendo tenerlo ahí fuera, sigo queriendo sentir cosas, muchas cosas, sigo queriendo vivir mi vida intensamente, con todo. Y aunque, como ya he dicho, no se lo doy a cualquiera, a veces el corazón acaba en el suelo y lleno de pelusas, pero bueno, aquí estamos, de nuevo, con el corazón un poco maltrecho (un corazón que ha vivido y sentido mucho) en la mano, ahora mismo ofreciéndolo a alguien que parece que lo ha visto, con sus cicatrices y sus moratones, y no se asusta. 

Me gusta pensar que esta es la buena (porque la ilusión y la esperanza hasta el cielo y el perreo hasta el suelo), pero si no lo fuera, sé que diré que nunca más, que no me enamoro, que ya está bien, que estoy muy bien soltera y con mis amigas (lo cual es VERDAD ABSOLUTA), pero sería mentira. Porque no voy a dejar de llevar el corazón en la mano y yendo así por la vida es inevitable. 

Mi estado natural es la esperanza y, como adicta a las emociones fuertes, ¿cómo no voy a enamorarme? 

Pues ya estaría. Si vuelvo a decir que no me enamoro más, os autorizo para que pongáis sonrisa de medio lado y me miréis con condescendencia. 


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