Déjame entrar.

"Ya es hora -me ha dicho- de que me enseñes tu casa". Lo ha dicho con naturalidad, como si realmente no le importase no saber dónde descansa mi cuerpo cada noche, como si no fuese extrañísimo que después de tanto tiempo aún no lo hubiese invitado a venir nunca. Yo, en cambio, no he podido responder con tanta naturalidad: se me ha erizado todo el vello del cuerpo, se me ha secado la boca y me han empezado a temblar tanto las manos que he tenido que cogérmelas para que no se notase. Aún así creo que se ha dado cuenta porque se ha limitado a disimular la mueca de disgusto y no ha insistido más.

Supongo que cree que oculto algo y por eso no lo invito a venir. Pensará que estoy casada y tengo hijos, que tengo encadenados a mis padres o que en realidad soy una alienígena de incógnito. A saber. Pero lo único que escondo es mi miedo. Me da miedo que descubra mis rincones polvorientos, las estanterías desordenadas, la cama deshecha, la cal de la ducha y la ropa sin doblar. Me da miedo que se dé cuenta de quién hay tras mi fachada y decida no volver. O peor: que, pese a todo, decida quedarse.



Comentarios

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Tontos-a-las-tres.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López