Marcharse. Volver. Volar.

En los últimos días se ha hablado bastante de pueblos, o yo he visto hablar bastante de pueblos, al menos. Como en cada ocasión que se habla de algo, no hay diálogo, sino batalla encarnizada. Criticar cualquier cosa de algo supone, automáticamente, estar en contra de ese algo. Por ejemplo, decir que en los pueblos, por lo general, hay menos tolerancia hacia los homosexuales y las lesbianas te convierte, sin grises que valgan, en un clasista que cree que la gente de los pueblos es peor, inculta, cerrada, y todo porque es más pobre. Y en fin, ese tipo de cosas.

Yo no hablo mucho de pueblos, pero lo que digo lo digo con conocimiento de causa. Apoyado en mi experiencia, evidentemente, pero es que 22 años viviendo en un pueblo te dan, creo, cierta capacidad de hablar de cómo es tu pueblo y los que conoces. Y, como suele ocurrir con cualquier cosa cuando la conoces de cerca, no todo es de color de rosa.

No niego que soy de pueblo. No intento disimularlo. Es un hecho, forma parte de lo que soy y de cómo he llegado a ser lo que soy. Sé que por ser de pueblo he tenido unas cuantas cosas y me han faltado otras tantas. Y todo ello es importante. He merendado manzanas recién cogidas de un árbol, pero no fui a un cine de estreno, normal, hasta que no tuve 13 años. Y no fui al cine más de una vez al año hasta que no tuve 18 y me fui a vivir a Valencia. Por ejemplo.

A menudo mi familia me echa en cara que no me guste el pueblo. Y no es así. Me gusta. Pero para un rato. Cuando lo explico parezco una tiparraca que se cree una gran señora de ciudad, pero tampoco es eso. Es que aquí me marchito. No hay nada que hacer. Pasear. Tomar algo. Criticar al personal. Y, por supuesto, ser inspeccionado y criticado. Me gusta venir, porque aquí está mi familia. Este verano estoy pasando un montón de tiempo con mi padre, todas las tardes voy a visitarlo. Eso sí. Pero vivir aquí... Me acabaría matando de tristeza.

Eso es lo que pienso cuando miro a la gente -sobre todo a las mujeres- que viven aquí. Sé que estoy proyectando y que, probablemente, sean muy felices con su vida. Pero sé que yo no lo sería y, a veces, me imagino si habría podido soportarlo. Qué habría sido de mí si me hubiese quedado. Me cuesta mucho, mucho, construir una historia. No me veo, simplemente.

Por eso, con todo lo importante que es en mi personalidad ser de pueblo, una de las cosas que más me agradezco a mí misma es haber salido de aquí, no haberme dejado someter por la inercia y las expectativas mamadas desde la cuna. Puede que la vida que llevo ahora mismo no sea la que esperaba llevar con 30 años, pero, al menos, me siento libre para construirla a mi manera, dentro de mis posibilidades. Sé que no estoy habitando una vida heredada. Y me siento libre de volver, de venir de visita. Porque hay algo de mí aquí, y algo de aquí en mí, y siempre lo habrá. Pero no son raíces, no me impiden moverme, no me impiden volar. Y estoy contenta de eso: de haberme atrevido a volar.

Por lo demás... Será lo que tenga que ser. La vida nos lleva por caminos raros, y quién sabe.



Comentarios

  1. Podría firmar yo misma tu post. Viví en mi pueblo durante 22 años. Siempre tuve claro que no me quedaría allí, pero me gustaba. Ahora solo voy a ver a mi padre y evito en gran medida el contacto social porque, de verdad, me repele. No puedo soportar que el pueblo siga igual después de veinte años, que la gente joven siga con la misma mentalidad que entonces. No lo soporto y me supone un sacrificio estar en el pueblo más de tres días.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es como si el tiempo no pasase por allí, ¿verdad? A mí me cuesta pensar en volver allí, no podría.

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Tontos-a-las-tres.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López