Azoteas.

Ella había estado en otras azoteas: había mirado las estrellas desde ellas muchas veces y se había apostado la ropa con el viento, perdiéndola en alguna ocasión. Sí, no era la primera vez, pero casi parecía que lo fuese. Quizá eran las ganas acumuladas: nunca había deseado a nadie como deseaba a Daniela. 

Compartían una manta vieja, un litro de cerveza y las vistas. Los bloques de pisos de Córdoba no podían hacer sombra a las torres, guardianas durante siglos de una ciudad que no había dejado de fluir, como el río que la cruza. Ella le preguntaba a Daniela por cada uno de los edificios antiguos, aunque ella no parecía demasiado interesada en la arquitectura. 

Un poco frustrada, se recostó y miró al cielo. Había comenzado a nublarse. Las nubes eran ligeras, delicadas, y estaban unidas por fibras casi etéreas, como el algodón de azúcar. Daniela se tumbó a su lado y, por fin, pareció atreverse a dar un paso: acababa de recostarse sobre su hombro, pero miraba al cielo.

Resistió el impulso de volver sus ojos hacia ella. No quería parecer ansiosa. Además,  tenía miedo. ¿Y si ella se sentía violenta? Respiró hondo. "Todo a su debido tiempo", se dijo. Pero ese mantra que se repetía varias veces al día no había conseguido callar esa voz que le brotaba de las entrañas y que no paraba de gritar que Daniela era la mujer de su vida. Parecía una locura, apenas se conocían, pero cuando estaba a su lado sentía que se desbordaba, que su cuerpo no iba a poder contenerla. Cabía la posibilidad de que se estuviese precipitando, de que todo fuese un error, desde luego. Pero estaba dispuesta a equivocarse a lo grande. 

El curso de sus pensamientos se vio interrumpido por el contacto de la mano de Daniela en la suya. ¿Era posible? ¿Estaba ocurriendo? No podía ser tan fácil. No. Tantos meses tanteándola, tantos meses cruzándose con ella por accidentes provocados y ahora, sin más esfuerzo, ella le demostraba su interés. Era demasiado bueno para ser real. 

Se miraron, sus rostros se fueron acercando lentamente hasta que, al fin...

-¡Mierda! -gritó Daniela.
-¿Qué pasa? 
-Está lloviendo, vámonos, corre -dijo ella, mientras se levantaba de la manta apresuradamente-. Podemos seguir  abajo, si quieres...

Pero no, no quería. Si no podía soportar mojarse un poco, si no entendía la poesía que hay en calarse hasta los huesos, no era la mujer que ella creía. 

Comentarios

  1. Precioso y muy cierto, que si el chico que me guste quiere besarme y empieza a llover, la posible neumonía o el simple resfriado que pille serán bienvenidos. As,í cuando me cure, sabré que no ha sido producto de una fiebre. ^_^

    Nat :)

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  2. Me ha parecido muy bonito. Y a la vez muy triste... y más si pienso en otro posible punto de vista... ¿Y si Daniela quería besarla pero pensó que si lo hacía con lluvia la molestaría? ¿Y si quería resguardarla de la lluvia porque la quería? ¿Y si la vida no es más que un cúmulo de incomunicaciones?
    ¡Un abrazo!

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    Respuestas
    1. Dime qué punto de vista alternativo adoptas y te diré qué te ha ocurrido :P jaja

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  3. Pues a mí me encanta la idea de besarse bajo la lluvia... :)

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