Aunque tú no lo sepas.

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Aunque tú no lo sepas, te he inventado y me he embriagado con tu imagen. He dibujado retratos de familia, escenas de cumpleaños, vacaciones y duelo. Y en todas ellas aparecías tú. En las noches de insomnio, bailabas para mí proyectada por mis ojos sobre el techo del dormitorio. Tantas ganas tenía de ti que me forcé a reconocerte cuando llegaste.

¡Ah, qué maravilla abrazarte, tenerte por fin conmigo después de tanta espera! Dormir a tu lado, hundir mi nariz en tu pelo y sentir que olía justo como soñaba. Acariciar la suavidad de tu piel de fantasma esperado. Escucharte en silencio, escucharme en tu risa. Desafiar al destino juntos. Besarnos e iluminar la calle, la escalera, el dormitorio. ¿Cómo puede ser posible que seas tú? ¿Que te haya encontrado?

Pero, aunque tú no lo sepas, hace tiempo que te escapaste aunque cerré la puerta. Abrí los ojos y la cama estaba fría. La muchacha que dormía a mi lado ya no se te parecía. No tenía tus labios, ni tus ojos, ni tu voz. Ya no brillaba en la oscuridad, alumbrada por la luna llena, como tú brillabas, y su silencio ya no era una canción reconfortante. La veía a ella, y no a ti, y tu ausencia empezó a dolerme. Te habías ido.

Aunque tú no lo sepas, en realidad no habías existido nunca: eras ella, solo ella disfrazada de ti. Yo le había puesto los adornos, las sedas, el brillo. Yo había puesto tu voz en su garganta y tu tacto en su piel. En el fondo yo sí lo sabía, por eso intenté pasar de puntillas por su vida, sin dejar huellas, pero es imposible no dejar marcas cuando haces el amor con un cuerpo de arcilla húmeda.

Por eso, aunque ella aún no lo sepa, la dejo, hermosa y perfecta como es, con su risa que no suena como la tuya, con sus labios que no son los tuyos y con su pelo, que ya no huele a ti. Dolerá, aunque no era mi intención hacerle daño, y con cada una de sus lágrimas sumaré una cruz a mi condena, un paso a mi camino, un día más de purgatorio.  Y, a pesar de todo, te seguiré esperando.

Aunque tú no lo sepas.


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