Vigilar el fuego.
A veces uno tiene que saberse resignar. Por ejemplo, a veces hay que saber admitir que la única opción que nos queda es sentarnos en una roca que, probablemente, no será muy cómoda, y ver cómo se consume el fuego. La fiesta ha acabado, ya no hay más canciones de fogata, ni más miradas furtivas, ni más promesas de eternidad. Porque, a veces, las cosas se acaban, sin más.
Pero para todo hay límites, ¿saben? Porque uno puede sentarse y vigilar el fuego en la noche, y soportar el frío y la tristeza cuando se va convirtiendo en polvo sin vida, y puede intentar vencer la melancolía rememorando el calor que sintió tiempo atrás, aunque ya no sienta nada. Pero lo que no puede uno, más faltaba, es quedarse quieto, con los ojos bien abiertos, mientras alguien viene y le sopla las cenizas.
Que una cosa es aguantar la penitencia y otra bien distinta deberle favores al verdugo.
Corto pero intenso. ¡Me ha gustado! Y estoy muy de acuerdo.
ResponderEliminarGracias, preciosa. :)
EliminarAl verdugo hay que hacerle correr, siempre.
ResponderEliminarA ver cómo me las ingenio para conseguirlo.
EliminarDetecto cierto sarcasmo?...
ResponderEliminarAl verdugo, ni las cenizas...
Besos, Bettie
No es sarcasmo, amiga, es mala leche, que tengo una cuanta.
EliminarQué triste que te veas en la necesidad de vigilar el fuego... :( Pero sigue duro.
ResponderEliminar¡Un abrazo!
Bueno,es lo que toca, qué le vamos a hacer :P
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