Reflejos.

Hace unos meses me regalaron un espejo. Siempre me han puesto nerviosa, por eso en mi casa no había más espejos que el del cuarto de baño. Pero ese espejo era precioso, así que lo agradecí sinceramente y me lo llevé a casa. 

Me costó encontrar un sitio en el que ponerlo o, más bien, me costó encontrar el valor necesario para colgarlo. Decidí ponerlo en el pasillo: un punto de paso en el que no solía detenerme y por el que pasaba sin mirar. Lo coloqué intentando evitar reflejarme en él y no volví a dedicarle siquiera un pensamiento hasta unos días más tarde. 

Salía con prisa. Unos amigos me habían avisado de que estaban por el barrio y me preguntaron si me apetecía tomar algo con ellos. Cuando ya casi llegaba a la puerta me asaltó un extraño ataque de vanidad, así que decidí volver a comprobar que mi aspecto era aceptable. Y así fue como empezó todo. No quise caminar hasta el cuarto de baño y me miré, por primera vez, en aquel espejo. Me vi maravillosa, casi perfecta: el rizo, como dibujado, que se descolgaba por mi frente, los labios rojos, como recién besados, los ojos brillantes, la sonrisa amplia, la piel luminosa. Me detuve unos instantes a mirar mi reflejo y salí.

A partir de ese momento, aquel gesto se convirtió en un ritual. Cada vez que salía de casa pasaba unos instantes admirándome en la superficie pulida de aquel espejo, descubriéndome hermosa como nunca antes me había creído.

Mis amigos me miraban, preocupados. Preguntaban si me encontraba bien, si estaba comiendo suficiente, si me estaba cuidando. Yo no entendía estas preguntas, ¡si estaba más guapa que nunca! ¡Nunca me había sentido mejor! Así que respondía que sí y cambiaba de tema.

Pasadas las semanas, un día, de repente, la gente dejó de reparar en mí. ¿Cómo era posible? No fui consciente de lo que ocurría hasta que entré en el ascensor del trabajo: no había nadie ahí. Sí, yo estaba frente al espejo, pero no había reflejo alguno. Volví corriendo a casa y me miré en mi espejo. Allí estaba, preciosa, perfecta, la mejor versión de mí misma. Pero, al parecer, solo allí.


Comentarios

  1. Quizás al otro lado, la vida es tan bella como la vemos cuando cerramos los ojos.
    Un abrazo.
    Felices fiestas

    ResponderEliminar
  2. He recibido una fantástica felicitación de navidad, pero este año no he enviado ni una y me siento lo peor. Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajaja, no te sientas mal. Yo pensaba que este año no llegaba, pero mira, me puse en dos ratos, y a tope. No quería dejarte sin :)

      ¡Mil besos!

      Eliminar
    2. ... una de las cosas más odiosas para mi, es ver la pedantería que se gasta alguna gente aquí y fuera de aquí, en mi profesión ¡¡ ni te cuento la de estirados eruditos de pacotilla que te encuentras!!... -.- :o ;)))

      ¡¡¡¡¡Feliz Navidad y Feliz 2017!!!!!

      Besiiiiitooossssssss, muuuuuchoooossssssss :-)

      Eliminar
  3. Ay... los espejos... a veces son elementos satánicos en casa.
    En mi caso, pasan casi inadvertidos. Suelo salir de casa sin mirarme en ellos, a excepción del que tengo delante del lavabo, que es inevitable. Ni siquiera uso espejo para ponerme las lentillas.
    Cuando era adolescente, a mis padres se les ocurrió la gran idea de hacerme en la habitación un armario empotrado, de pared a pared, con puertas correderas ¡todas de espejo! ¡de arriba a abajo!... La envidia de mis amigas. Y yo que abría el armario cada día sin mirar mi reflejo siquiera...
    Decididamente, los espejos no son lo mío.
    Pero cuando una se mira en el espejo y le gusta lo que ve reflejado es estupendo ¿verdad?
    Un besote, Bettie

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, cuando ves algo que te gusta, te alegran el día :D

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Tontos-a-las-tres.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López