Cuervos



El pueblo bullía de expectación. No todos los días una estrella de cine internacional visitaba un pueblo como aquel, olvidado por todos, incluidos sus habitantes. Todos recordaban a Paulino el chico. Lo llamaban así para diferenciarlo de Paulino a secas, su padre. Ahora ya no se llamaba Paulino y no tenía nada que ver con aquel muchacho de rodillas arañadas y flequillo rebelde. Esa era la gracia: a nadie le importaba Paulino el chico, pero ahora todos estaban deseando ver al hombre en el que se había convertido. 

Las comadres caminaban hacia la iglesia del pueblo a paso ligero, vestidas de riguroso luto. La más orgullosa hasta se había puesto mantilla. Las muchachas se habían esmerado en vestirse enseñando toda la carne que fuese posible sin llegar a parecer irrespetuosas. Las mujeres jóvenes se secaban las lágrimas que tenían más que ver con las oportunidades perdidas en el pasado que con la muerta.

Normalmente los vecinos esperan al coche fúnebre en la puerta del templo, pero en esta ocasión nadie quería quedarse sin sitio, así que todos fueron entrando y tomando asiento en los bancos, bien apretaditos. El sacerdote tuvo que mediar en una pequeña trifulca por la reserva de un hueco. 

Después de aguardar durante unos minutos que parecieron interminables, alguien, al final de la nave, comenzó a murmurar:

-Ya llegan.

Y el murmullo se extendió banco a banco hasta el altar. Todas las cabezas se giraron al unísono para verlo entrar tras el féretro. Tomó asiento en primera fila, como corresponde a los familiares del difunto y no hizo nada reseñable hasta que llegó el momento de decir unas palabras en memoria de la finada. Todos los asistentes se sintieron muy aliviados al confirmarse que sería él el encargado. Subió los escalones y se colocó tras el ambón. 

Carraspeó, dispuesto a hablar, y el murmullo comenzó a surcar el mar de gente otra vez.

-No va a leer. Parece que no va a leer. 

Así fue, en efecto. El actor deseado por mujeres y hombres de todo el mundo iba a hablar sin papeles. 

-Probablemente ustedes esperen que hable de lo maravillosa que fue la vida de mi madre, de lo felices que fuimos todos, de lo mucho que se la va a echar de menos, pero no estoy aquí para actuar. Eso es lo que hago mientras trabajo. Lo que voy a decir hoy aquí, en presencia de Dios y de vosotros, es que mi madre nunca fue feliz ni supo hacer feliz a nadie. Empleó su vida en ser desdichada y en hacer desdichados a los que la rodeaban. Así, sin aceptar cariño ni consejos, alejó de su lado a todos los que la quisieron y acabó sus días sola. No digo esto con ánimo de escandalizar ni ofender a nadie, sino para que los que aún tienen vida no cometan los errores que ella cometió: vivan mientras tengan vida y sean felices, porque no podrán marcharse al más allá con otra cosa que no sea el cariño que recibieron.

Sin decir nada más, volvió a sentarse.

El sacerdote acabó la misa y, en cuanto anunció a los fieles que podían marchar en paz, la multitud abandonó la iglesia en estampida, alimentándose de las miserias de la difunta y regodeándose en su propio veneno. Nadie quedó para acompañar el féretro hasta el cementerio. Si lo hubiesen hecho y hubiesen guardado silencio durante un rato habrían escuchado un ruido extraño. Cloc. Cloc. Cloc. Como una gotera. Probablemente no le habrían dado importancia. Lo que es seguro es que nadie habría averiguado que venía de dentro del ataúd, que era la muerta, que lloraba, no conmovida por las palabras de su hijo, sino llevada por la rabia de que se hubiese atrevido a dejarla en ridículo delante de sus vecinas el día de su propio entierro. 


Comentarios

  1. Pues si quieres una opinión de hija a madre, que suelen ser las más crueles y a la vez las más verdaderas... Es de los mejores relatos que te he leído.
    Mucho mejores que la mayoría de historias minúsculas(con escasas excepciones, que creo que sabes cuales son).

    Nada más que decir. Sé que queda austero y horrible venir a comentar estas cosas, pero, sinceramente, aquí lo que valen son tus palabras, no las mías.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cuidado hijafante, que te castigo sin comer árboles ¬¬ Jajaja. Es bromica.

      :* Me alegro de que te haya gustado tanto. :)

      Eliminar
  2. Jo, ¡qué genial! Mola mucho este relato, ¡gracias por compartirlo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Uy, de nada. A usted, caballero, por leer y comentarlo :D

      Eliminar
  3. Buen giro de tuerca :) Me ha gustado, el inicio me ha recordado al pueblo típico muy en la línea de El camino de Delibes. Lamentablemente, existe gente así... Pero bueno, esa es otra historia. Una buena píldora para acabar el día -en mi caso-.

    Por ser puntilloso, creo que falta un "tuvo" en esta frase: El sacerdote que mediar en una pequeña trifulca por la reserva de un hueco. ;)

    ¡Un saludo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, sí existe gente así, jaja.

      No es ser puntilloso, es que faltaba, jajaja. Al editar alguna frase me lo comí. ¡Gracias por indicármelo!

      ¡Un saludo!

      Eliminar
  4. Qué relato... tan... curioso. Me ha dejado un regusto fúnebre pero humorístico a la vez. Has arrancado unas risas de una historia sobre la muerte. Es genial.

    ResponderEliminar
  5. Totalmente de acuerdo con la hijafante. Es absolutamente MARAVILLOSO. Te he lo he compartido por todas partes xD
    Es que me gusta taaaaaanto. Es tan yo, que es que te achucho muy fuerte ♥♥♥

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro de que te haya gustado tanto :D <3 ¡Y gracias por compartirlo, y por el entusiasmo! :D

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Tontos-a-las-tres.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López