Adelanto de #historiasminúsculas (#NaNoWriMoEsp)

Bueno, lo he preguntado en Twitter y una mayoría (pequeña, pero mayoría) ha preferido que hoy, en lugar de publicar la reseña de la peli "Del revés" publicase un relato de la antología que he escrito durante este mes. Tenía varios candidatos entre los que he corregido ya (aunque seguro que se me ha escapado algo xD) y al final, con la ayuda de Jack, el elegido ha sido este. Espero que os guste.



8. La historia que ni yo misma podría haber imaginado. 



Gracias a Moder por regalarme la incógnita de la que ha nacido esta historia. 



Soy de las pocas personas que, cuando va en metro, no hace nada. No miro el teléfono móvil, no leo, no escucho música. En realidad no es que no haga nada, es solo lo que parece. Pero sí que hago algo: me invento historias. Así, como suena. Busco entre la gente del vagón algo que me llame la atención, cualquier detalle, y entonces fijo la vista en esa persona (lo cual no deja de ser inquietante, ahora que lo pienso) y me invento una historia sobre su vida: quién es, a qué se dedica, qué problemas tiene, cuál es su mayor secreto, a dónde va... 

No tiene que ser algo extraordinario. A veces me fijo en alguien que lleva un libro. O en alguien que se mira compulsivamente las manos, o los zapatos. Tengo una imaginación desbordante y cualquier cosa me sirve. Además, nunca ha habido nada a partir de lo cual no haya podido inventarme una historia. Bueno, me corrijo: nunca había habido nada a partir de lo cual no hubiese podido inventar una historia. Hasta que lo vi por primera vez.

Reparé en él hace dos meses, un lunes por la mañana, lo cual tiene su mérito teniendo en cuenta el estado en el que me encuentro yo los lunes por la mañana. Pero claro, es que era difícil no reparar en él: pantalón vaquero, camisa de cuadros, bandolera, barbita de dos días... y las uñas pintadas de rojo fuerte. No, no era un rojo granate, el que podría llevar quizá un rockero que no encontraba el negro. Era un rojo intenso, brillante, como el que llevaría una actriz de Hollywood en los años cincuenta. ¿Qué podía hacer con aquello?

Desde luego, no dejarlo, y creedme que lo intenté. Quise apartar la vista de él, olvidarme de sus coloridas uñas y centrarme en cualquier otro pasajero, que si algo tiene el metro de Madrid los lunes por la mañana es variedad de pasajeros. Imposible. Aquella laca de uñas era como un letrero de neón. 

Aquel primer lunes, entre que intentaba ignorarlo y no lo conseguía, no fui capaz de inventar ninguna historia y llegué al trabajo con un humor de perros. Lo que debía relajarme me había sacado de mis casillas. Pensaréis que exagero si digo que al día siguiente entré al metro con miedo, pensando en que podía volver a encontrármelo. No fue así el martes. Ni el miércoles. Ni el jueves o el viernes. Pero el lunes siguiente... Bueno, eso ya fue otra historia. Y esa historia se repitió durante los lunes siguientes.

El primero de ellos pensé que quizá trabajaba como drag queen los fines de semana y que no tenía tiempo de quitarse la laca de uñas. 

El segundo que se ganaba la vida como modelo de manos para alguna marca cosmética.

El tercero que tenía una hija pequeña a la que le gustaba jugar a las pinturitas.

El cuarto, que se prestaba en alguna academia o centro de estudios para que los estudiantes de estética practicasen.

El quinto, que no era laca de uñas, sino alguna especie de tratamiento médico extraño.

El sexto, ya cansada, concluí que se pintaba las uñas de rojo brillante porque le gustaba.

Y el séptimo, frustrada, desquiciada, al borde mismo de la locura, no aguanté más y le pregunté a él mismo. 

Había aprendido a lo largo de los lunes que subía en Callao, un par de paradas después de mí. Así que esperé hasta que llegamos a Callao y lo busqué con la mirada. Como siempre, vino a parar al mismo vagón en el que yo estaba, tomó asiento, sacó un libro de la bandolera y se puso a leer, mostrando sin pudor sus coloridas uñas. 

Me costó decidirme, la verdad. No fui yo la que tomó la decisión, sino el pasajero que iba a su lado, que se levantó para bajarse en Chueca. Era un caso manifiesto de “ahora o nunca”, así que corrí para sentarme a su lado. Y él me miró. Fijamente. Como si me conociese. Como si me estuviese esperando. Eso me desconcertó tanto que no fui capaz de articular palabra y fue él quien inició la conversación.

—Buenos días —dijo, sin darle importancia.

Podría haber seguido callada y mirándolo todo el trayecto, pero me obligué a hablar.

—Buenos días. Puede que le suene raro...

—Te —interrumpió.

—¿Perdón?

—“Puede que te suene raro”. Que me tutees, si no te importa. 

—No, no me importa —contesté, aunque cada vez me estaba poniendo más nerviosa. Visto de cerca era bastante atractivo y tenía una mirada de lo más penetrante.

—¿Decías?

—Sí. Que puede que le.. te suene raro, pero quiero hacerte una pregunta.

—Pues no es tan raro —respondió con una sonrisa encantadora.

—Bueno, es que la pregunta también es rara. Bastante. 

—A ver...

—Bueno, la cosa es que llevo observándote, con esta, ocho semanas...

—Vaya...

—Déjame que siga, por favor. Te llevo observando ocho semanas con esta, como te digo, y no he conseguido inventarme una historia. Y me está volviendo loca.

—¿Perdón? —parecía verdaderamente desconcertado.

—Sí, verás: mi manera de pasar el tiempo cuando viajo en metro es fijarme en algún pasajero e inventarme su historia. Hace ocho semanas noté tu presencia y lo intenté, pero no he podido. Desde entonces lo intento cada lunes, y nada, no soy capaz. Hay un detalle de tu persona que no consigo cuadrar. 

—¿Y ese detalle es...?

—Tus uñas. El color de tus uñas, más bien. ¿Por qué llevas las uñas pintadas de rojo? Ese es el más importante. Pero tampoco me cuadra por qué siempre coges el mismo metro que yo. Bueno, no siempre, solo los lunes. Es... raro, tienes que concedérmelo.

Él no habló, rió. 

—¿Qué tiene tanta gracia? —pregunté, algo molesta.

—Pues que apuesto cualquier cosa a que cuando te cuente la historia no te la vas a creer. Vamos, no podrías habértela inventado ni en un millón de viajes de metro. 

—Pruébame —respondí, indignada: nadie insulta a mi imaginación.

—Primera: no cojo este metro solo los lunes, sino todos los días de la semana. Lo que ocurre es que el resto de días no voy “de paisano” y claro, seguramente no hayas reparado en mí. Lo de que entre en el mismo vagón que tú no es casualidad, lo hago a propósito. Sé que siempre te montas en el vagón central, no es tan difícil. Y lo de las uñas...

—¿Sí? —pregunté. La curiosidad me consumía hasta tal punto que ni siquiera me asusté por el hecho de que aquel hombre conociese mis costumbres.

—Pues muy sencillo: lo hago para llamar tu atención. Cada día te veo pasear tu vista sobre los pasajeros hasta que se detiene en alguno durante un buen rato. Así que pensé que podría darte algo que mirar. Algo en lo que detenerte. Parece que salió bien. 

—Parece que crees saber muchas cosas sobre mí... —dije, ya a la defensiva.

—Sé que acabas de pasarte tu parada. 

Maldije. Era cierto. No me molestó tanto el hecho de llegar tarde al trabajo como el de que tuviese razón. “Bueno”, pensé, “ya que voy a llegar tarde, haré que merezca la pena”. 

—¿Y para qué querías llamar mi atención, si puede saberse? 

—¿No es obvio? Porque me gustas. Yo no llevo observándote ocho semanas, sino muchas más. Varios meses, de hecho. Y no solo los lunes, sino cada día. Y no creas que no ha sido frustrante: los lunes no podías apartar tus ojos de mí, mientras que de martes a viernes no me veías siquiera. Soy vigilante de seguridad en esta misma línea de metro, seis días a la semana. El lunes es mi día libre, así que me pinto las uñas y subo a tu vagón solo para compartir trayecto contigo. Supongo que estarás pensando que estoy loco. 

En realidad lo que pensaba es que aquel episodio, que no dejaba de ser bastante inquietante, era lo más romántico que me había pasado en mi vida. 

—Algo... —mentí. 

—Lo entiendo. Bueno, al menos ya tienes tu historia. ¿Crees que habrías podido llegar a imaginarla? —preguntó, esbozando una sonrisa triste.

—La verdad es que creo que no. Tenías razón. 

—Bueno, si no necesitas nada más, me bajaré en la siguiente, para retomar mi día libre. Y tranquila, no volveré a presentarme un lunes en el metro con las uñas pintadas de rojo. 

Algo en mi estómago me decía que no podía dejar las cosas así.

—No, yo también bajo. Tengo que volver a mi parada, a trabajar. Podemos hacernos compañía. Y sí, sí necesito algo más. 

—¿Y qué es eso?

—Tu número de teléfono. ¿Te importaría?


Comentarios

  1. JEJEJEJE Pues ya está aquí la primera historia de "Historias Minúsculas". Seguro que a la gente le va a encantar ;)

    Escribes como los ángeles.

    Te quiero, Vida mía <3

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "historias minúsculas" se escribe con minúsculas, como no podía ser de otra manera :) jajaja

      Como ves, no he tocado casi nada ^^ jaja

      Eliminar
  2. ¡Tela, qué historia tan chula! Me encanta como está escrita y lo original que es; tiene lo mejor que puede tener una historia: que te enganche; aunque fuera más extensa hubiera querido saber cómo termina ya, aunque sea desde el monitor del ordenador y sin poder irme a un sitio cómodo para leer. :P

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajajaja. He escogido una de las cortas -no es la más corta, pero bueno- para que se leyese cómodamente. Estoy trabajando en la corrección -ligera, la verdad- del manuscrito y haciendo un epub también. Llevo la mitad más o menos.

      Me alegro de que te haya gustado, Javi :)

      Eliminar
  3. Guau. Cómo me has dejado. Por cierto, eso de "llevo observándote" suena muy acosador; aunque, bueno, es lo que ella hacía. xD Y lo mejor es cuando descubre que quien la observava era él. Un lío que ha acabado bien, pero me ha dejado loca. :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, así suena, pero es que es un poco eso, lo hacía y estaba obsesionada con sus uñas XD

      Espero que no demasiado loca... jajaja :P

      Eliminar
  4. Me gusta muchísimo. Y, si puedo decirte algo, creo que escribes cada vez mejor. No es que antes lo hicieras mal, pero ahora, de verdad, me encanta cómo lo haces, y se te va reconociendo un estilo, tu estilo. Además, lo del vigilante de seguridad... jejeje. Bueno, que me has emocionado un poquito.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dicen que la práctica hace al maestro, Ro. Y yo también me voy reconociendo más, a mí y a mi propia voz al escribir. Me gusta, y me gusta que tú me lo digas :)

      Y que sepas que este relato se escribió antes de que Justino se hiciese famoso y todo eso, ¿eh? jajaja

      :*

      Eliminar
  5. Aunque tengo que decirte que he intuido el final según iba leyendo, también tengo que decirte que eso no ha empañado en absoluto la magia de esta historia; seguramente sea por esos personajes tan fantásticos como creíbles.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué visión más buena tienes :) jaja. Me alegro de que te haya gustado ^^ Gracias por leer :D

      Eliminar
  6. Me ha emocionado. ¡¡Es precioso!! Lo último que se me habría ocurrido es que se pintara las uñas para ella. Me encanta como escribes. Tengo ganas de leer historias minúsculas :)
    Un beso, guapa :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues espero que el resto de historias minúsculas no te decepcionen :)

      Eliminar
  7. Es un poco el "cazador cazado", pero con connotación positiva :P
    ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar
  8. Antes monologueaba en twitter sobre que las series buenas tienen momentos en los que te hacen levantarte y gritar "holy crap!!!". Tu historia acaba de obligarme a hacer eso. Igual que otro relato, un poquito viejo, que trataba sobre una mujer de oficina, mamá, que quería en secreto a otra compañera (o algo muy parecido, perdón por los detalles, estoy off).
    Como siempre, my pleasure por leerte.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, la jefa que estaba secretamente enamorada de su secretaria y no se sabía hasta el final que era jefa y no jefe XD jajaja

      No, my pleasure. Gracias por leerme :)

      Eliminar
  9. Estoy de acuerdo con Jack y ro, escribes muy bien. A pesar de que yo también intuía el final, no he podido dejar de leer con curiosidad :)

    Tan sólo un pequeñísimo "pero". Cuando empiezan a hablar y ella le explica su manera de pasar el tiempo, no me parece natural, me costaba imaginarme a alguien explicar con detalle su comportamiento. Pero vaya, que el relato está genial.

    De hecho, ha aumentado las ganas de leer el resto de tus historias minúsculas (que ya descargué ayer).

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajaja, es raro, eso sí, pero es que la situación es rara de narices. jaja.

      Tengo en cuenta tu pero para ir mejorando, gracias Geralt :)

      Eliminar
  10. Llevó tiempecito siguiendo a Ro con pudor...dejó pocos comentarios...pero hoy me ha dado por curiosear los blogs que sigue Ro ...y estoy disfrutando con tu universo...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro mucho :) Gracias por la visita y por los comentarios ^^

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Tontos-a-las-tres.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López