Cuestión de suerte.

A veces la suerte se nos presenta de maneras muy caprichosas. Tanto que somos incapaces de reconocerla. Como aquella vez que me caí por las escaleras de casa. 

Si me pongo a repasar los detalles parece cosa del destino. Nunca bajo por las escaleras, pero el ascensor llevaba un buen rato ocupado. Y normalmente no soy tan torpe, pero aquella tarde decidí ponerme unos zapatos de tacón de infarto. Íbamos al Orgullo y habíamos quedado en ponernos sexys de verdad. "A ver quién se atreve a llamarnos marimachos, que se va a tragar las palabras primero y después mi puño", bromeaba Rebeca. Teníamos preparado todo un repertorio de respuestas para los comentarios típicos. No fue difícil, siempre se reducen al mismo: "Eres lesbiana porque no has estado conmigo". Unos lo dicen con más delicadeza, y otros sobrevuelan la línea que separa lo soez de lo que hay más allá. Pero incluso con tacones no suelo irme cayendo. Bajé corriendo porque Emma, que por fin había llegado puntual a algún sitio, estaba fundiéndome el timbre del portero electrónico. Total, que en ese momento no supe si fue por la incredulidad, por las prisas, por los tacones o por las escaleras, pero me caí. 

Cuando llegué abajo una pareja salía del ascensor. Los maldije en silencio y les eché la culpa de mi desgracia. Les pedí que abriesen la puerta para que mis amigas me ayudasen a levantarme. "Y para que me lleven a urgencias", pensé. Porque aquello dolía y mucho. 

"Me he perdido el Orgullo, joder". Eso es lo que iba pensando todo el camino en el taxi. Fue Rebeca la que me acompañó. En cuanto me aparcaron en un rincón en una flamante silla de ruedas la despaché. "Vete -le dije- que no quiero que todas esas respuestas ácidas y llenas de mala leche se queden sin usar." Me costó convencerla, pero lo conseguí. Y me quedé sola en la sala de espera, dolorida y con los zapatos de tacón en la mano. "Malditos zapatos de tacón", pensé. "Y qué mala suerte la mía", añadí para mis adentros. 

Después de un buen rato y varias pruebas me llevaron a su consulta. Tenía el pelo recogido en un moño con un lápiz  y de su bata blanca colgaba una chapa con el símbolo de la iniciativa Dharma y otra con el lobo de los Stark. Miraba mis radiografías y torcía el gesto.

- ¿Es muy grave, doctora...?
- Celia, llámame Celia. Y depende.  ¿Qué pretendías hacer?
- ¿Cómo dice?
- "Dices". Háblame de tú. Y te pregunto que qué pretendías hacer. Porque si lo que querías era romperte una pierna y hacerte un esguince de tobillo en la otra, lo has hecho fenomenalmente -sentenció.
- Pues no. Pretendía irme al Orgullo. Así que supongo que no me ha salido muy bien.

Celia rió sonoramente.

- Pues no. Pero tampoco tan mal. La rotura es bastante limpia, así que si me dejas trabajar todo va a ir bien. 
- Pero me pierdo la manifestación. Todo el mundo allí y yo... Pfff, vaya mierda.
- ¿Puedo hablarte de tú? -Asentí con la cabeza y ella continuó- Lidia, Lidia,... No todos están allí. Por ejemplo, yo. Si yo estuviera en la manifestación, ¿quién iba a estar salvándote de una muerte segura?
- Pero, ¿no decías que no era grave? 

Celia volvió a reír, esta vez con más ganas. Después se inclinó sobre mí y me apretó la mano. Un escalofrío me recorrió con tal intensidad que me hizo olvidar el dolor.

- Te lo crees todo, ¿eh? No te preocupes, todo va a ir bien. 

Nunca olvidaré esa postura. Ella, inclinada sobre mí, apoyándose en mi silla de ruedas con una mano y estrechando mi mano con la otra, mirándome a los ojos y a unos centímetros de mi cara. La misma que tenía unas horas más tarde cuando, después de darme el alta, me besó por primera vez.

¿Véis lo que os digo? A mí aún me resulta raro decir que en mi caída la responsabilidad no fue de las escaleras, ni de las prisas, ni de los tacones ni de la incredulidad que sentí por la puntualidad de mi amiga. La culpa fue de la suerte. Aunque entonces no la reconocí.



No había hecho ninguna mención al tema del Orgullo LGBT este año -he estado perjudicada, ya sabéis-, así que más vale tarde que nunca. La primera frase de este relato no se me iba de la cabeza, y he decidido ponerme a ver qué salía :) 


Hoy estoy... malita (todavía)
Y estoy escuchando... Hasta nunca - La fuga

Comentarios

  1. Vaya que si, la suerte puede llegar con un tropezón, con una caida o incluso con unos cuantos rotos XP Esas cosas pasan! XP

    Buena historia, mi Amor!


    Te tere! XD <3

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  2. Me encantó la primera vez que lo leí, cuando lo publicaste, y más aún me ha gustado la relectura. Pero mi móvil no me dejaba hacer comentarios entonces.

    Besos.

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  3. Primero pensaba que era algo que te había pasado, pero ya luego vi que no :P
    Me ha encantado la historia *__*
    ¿Cómo va ese libro dices? xDDD ♥♥♥

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