Historias itinerantes.

Cuando viajo me gusta observar a la gente. Bueno, quizá decir que me gusta no es exacto. Más bien es que no puedo evitarlo. Las estaciones son un lugar en el que se concentran muchas emociones, en el que pueden encontrarse muchas escenas dignas de ser observadas si sabemos mantener los ojos abiertos. Siempre he preferido las estaciones de tren, porque las de autobús me parece que tienen un aire algo más decadente. De los aeropuertos no sé qué decir, solo he viajado en avión dos veces, la ida y la vuelta de mi viaje a Irlanda. Quizá debería haber estado más atenta. 

Supongo que esa vez se debió a la excitación propia de quien va a volar por primera vez, pero por lo general ando bien atenta a lo que me rodea y, de hecho, alguna de esas escenas se me han quedado grabadas para siempre y las rememoro de tanto en tanto. Por ejemplo, el 18 de septiembre de 2008 pude presenciar una escena que me obligó a escribir durante el viaje este post para un antiguo blog y que vuelve una y otra vez a mi mente:

Se trata de una historia de amor entrañable, de las que no abundan ni en la literatura ni en la vida real. Él tiene una tez morena en la que se pueden leer mil historias, curtida a partes iguales por la miseria y por el tiempo. Sus ojos, de un verde turbio, reflejan la tristeza del emigrante, la añoranza de tierras que quizá no vuelva a ver nunca. Ella no tiene unas facciones delicadas. Lleva el cabello corto y no usa maquillaje. Sin embargo, una media sonrisa ilumina su cara, y la convierte, de repente, en una de las mujeres más hermosas que he visto. Deben de tener entre 40 y 50 años, por lo que dice su cuerpo. Muchos menos en su alma.

Los observo en la estación de autobuses. Cargan con una maleta. Cuando el conductor se dispone a subirla al maletero les ataca, diciendo con un tono nada agradable que de dónde traen esa maleta.

-De Rumanía.

-Pues ya podríais haberla dejado allí, con lo que pesa... Parece que llevan dentro placas de hierro, joder...

Ellos le miran sonriendo entre dientes, con cara de no entender demasiado el porqué del enfado de aquel señor, ni siquiera sus palabras. No sé por qué me da la impresión de que si el miedo, el respeto o el lenguaje no les hubieran sujetado la lengua, le habrían contestado que no es nada fácil meter una vida entera en una maleta. Ya sería demasiado que ésta no pesara.

Atravesamos el interior de Valencia y los campos de la Manchuela Conquense. Ella acaricia su barba canosa y abundante y le observa con ojos de ternura. Parece esconder en su mirar una incerteza atroz, y una tristeza aun mayor, pero sus caricias le susurran a su amado: “No te preocupes, confío en ti, estoy contigo.” Le arregla el cuello de la camisa y él parece sonreír.

A medida que avanza el viaje, él le señala con entusiasmo los campos de vid, las llanuras ondeantes interminables que se extienden ante nuestra vista. Parece querer tranquilizarla, hacerle familiar esta tierra extraña, ajena, ocre y hostil. Ella hace esfuerzos por mostrar un falso entusiasmo. Es evidente que desearía no estar aquí, no estar en ningún lado que no fuese su casa, su país. Pero parece ser que su hogar no está en su país, sino al lado del hombre que la acompaña, que ahora mira al vacío, pensativo.

Ella le abraza y atrae la cabeza de él hasta su hombro, en un gesto que comienza a serme familiar. No puedo verles el rostro, pero él seguramente esté intentando contener las lágrimas y ella, pensando qué hacer o decir para aliviar a su acompañante.

Pasan un rato así, en silencio y de repente ella parece iluminarse. Le mira dulcemente y le dice algo que no entiendo. Pero él la mira y sonríe. Se miran tiernamente y se funden en un beso, breve, pero sincero. Sus corazones se enredan en sus bocas y el resto del autobús desaparece. Hasta la cotorra que hay sentada al lado de ellos calla, observándoles, quizá con envidia.

Y llega su parada. Se bajan, con su pesada maleta y dos bolsas de viaje desgastadas. El autobús se aleja, y ellos quedan ahí, en medio de la nada, de lo desconocido, de la incertidumbre del futuro más cercano. El viento, que azota sin piedad cualquier cosa que encuentre a su paso, arrastra hojas secas. Desde mi ventanilla puedo ver que se aprietan con fuerza la mano.

Esta historia es completamente real. Aún puedo ver la cara de sus progatonistas. Me emocionó muchísimo en su momento.

A veces me pregunto qué pensará la gente de nosotros, amor. Qué pensarán cuando nos ven acurrucados en esos bancos metálicos, entrelazados, como queriendo evitar que una fuerte ráfaga de viento nos separase, y sabiendo, sin embargo, que esa ráfaga está por llegar, anunciada por cada movimiento del segundero del reloj que cuelga en la estación.  Qué se les pasará de la cabeza cuando presencian ese beso breve, mientras intentamos contener las lágrimas una vez más. ¿Escribirán ellos también historias? ¿Imaginaran nuestro pasado y nuestro futuro? ¿Tendrán buenos deseos para nosotros, dos desconocidos irrelevantes? 

Bueno, todas esas preguntas dan por sentado que nos ven. Y eso es mucho asumir.

Una de las estaciones más bonitas que he visto en mi vida. Tampoco es que haya visto muchas, pero esta es maravillosa.




Hoy estoy... triste
Y estoy escuchando... Aicha - Cheb Khaled

Comentarios

  1. Te quiero con toda mi alma, Peque...

    <3

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  2. Jo, casi lloro, qué emocionante... :___)

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    1. Eso viniendo de una tía tan dura como tú es mucho decir.

      Muá!

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  3. Me ha gustado mucho como lo has explicado!

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  4. Qué bonito todo, hasta una despedida de lo más triste la has descrito bonito.
    (Mucha fuerza y ánimo para el tiempo que pase hasta el próximo reencuentro).

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    1. Gracias, bella. Y gracias por la fuerza y el ánimo, me va a venir muy bien :)

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  5. T______T poco me faltó para llorar a mí también.
    Me alegro leerte de vuelta, pero por otra parte casi prefería que no estuvieras de nuevo por aquí por lo que significa.
    Jop >.<
    La historia del 2008 es genial y espero que alguien haya pensado lo mismo de vosotros ♥
    Achuchón de panda (_________)

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    1. Gracias por ese súper achuchón.

      Seguimos esperando un milagro tal y como están las cosas...

      Muá.

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  6. Casi seguro que no os he visto nunca a vosotros en concreto, pero yo sí lo pienso. En las estaciones de autobuses, en las de tren, veo gente y me pregunto de dónde son y qué les ha llevado hasta allí. Y alguna vez se me han saltado las lágrimas viendo a una pareja o una familia reunirse en el aeropuerto (y eso sin conocerlos de nada) así que imagínate con tu post, toy llorando desde el principio.
    Un besazo enormee

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    1. Gracias, me hiciste sonreír. Me gusta saber que no soy la única loca que teje historias imaginarias cuando ve a desconocidos en las estaciones.

      Un abrazo gordo, para compensar las lágrimas. :)

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  7. Jo, qué bonito, se me salieron hasta las lágrimas :(
    Yo también me fijo mucho en la gente, y me imagino cómo serán sus vidas, si tienen a alguien especial, y si veo una pareja en plan cuqui siempre pienso que ojalá les vaya bonito :)

    Hace un par de semanas, en el metro de Barcelona, vi a una pareja en uno de los vagones, la chica se agarraba de una barra para no caerse y el chico no dejaba de apartarle el pelo de la frente y acariciarle la cara. Y ella lo miraba sonriendo, pero sonriendo con los ojos también, me pareció tan bonito... y luego miré a mi lado y vi a mi novio mirándome de la misma manera, así que mejor :)

    Qué bonito escribes Betty :)

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    1. Me hiciste tú llorar a mí. Qué escena más linda. Gracias por compartirla. Y por pasarte por aquí. Y por los piropos, y por todo :)

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    2. Ains, pero qué lloronas que somos... jajaja

      Gracias a tí (o como diría mi novio, "Gracias las tuyas, morena", pero solo me lo dice a mí xDD)

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    3. No te preocupes, que a mí me dicen morena y no me doy por aludida XDDDD

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