Estigmas.


Sus manos empuñan las tijeras de manera hábil. Son treinta años, quizá más, cortando el pelo de las mujeres de aquel barrio, peinándolas, acompañándolas, de alguna manera, en los momentos importantes de su vida: las lágrimas de una novia, el primer tinte de una adolescente, el primer corte de pelo tras un duelo,... 

Le dolía la cabeza. "No tendría que haber abierto hoy", se dijo. Y entonces el susurro. "Acaba, acaba ya". Eran voces en su cabeza, lo sabía, pero ¡tan reales! El susurro se tornó exigencia. "Acaba, aquí mismo. Nadie te iba a echar de menos". Sus manos, siempre firmes, empezaron a temblar. La clienta se dio cuenta y, probablemente más preocupada por su corte de pelo que por su peluquera, le preguntó si se encontraba bien. 

- Me siento algo indispuesta, la verdad. Voy a acabarla, doña Rosa, y a cerrar. 

Cuando bajó la persiana se abalanzó sobre su medicación y tomó un par de píldoras. "Es mi secreto. Nuestro secreto. Y así tiene que ser. Si no, ¿quién iba a ponerse en mis manos?".





Otra cumbre internacional y él, un hombre de éxito. Era consciente de que el mérito no era suyo, no, sino de su padre y sus incontables amistades. Él había sido un niño torpe y era un adulto desgarbado y un tanto ridículo. Al menos, así se sentía: siempre fuera de lugar. Pero nunca había estado al volante de su vida, siempre había sido remolcado, o, más bien, pasajero de un coche conducido por un chófer a las órdenes de otro. Buen colegio, para compensar su mediocridad como estudiante. Universidad de pago, y nada de romanticismos: Derecho. Y a codearse con las élites, que en este mundillo las amistades lo son todo. 

Uno tras otro estrecha sus manos firme, como un hombre debe hacerlo, como Dios manda. Y sonríe estúpidamente. Entonces un aroma le asalta y le transporta: sí, huele como José. Cuantas noches, en la residencia de estudiantes, le había pedido prestada su loción para después del afeitado con la excusa de que había extraviado la suya. José siempre se la prestaba con una sonrisa franca que parecía invitarle a gritar verdades. Y él se embadurnaba a conciencia, para que el olor permaneciese hasta la noche y así, poder fantasear bajo las sábanas con que él estaba a su lado. 

Y de nuevo, la voz de su padre tras el sonoro bofetón: "Deja esas gilipolleces. A mí me da igual en quién piensas cuando te la cascas, pero te casas y tienes hijos. Porque el mundo avanzará mucho, pero nunca, ningún país serio, va a tener a un presidente maricón". 





Se despedía uno por uno de sus niños. Les colocaba el abrigo, les ajustaba la bufanda, les apretaba las coletas. Y les daba un beso que todos ellos recordarían durante toda su vida. Le había llegado el turno a Candela.

- ¿Sabes, seño? Hoy viene a recogerme mi papi. Es que mi mami está enferma. Tiene la gripe. 
- ¡Qué bien! -contestó- ¡Me va a encantar conocerlo! Así podré decirle lo buenísima y listísima que eres.

Diez segundos después se había tragado sus palabras. Ella le reconoció al instante, pero intentó que no se le notase. ¡Había temido tanto este momento! Él también la reconoció, aunque esta mujer no se parecía en nada a aquella otra que vendía sus caricias, sus besos y sus jadeos por horas en una pensión de la capital.

La mano que ella había extendido quedó suspendida en el vacío unos instantes hasta que él la estrechó, consternado y sin ganas. "¡Una puta! ¡La que besa a mi hija cada día es una puta!", pensaba, y ella lo sabía.

Intentó no darle importancia a aquel incidente. Acabó de despedirse de sus pequeños, como cada día, y se volvió a casa paseando e intentando engañarse: "A lo mejor no dice nada. A lo mejor le da igual. O a lo mejor tiene miedo. Si me acusa tendrá que dar muchas explicaciones. A lo mejor ni siquiera me ha reconocido. O quizá ni siquiera era él,...". Pero no lo consiguió. Sabía que aquel era el primero de los muchos fantasmas del pasado que saldrían a su encuentro.



Hoy estoy... echando de menos
Y estoy escuchando... Cien días - Ismael Serrano

Comentarios

  1. Me gusta como escribes. Por cierto, leí tu relato, y me gustó.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Qué peso me quitas de encima, profe! jajaja :) Me alegro mucho. Y gracias :)

      Eliminar
  2. Me ha encantado!! Yo también quiero escribir así de bien!! :)

    ResponderEliminar
  3. Bufff que talento!,, me gusta mucho.Mucho.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Anda, anda, que no es para tanto :) Hacía días que lo rumiaba ¡y casi se me olvida escribirlo!

      Eliminar
  4. Me gusta mucho tu forma de escribir, se ha dicho tanto sobre estos temas que cuando me encontré con este texto tan delicado y a la vez tan cruel me conmovió. Besos

    ResponderEliminar
  5. Me han gustado particularmente los dos primeros^^
    Aunque el resto del post no tiene desperdicio, enhorabuena!

    Un saludo :)

    ResponderEliminar
  6. Desde mi humilde opinión, ¡muy buenos! Me han gustado mucho.

    ResponderEliminar
  7. Bettie, me han encantado... Perdona por no estar más en contacto... <3

    ResponderEliminar
  8. Muy buenos señorita, leyendo el segundo me acordé de otra canción del señor Serrano (Amores Imposibles)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estaba escuchándola, mientras hacía bici estática, cuando se me ocurrió. Y tiene una estructura parecida, en cuanto al planteamiento y a las historias, tres también.

      Miran al cielo y piden un deseo: contigo la noche más bella... amores imposibles que escriben en canciones el trazo de una estrella... Cartas que nunca se envían, botellas que brillan en el mar del olvido...Nunca dejes de buscarme, la excusa más cobarde es culpar al destino .... <3

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Tontos-a-las-tres.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López