¿Cuánto dolor cabe en un cuerpo?

Hay una cosa que los adultos hacen/hacemos y que siempre me ha dado mucha rabia. Con frecuencia tendemos a juzgar los problemas de los demás -especialmente de la gente más joven- como algo nimio y sin importancia. He perdido la cuenta de las veces que mi madre me ha dicho cosas como "qué problemas tendrás tú" o "qué sabrás tú de la vida". Evidentemente, mi miedo a no poder comunicar completamente mis sentimientos y pensamientos cuando tenía 6 u 8 años no eran nada comparable con sus esfuerzos para pagar la hipoteca o sacarnos adelante. Visto desde su perspectiva, claro. Para mí era muy importante. Igual que eran muy importantes otras preocupaciones que tenía y que, al paso del tiempo, me he dado cuenta de que no eran muy normales para una niña de mi edad. A mí la normalidad me llegó tarde. ¡Y qué pena que llegó!

Quizá por lo mucho que me molestó y lo menospreciada que me sentí a veces, intento mirar a los chavales con comprensión. Generalmente pienso que sus problemas son "tonterías", que pronto se darán cuenta de que lo que les pasa no es para tanto, pero entiendo también que para ellos, en ese momento, son algo vital. Por dentro me río, acordándome de cómo era yo a su edad y de mis preocupaciones, pero por fuera intento darles apoyo, aconsejarles y, sobre todo, escucharles, porque no quiero que se sientan como yo me sentí.

Pero otras veces...Otras veces lo que ves te deja helada. Un niño, una niña. Muy joven: diez, catorce,  dieciséis años, o a veces incluso más pequeños. Si los ves pasear por la calle, o charlar con sus amigos en el patio de un colegio nunca sospecharías lo que esconden. Para ti -y para mí- serían niños normales, con preocupaciones, a nuestro modo de ver, tontas, con ganas de jugar y de crecer, de robarle el maquillaje a su madre o de ir al cine a ver la última película de su ídolo. Niños y niñas que disfrutan de esa felicidad sencilla que solo es posible en la infancia y que todos los pequeños se merecen. Pero no es así. A veces en un cuerpo menudo vive una gran angustia, una desesperación ignota e inefable. Y no es que no tengan suficientes palabras. Es, simplemente, que no se le puede poner nombre.  Cuando miras a los ojos de ese niño o esa niña la capa de normalidad que percibimos al principio se resquebraja y podemos ver el monstruo que les atormenta. Entonces es inevitable preguntárselo: ¿Cuánto dolor cabe en un cuerpo? ¿Cuánto, en un cuerpo tan menudo?

Comentarios

  1. Soy de la opinión de que el dolor puede ocupar hasta el último rincón de un cuerpo, independientemente del tamaño de este. Yo he visto a mis hijos llorar porque se les había roto un juguete, porque les habían puesto o una vacuna o, de las últimas veces (y entonces fue cuando vi que el dolor puede no tener límites), cuando se nos murió nuestra pequeña Yorkshire de 16 añitos.
    Estoy totalmente de acuerdo contigo (nuevamente) en que para ellos, lo que sea que les ocurra en ese preciso instante es vital, lo has descrito a la perfección.
    Gracias por esta fantástica entrada y reflexión.
    Por cierto, ahora mis hijos vuelven a sonreir, ya que tenemos un nuevo cachorro en casa. Besos !

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    1. Es una de las cosas de la vida. Lo que nos pasa a los 10, nos parecerá una tontería a los 20. Y lo de los 20 a los 40, y lo de los 40 a los 70. Pero en el momento que ocurre es fundamental.

      Un besote y gracias por comentar.

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  2. Supongo que lo conocerás pero yo, por si acaso te lo comento. Hay un libro que podría venir de perlas para contestar a la pregunta: El principio de esperanza de Ernst Bloch.
    Y cabe muuucho dolor en el cuerpo. Más del que podamos llegar a imaginar. Y más.

    Un saludo

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    1. Supones mal. No lo conocía... Tengo que apuntarlo para leerlo más adelante.

      Gracias por la recomendación :)

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  3. Gracias Bettie por mirales asi,con tanta comprensión,efectivamente es asi,los niños sufren a veces por cosas que los adultos pensamos que ya tenemos superadas,pues no,se hunden y lloran por un simple comentario de un amigo del alma,o una nota del profe en una libreta que no se esperaban.Crecer cuesta,madurar cuesta,es duro.Nos cuesta a los adultos,cómo no les va a costar a ellos??aceptar los desengaños y las malas pasadas de la gente alrededor es duro,pero...es la vida,y hay que entenderlo,y apoyar y escuchar,y a veces dar la razón y otras quitársela.Pero sobre todo,escucharles,darles un tiempo..y un abrazo.
    Otro para ti,profe y amiga estupenda.

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  4. Me ha encantado la reflexión. Me hizo recordar cosas de mi infancia y la verdad es que sí, por ser pequeño no te toman en consideración ese dolor que puedas tener.
    Más empatía hace falta.

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