Post encadenado: Fin de la cita.

Este es un post encadenado, a lo Perri.


"Fin de la cita", esa es la broma del día, lo que nos queda de la esperada -por algunos- comparecencia de Rajoy. Algo debe significar que la gente se quede en la anécdota, a saber, que no ha dicho nada de interés. Eso sí: hemos pasado del "no me consta" de los sobresueldos a admitir que sí, que se pagaron complementos salariales. Desde luego, sin meternos en jardines, sin hablar de si está bien o mal inventarse excusas para pagar a ministros sobresueldos. Ha sido una actuación que apelaba más a la estética que a la ética: que quede bonito. Esa es la altura política de nuestro gobierno.

La altura política de nuestro gobierno ha quedado también retratada en la lectura de un discurso. Muy bien leído, claro. Se han respetado los puntos, las comas, y hasta se han leído las acotaciones puestas entre paréntesis. Habría quedado bien que aquel que ha redactado el discurso hubiese puesto por ahí un "Tonto el que lo lea". Seguro que nos habríamos reído. Más allá del texto, la nada: ni interacción, ni respuestas a muchas de las preguntas que se le han formulado. Nada fuera del guión. Por otra parte, hay que reconocerle a quien sea que haya escrito ese discurso que es un máquina, porque ha hecho posible lo imposible. Ha conseguido -o lo habría hecho, de no ser porque estas explicaciones llegan tarde y mal- hacer que Rajoy parezca un político serio. Me ha parecido, y lo digo aún a riesgo de que me apaleéis, que el discurso tenía una corrección y una altura retórica notable. Una pena que fuera para Rajoy. Pero eso no quita que, seguramente, el autor haya sido una persona muy capaz.

Una persona muy capaz...¡y como añoro yo sentirme capaz! Lo añoro porque no puedo hacer lo único que sé, mientras, y probablemente a causa de que, otros hacen lo que no saben, a saber, gobernar un país. Y no saben porque no entienden qué es política ni en qué consiste. Yo soy una gran defensora de la política como ejercicio. Creo que la implicación en lo público es fundamental, y que, aunque no debe quedar por entero en manos de los políticos, estos tienen un papel importante. Pero un político debe estar a la altura de las circunstancias en muchos sentidos, y los que nos han tocado, los que hemos elegido, no lo están en ninguno de ellos: no tienen la altura moral necesaria, ni la inteligencia, ni las capacidades técnicas, ni el conocimiento de la realidad que viven los ciudadanos que hace falta,... Pero sobre todo, como decía al principio, y valga la redundancia, nuestros políticos no tienen altura política, porque tengo que decir, con Antonio Gala, que  "los políticos honrados se quitan de en medio cuando cae sobre ellos la sospecha". Fin de la cita.

Comentarios

  1. Tremendo post, cariño! Han sido 5 horas de naderias y de (once again) tirarse los trastos a la cabeza entre sociatas y peperos...

    Una mierda de debate en la que rajoy (siempre con minusculas, no merece otra cosa) ha dejado patente que si alguien quiere que se vaya va a necesitar mucha agua caliente o incluso mas de dos tiros.

    La "clase" política se retrata (once more again)

    X(

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sip, se ha hecho un retrato de cuerpo entero. Fin de la cita.

      Eliminar
  2. ¿Me matas si te digo que no lo he visto? XD
    A ver si me animo mañana a echarle un ojo e_e

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No te has perdido gran cosa, pero me extraña que no hayas visto lo de "fin de la cita", por twitter XD

      Eliminar
  3. Yo vi lo de fin de la cita y pensé que era una broma, o al menos eso esperaba U.u'

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sé hasta qué punto. Dicen que fue intencionado. Otros dicen que no, porque si no, no iría entre paréntesis. Ains señor.

      Eliminar
  4. No hay altura política, ni se la espera.
    Fin de la cita
    Perribesos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

¡Adelante! Deja tu retal :)

Entradas populares de este blog

Cómo aprobé el nivel Avanzado de la EOI preparándome por mi cuenta.

Tontos-a-las-tres.

Libro: La edad de la ira, de Fernando J. López