Despedida.

Estaba de pie, ante el balcón. La mirada perdida. El viento frío erizaba su vello y hacía danzar su camisón. No podía creer lo que acababa de oír. Tras ella, él, como una sombra hundida en la penumbra de la habitación. Había lanzado las palabras sin inmutarse, casi sin sentirlo, de una manera automática. ¿Estaría llorando? No lo sabía. No le había visto la cara, y prefería no volver a verla. Eso solo lo haría más difícil, para ambos.

Entonces comenzó a andar, arrastrando sus pies descalzos sobre la moqueta. Él se tensó, pudo sentirlo a pesar de la distancia que los separaba.

-¿Qué haces?- preguntó con la voz quebrada por los nervios.

Y ella, serena, sin un atisbo de pesar, contestó, dejando que su sonrisa se oyese en su voz:

- Si va a ser el final, al menos que haya buena música.

Como si no hubiese prisa, tomó un vinilo y encendió el tocadiscos. Empezó a escuchar la canción, balanceándose con gracilidad. La luz de la luna pareció señalar una lágrima que rodaba por su mejilla, pero si le hubiesen preguntado habría dicho que no lloraba, ¿qué motivo había para hacerlo?

- ¿Bailarías conmigo? Por última vez...

Él se marchó sin despedirse. No tenía sentido hacerlo. Tras de él dejó el ruido sordo del tocadiscos girando sin música que hacer sonar y a una mujer que parecía estar sumida en un sueño profundo, tan profundo como su pena.


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