El harén invisible de Occidente.

Con motivo de mi Trabajo de Fin de Máster he leído, por fin, un libro  que hacía tiempo que una compañera de clase me recomendó. Se llama El harén en occidente, y su autora es Fatema Mernissi, una socióloga marroquí. Yo lo he leído en catalán, pues es el ejemplar que encontré en la biblioteca, y por si os interesa, se titura, L'harem occidental.

Bien, el libro empieza cuando la autora nos cuenta algo que la dejó perpleja de los occidentales. Cuando viajaba por occidente, presentando otro de sus libros, pudo observar que los hombres se ruborizaban o sonreían pícaramente cuando ella pronunciaba la palabra "harén". No lo entendía.  Ella nació en un harén de Fez y no entendía qué podía tener de divertido o sonrojante un harén. 

Eso la lleva a interesarse por el concepto que los occidentales tienes del harén, que probablemente sea el que tenemos todos los occidentales, o la mayoría: un lugar cerrado, lleno de mujeres exquisitamente vestidas y adornadas, dispuestas a satisfacer de buen grado y con avidez todos los deseos del dueño del harén.  Vamos, toda una fantasía para un hombre.

harén


Esa imagen no cuadra con la que Mernissi tiene de los harenes, y por eso intenta rastrear los orígenes de esa imagen.  En la cultura marroquí, y árabe en general, los hombres, ante el harén se sienten temerosos e inseguros. Las mujeres no dejan de ser un elemento de peligro. Ella cuenta que hay odaliscas que han llegado a asesinar a sus señores por celos. Y que el autoconcepto del hombre occidental como semental dista mucho de lo que perciben los hombres árabes, que pueden palpar la insatisfacción de esas mujeres.

Rastrea el arte, la literatura y la filosofía, y llega a Kant, a su escrito Lo bello y lo sublime, en el que se disocia belleza e inteligencia. La mujer debe elegir entre ser bella o inteligente (como decía en este post). Mernissi dice que es una decisión tan terrible como la que imponen los fundamentalistas: o la seguridad del velo, o la agresión si no lo llevan.  Cita, de hecho, Mernissi un pasaje en el que Kant no sólo dice que belleza e inteligencia sean disociables, sino que la inteligencia anula lo femenino. No me resisto a poner la cita, traducida del catalán a mi manera:

"A una mujer que tiene la cabeza llena de griego, como Mme. Dacier, o que mantiene polémicas fundamentales sobre mecánica, como la marquesa de Châtelet, parece que lo único que le falta es una barba".
Mernissi ante esta perspectiva se siente, de nuevo, perpleja. Para los árabes la mente es un arma de seducción, y una de las palabras que utilizan para referirse a la relación sexual significa "negociación". No podemos olvidar tampoco a la muchas veces citada durante el libro Sherezade, que evitó su muerte contando cuentos. De hecho, la autora dice que si Sherezade hubiese actuado como la pintan en los cuadros, desnudándose y haciendo acopio de sensualidad física, al día siguiente habría perdido la cabeza.  Mernissi se da cuenta de que en occidente, a la mujer se le despoja de su capacidad intelectual. Por eso el hombre occidental no tiene miedo del harén: en sus fantasías la mujer no es inteligente.  Os recomiendo muchísimo la lectura de este libro, porque el recorrido por la cultura occidental desde los ojos de Mernissi es fascinante.

Todo esto tiene sentido, pues estamos hartas de ver que muchas mujeres que han tenido cierto poder lo han conseguido porque han sabido utilizar sus llamadas "armas de mujer": no la palabra, sino velando su inteligencia, pareciendo tontas e indefensas, pero voluptuosas, y creando estrategias para que, desde esa indefensión, se les proporcionase lo que querían. Ha tenido que esconder su valía para alcanzar sus propósitos.  Contra esto se ha luchado desde los primeros pensadores feministas: se ha intentado rescatar la inteligencia de la mujer. Sin tanto éxito como sería deseable, por cierto.

Pero el último capítulo se llama "La talla 40, el harén de las mujeres occidentales". En él cuenta lo que pasó cuando fue a unos grandes almacenes en Nueva York y la dependienta le dijo que allí no había faldas para ella. Ella, viendo las dimensiones del lugar, contestó, "¿en toda esta tienda no habrá una falda para mí?". Pero la dependienta le contestó, dice Fatema, como sentencia un imán: "¡Usted está demasiado gorda!".Confiesa que ella misma, una mujer con gran seguridad, se sintió insegura y atacada.

Ese es el inicio del capítulo donde Fatema analiza cómo los occidentales afirman su poderío masculino. Los árabes lo hacen manipulando el espacio, encerrando a las mujeres. Los occidentales, manipulando el tiempo: la mujer tiene que parecer jóven, más aún, adolescente. Permanentemente desvalida, y casi infantil (cuanto menos inteligente  y desafiante mejor). Ese es el canon de belleza marcado.  Y se trata de una manipulación más peligrosa, porque una mujer encerrada sabe que lo está, pero el tiempo es más fluído e intangible, y es difícil a veces sabernos presas de esa cárcel invisible.  Y el mecanismo funciona bien. Simplemente se define cuál es el canon de belleza, que las mujeres ya se mortifican para entrar en esos estándares. 

Hay muchas más reflexiones interesantes, pero tampoco quiero transcribir el libro, así que os recomiendo que lo leáis, de verdad. Sobre todo, para darnos cuenta de que no podemos darnos por emancipadas tan rápidamente, ni dar al resto de mujeres por sometidas con la misma velocidad.

Comentarios

  1. Es súper interesante y está genial redactado. ¿Sabes lo que me pasa a mí o lo que noto desde mi físico? Yo estoy muy delgada y soy pequeña, como tú bien sabes, pues bien... lo que noto es que la gente siempre asocia en mí determinados valores como el de debilidad, fragilidad, etc. Al mirarme por fuera: mujer, muy delgada, pequeña... piensan que soy débil por dentro. Eso desemboca en que si no me hago respetar de alguna otra manera, intenten siempre "protegerme", tratarme como a una niña, incluso faltarme el respeto, en ocasiones. Creo que al final lo que se pretende de una forma u otra es siempre dominar al otro, subyugar, y para subyugar y anular hace falta que el otro sea/parezca más débil que tú... y se empieza por el físico, desde mi punto de vista. Bueno, aquí dejo mi reflexión, no sé si acertada o no, pero es muy interesante lo que comentas, está genial, ponlo en el TFM sin dudarlo.

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    1. Si, por eso saqué el libro xDD El tema de la mujer lo tengo claro, tengo dos libros de Fatema Mernissi y bien. Me falta lo demás... Pero he decidido que no me voy a amargar, si no encuentro referencias, sacaré cosicas de mi cabeza, y au...

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  2. ¡Bettie! ¡Lo voy a buscar sin falta! Me has dado muchas ganas de leerlo con este resumen :O

    Isa, yo no soy delgada, pero sí suelo ser la más pequeñita de tamaño a mi alrededor. Hasta que llegué a la treintena casi me pasaba como a ti. Lo que marcaba la diferencia y hacía que pronto se retractasen siempre fue mi carácter. Yo no soy el cervatillo, sino la flecha...

    Aún así, opino que no es malo utilizar lo que tenemos a nuestro alcance para conseguir algo (cuidado, que no hablo de no tener escrúpulos o principios). Al fin y al cabo, ¿es tan diferente utilizar el cerebro de utilizar los ojos, las manos o el aparato reproductor? La mayoría de las veces el "dominio" pasa por la sensualidad de la palabra...

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    1. Leelo, Papish, seguro que te resulta interesante!

      A mí me pasa lo contrario, por ser inteligente, siempre -hasta hace relativamente poco - he dejado de lado mi físico.

      Papish, no es malo utilizar lo que tenemos a nuestro alcance, pero siempre es más honesto ir de cara y que dos personas se reconozcan en una negociación, a que una, por las razones que sea, tenga que fingir que es lo que no es, o que hacer cosas que no haría por propia voluntad. No sé si me explico. La mujer no tiene por qué dejar de lado su cuerpo, y de eso hablamos, pero tiene que revindicarse como ser inteligente, como sujeto de diálogo. Es algo de lo que se nos ha despojado muchas veces a las occidentales.

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  3. Guau, me parece demasiado interesante como para dejarlo pasar.
    Me encantan estos temas, me siento identificada con lo que contáis (cada una en su terreno y aplicable a su experiencia, claro) y suelo defender siempre el que una mujer no tiene porqué elegir entre ser guapa (sexy, atractiva) o ser inteligente. A veces, sin darnos cuentas, dejamos que uno de los polos asome más y descuidamos el otro. Otras veces escondemos nuestras inseguridades tras ellos y abanderamos causas que realmente no nos representan.
    Que me maquille no significa que sea fea, pero tampoco debo utilizar ese maquillaje para esconderme, olvidando quién, cómo y qué soy en esencia. No sé si me he explicado, he intentado comentar también al otro post que has enlazado.
    Me ha encantado la entrada, de seguro le doy un vistazo largo al libro ;)

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    1. Pues sí, no hay que creernos esas divisiones, pero todavía funcionamos con ellas. Yo puedo salir perfectamente sin maquillar, pero sé maquillarme. Sin embargo, mentiría si dijese que no me he sentido ahogada en ese harén de las tallas, los cánones y demás. Es duro, pero también hay que emanciparse de esa esclavitud, porque no deja de serlo.

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