Mi primera vez... en un spa.

Se trata de un retal curioso. Hace unos días escribía sobre el anuncio de LOEWE, y me hacía la working class, y hoy salgo con estas. Lo que pasa es que, por suerte, los pobres también podemos darnos un caprichito de vez en cuando. Aunque por desgracia, ese no es mi caso.

Si hoy he ido al spa ha sido gracias a que mis amigas, pobres también, me regalaron para mi cumpleaños un cupón de LetsBonus que me permitía disfrutar de una sesión de spa de una hora (entre cuatro sale barato). Mis amigas son de esas que siempre regalan cómics, o libros -y por eso, entre otras razones, las quiero tanto-, pero ante la experiencia religiosa que supuso para una de ellas visitar un circuito spa, se les ocurrió obsequiarme con esa maravillosa sensación. Además, pensaron ellas, me vendría bien después del jaleo de Fallas.

Les tomé la palabra y reservé para hoy, día 20 de Marzo. Me presento allí, en un hotelazo de lujo, con mis vaqueros, mi mochila Quechua y mi cara de estar más perdida que un pulpo en un garaje. Una de las señoras de limpieza me indica la entrada al spa y allá que voy.  La chica que me recibe me trata muy bien, ¡de usted!, y me enseña las instalaciones:  una piscina de 25 metros de agua salada, sauna, baño turco y ducha de sensaciones. ¡Qué decepción! No hay circuito de piscinas con burbujitas y chorritos.  No tanto para mí, sino para mis amigas, que creían que era eso lo que me estaban regalando.

En fin. Me cambio y allá que me voy. Para resumir, diré que he estado 50 minutos nadando cual rana llevada por la corriente, y los otros 10 los he repartido entre el resto de atracciones. La ducha de sensaciones no ha estado mal: un chorro que cambia la temperatura y la intensidad del agua. No soy muy fan de pasar calor, así que comprenderéis que la sauna y el baño turco no son muy de mi gusto. Pero nadar sí, por suerte. Y hacía siglos que no lo hacía. He disfrutado como una enana, haciendo largos, sin escuchar nada más que el sonido del agua al moverse.

Por último, me he duchado, me he secado el pelo, -¡había secador!¡Sí!¡Y no estaba empotrado a la pared!- me he vestido y he salido. La chica de recepción me pregunta que qué tal. Le digo que muy bien, que salgo relajada. ¡Normal! Una piscina estupenda, un entorno a media luz, y yo solita para disfrutarlo la mayor parte del tiempo. Eso relaja a cualquiera.

Vuelvo a cruzar el lujoso hotel, con mis vaqueros y mi mochila Quechua, hacia la salida. Eso sí, muy relajada. Y mientras salgo pienso en qué dirán mis amigas cuando les cuente que me han invitado a nadar en una piscina muy cara.

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