Una manía.

Tengo una manía: la de observar a los desconocidos y hacerlos protagonistas de mis historias. No me pasa con todo el mundo, solo con aquellos que llaman mi atención por alguna razón.

Hace unos días coincidí en el autobús con una chica. Debía de tener mi edad, más o menos. Mayor de 25, supongo, pero no mayor de 30, o no mucho, en cualquier caso. Iba maquilladísima, supongo que era su concepción de ir arreglada: los ojos delineados muy fuerte y con mucho rímel y los labios de un rosa fucsia muy fuerte y con mucho brillo, pintados algo por fuera del contorno natural. Su pelo era rubio, pero un rubio pajizo, muy poco natural. Vestía una camiseta negra con letras blancas (no recuerdo qué ponía) y unas mallas ajustadísimas en tonos rosa fucsia y grises. En sus pies, unas sandalias de plataforma altísima, blancas. Casi parecían unos zancos. Completaba el conjunto un bolso pequeño, tipo satchel, también en rosa fucsia. Llamadme osada, pero creo que acertaría si dijese que el rosa era su color.

Lo que me llamó la atención de ella, además de su imagen, fue el hecho de que tenía una expresión tristísima y apenada. Cuando hablaba su voz apenas se escuchaba. Se expresaba, eso sí, con muchísima educación. Y otra cosa que me llamó la atención es que intentó establecer conversación con varios pasajeros, con cualquier excusa. Con un señor, cuando apartó las piernas para que pudiese pasar y, después, para explicar por qué le había llamado de usted (era por educación, no porque creyese que era mayor). Conmigo, para explicarme que venía de hacer papeles. Con otras chicas, para decirle a una que le encantaban sus deportivas (unas ASICS multicolores fluorescentes) y preguntarle dónde podía comprar unas iguales. Después,  volvió a disculparse por interrumpirlas. No sé, percibí en ella una falta de calor humano terrible. Me entristeció muchísimo.

Imaginé para ella una infancia terrible, traumática, una juventud muy dura, muchos desengaños. La dibujé en mi mente como una muñeca rota... al menos al principio. Le imaginé un final feliz, precisamente porque es algo inesperado, quizá incluso porque para esa chica sea imposible conseguir ese final. Imaginé una oportunidad, algo sencillo. Un trabajo de cara al público, en el que pudiese hablar con los clientes y relacionarse. Imaginé que empezaba a reconstruir su vida, que podía comprarse todas las deportivas fluorescentes que quisiese y que se le borraba de la cara esa expresión triste y no quedaba rastro de pena en su voz.

A veces me gustaría tener el poder de hacer que lo que imagino se hiciese realidad.

Comentarios

  1. Sería estupendo tener la capacidad de escribir finales felices para todos en lugar de solo imaginarlos, ¿verdad? Qué enorme responsabilidad sería también. Gracias por compartir sus pensamientos, doña Bettie.

    @nosoyunrobot

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    1. Pues sí, porque la felicidad se dice de tantas maneras como personas existen.

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  2. A mí me pasa un poco lo mismo. Me gusta observar a la gente por la calle e inventarme la historia de su vida. Seguramente, no tendrá mucho que ver con la realidad, pero es muy entretenido...jeje

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    1. Sí, en ese sentido me da que tú eres un poco como yo :P

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  3. Yo también quiero creer que esa chica, gracias a su entusiasmo, encontrará cosas muy buenas en la vida :)
    ¡Un abrazo!

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